CIENCIA. Desentrañando los misterios del tacto

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Es el primero de nuestros sentidos en desarrollarse en el útero. Sigue siendo fundamental para nuestro crecimiento psicológico y cognitivo. Entonces, ¿por qué es un misterio? 

Tendemos a pensar en el tacto como la habilidad sensorial por la cual los humanos exploran superficies y materiales. Sin embargo, la ciencia sugiere que el tacto hace contribuciones mucho más importantes a la vida humana. No solo pone la piel, nuestro órgano más grande, en contacto con el mundo físico, sino que también conecta directamente nuestro cuerpo con el mundo social.

Sabemos desde hace mucho tiempo que el tacto es un canal de comunicación no verbal único y poderoso. Un toque momentáneo por parte de un mesero o un vendedor puede aumentar la evaluación positiva de una persona sobre el encuentro, sus propinas e incluso sus compras.

Sin embargo, fue a principios de la década de 1990 cuando los fisiólogos descubrieron que los humanos, al igual que otros mamíferos, pueden tener un sistema neurofisiológico dedicado a la percepción de un toque suave, lento y suave, que ocurre entre una madre y su bebé, o entre dos amantes.

Como resultado, los sentimientos emocionalmente dolorosos de rechazo social, así como el dolor físico, pueden reducirse solo con el tacto. En esencia, el tacto es indispensable ya que permite que nuestra mente hable el lenguaje del cuerpo.

"Experimentos posteriores han demostrado que estamos preparados para percibir placer cuando recibimos o damos este tipo de toque, y lo experimentamos como un apoyo social, incluso cuando no tenemos otra pista o información sobre lo que la otra parte podría haber tenido la intención de comunicar".


IMPULSO PRIMARIO. Un famoso y desgarrador experimento de los años cincuenta demostró la insoslayable necesidad de recibir consuelo mediante el contacto. Influyentes pedagogos de la época decían a los padres que no abrazasen a sus bebés: un exceso de mimos sería perjudicial. Harry Harlow, psicólogo de Wisconsin, ayudó a demostrar lo equivocados que estaban. Su equipo aisló a bebés de monos en jaulas provistas de dos «sucedáneos» maternos. Solo el de alambre daba leche, pero los bebés solían rechazarlo y se aferraban al suave tacto de la pseudomadre envuelta en una tela. Foto: Al Fenn. Life Picture Collection /Shutterstock.


Tacto: Nuestro primer sentido

El tacto es el primero de nuestros sentidos en desarrollarse, nuestra primera forma de comunicación y el primer sentido en alcanzar la madurez, permaneciendo central a lo largo de nuestras vidas sobre cómo aprendemos sobre nuestros propios cuerpos en relación con el mundo y los demás. Porque esta interacción crítica entre la piel, los nervios y el cerebro reviste una complejidad endemoniada, prodigiosa. Y supone todo un reto entenderla, medirla y recrearla de una manera lo más realista posible, en las personas que lo han perdido.

Los estudios han demostrado durante mucho tiempo que los bebés responden al toque de su madre mientras están en el útero y que los fetos gemelos iniciarán movimientos destinados a tocarse incluso antes de las 20 semanas de gestación.

Curiosamente, una de las teorías contemporáneas más influyentes de la psicología infantil, la teoría del apego, sugiere que el contacto físico es el requisito central para un desarrollo físico y psicológico saludable, ya que le indica al bebé un entorno receptivo y afectuoso. El contacto corporal cercano se considera superior a otras formas de consuelo, particularmente cuando un bebé está angustiado o necesita que lo calmen.

El tacto también es importante para la percepción y comunicación de valores psicológicos, especialmente durante las interacciones sociales. Esta función dual del tacto, que nos informa sobre los aspectos físicos y emocionales de la experiencia corporal, depende de mecanismos que se pueden encontrar tanto en la piel como en el cerebro. La cada vez más nutrida bibliografía sobre el sentido del tacto está cargada de nuevos avances científicos, conjeturas y fabulosas posibilidades de futuro. 



Típicamente, el tacto ocurre entre otras experiencias sensoriales y motoras y en contextos sociales dados. Además, cada individuo tiene una historia táctil, con recuerdos que comienzan en el útero y se vinculan progresivamente con otras experiencias sensoriales y emocionales.

Por ejemplo, considere sostener un limón en la mano y cerrar los ojos. Mientras exploras su forma y tacto familiar, es casi imposible no pensar en su color, su olor y la acidez de su sabor. La genética, relacionada con la sensación del tacto, puede funcionar como un gen olfativo. Los científicos saben que cuando tocamos algo, nuestro sistema nervioso toma la información mecánica que recibe de los receptores táctiles en nuestra piel y la convierte en señales eléctricas para el cerebro. Esto se conoce como mecanosensación y es lo que le permite al cerebro decirnos una variedad de cosas sobre ese toque, como si el objeto que tocamos estaba caliente o frío o, en el caso de las espinas de una rosa.

El oído y el tacto tienen una base genética común: la mutación genética conduce al deterioro de dos sentidos. En pacientes con síndrome de Usher, una forma hereditaria de sordera acompañada de problemas de visión, los investigadores han descubierto una mutación genética que también es la causante de la sensibilidad táctil deficiente de los pacientes.

Estas diferentes propiedades sensoriales, percibidas en diferentes momentos y por diferentes sentidos como la vista, el tacto, el olfato y el gusto, están sin embargo unificadas en nuestros recuerdos y por lo tanto en nuestra percepción actual. La misma integración multisensorial subyace en muchas de nuestras preciadas experiencias táctiles, como acariciar a un gato que ronronea, aplicar una loción corporal perfumada o trazar las letras de una oración impactante en un libro.

Esta integración del tacto con otras sensaciones es cómo construimos los cimientos de nuestro sentido del yo. Comienza con ser atendido como un niño, cuando desplegamos todos los sentidos. Pasamos por las rutinas de ser alimentados, lavados, calmados y puestos a dormir. A través de estas experiencias, ganamos múltiples oportunidades para aprender a reconocer y regular nuestras propias necesidades dentro del contexto de un entorno seguro.

El tacto como medicina natural

Por lo tanto, el contacto emocional en los primeros años de vida es fundamental para el desarrollo saludable tanto del cuerpo como de la mente. A medida que avanzamos en la vida, ganamos un impulso por el apego social, la proximidad y la interacción que se aprende desde los primeros meses.

Cuando pasamos a experimentar la separación o el rechazo de los demás, podemos experimentar dolor psicológico. Sin embargo, resulta que si el rechazo duele, el tacto también puede ser una fuente de curación.

Estudios seminales con roedores han demostrado que la frecuencia de los comportamientos táctiles maternos, como lamerse y acicalarse, en una etapa temprana de la vida desempeña un papel importante en la determinación de las respuestas conductuales al estrés a corto plazo, así como en la edad adulta.

"El contacto social es capaz de estimular los analgésicos naturales del cuerpo, mientras que el contacto físico cálido entre parejas puede conducir a la disminución de la presión arterial"

Cuando los cachorros son separados de sus madres, la pérdida del tacto inhibe la secreción de hormonas de crecimiento y la síntesis de ADN, y estimula respuestas de estrés excesivas. Es importante destacar que estos efectos pueden revertirse de forma selectiva mediante caricias suaves y delicadas al cachorro, pero no mediante otros tipos de estimulación.



También se ha comprobado en humanos que el contacto social es una muy buena medicina para el estrés y dolores de todo tipo, ya que es capaz de estimular los analgésicos naturales del organismo. Los comportamientos simples y cotidianos, como tomarse de la mano con la pareja, familiares o amigos, son capaces de regular el estrés y el dolor tanto mental como físico.

Varias investigaciones en adultos han encontrado que el contacto físico cálido y social entre parejas puede conducir a una disminución de la presión arterial y el estrés, y puede reducir el dolor físico. Se están acumulando hallazgos similares con respecto al papel de los abrazos, los masajes y otras formas basadas en el tacto para influir en la neuroquímica del cerebro asociada con el estrés, el dolor y la vinculación.

El efecto del tacto en el cerebro

La mayoría de las teorías vinculan los efectos del tacto con tres sistemas neuroquímicos en el cerebro: el sistema de reactividad al estrés basado en el cortisol, hormonas "sociales" como la oxitocina (la hormona del bienestar a veces conocida como la droga del amor) y el sistema opioide. El trabajo en otros animales ha confirmado la importancia del tacto en estos y otros sistemas neuroquímicos.

Se ha demostrado que las conductas de contacto afiliativo, como el acicalamiento, el juego táctil y las cosquillas, estimulan la producción de los opiáceos naturales del cuerpo, las endorfinas, de modo que, por ejemplo, cuanto más acicalamiento recibe un mono, mayores son los cambios en el sistema opioide cerebro.

Seguramente usted recuerde las fotos tomadas durante la pandemia del COVID-19 de personas abrazándose con cortinas de ducha o plásticos de por medio, sufriendo por no poder tocarnos, y el infinito alivio que nos reportó aquellos abrazos.

También hay hallazgos similares en animales con respecto al flujo de oxitocina, que se sabe que se libera durante el orgasmo. Lo que estos sistemas neuroquímicos parecen tener en común, además de sus estrechos vínculos con el tacto y los lazos sociales, es su asociación con el placer sensorial y los efectos analgésicos.

 Las fibras nerviosas llamadas aferentes CT, concentradas en los brazos y la espalda, pueden hacer que sintamos placer –y una cálida conexión con los demás– cuando nos rozan o acarician esas zonas. Meghan Puglia y Kevin Pelphrey, neurocientíficos de la Universidad de Virginia que investigan los posibles vínculos entre una respuesta inusual de dichas fibras y el autismo u otras alteraciones del desarrollo, están registrando la actividad cerebral de bebés neurotípicos.


El cerebro distingue entre ser tocado por otra persona y tocarse a sí mismo. Durante el primer período de la vida, los niños recién nacidos desarrollan una comprensión de dónde termina su propio cuerpo principalmente a través del contacto con quienes los cuidan. Los problemas con el autoconcepto, como la capacidad de reconocer las propias acciones, son comunes en varios trastornos psiquiátricos. La mayoría de las personas no pueden hacerse cosquillas a sí mismas, pero algunos pacientes con esquizofrenia sí, lo que sugiere que su cerebro interpreta las percepciones sensoriales de su propio cuerpo de manera diferente.

No hay duda de que el toque positivo tiene un papel evolutivo único al vincularnos con otros miembros de nuestra especie y regular nuestra salud en el proceso. Tal toque, dado a través de abrazos, tomados de la mano o caricias, por ejemplo, desencadena un impulso psicológico que se sabe que es importante para el bienestar emocional y el desarrollo saludable. Los científicos han descubierto un neuropéptido, un mensajero químico, que transporta señales entre las células nerviosas, que transmite la sensación conocida como tacto agradable de la piel al cerebro.


Hasta el contacto más simple con la piel pone en marcha un proceso de mensajería neuronal tan complejo que los científicos apenas han empezado a copiarlo por medio de la ingeniería. Los investigadores del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins están explorando un método basado en la llamada e-dermis: un material formado por varias capas que reacciona a la presión. Cuando se acopla a una mano protésica, como esta que sostiene este parche de e-dermis, contribuye a convertir el contacto con otra superficie en una sensación que el cerebro interpreta como tacto. Foto: Mark Thiessen.



El tacto es un aspecto fundamental de la interacción social, que a su vez constituye una necesidad humana fundamental […]. El contacto social calma al receptor durante las experiencias estresantes […] puede reducir la activación en las regiones del cerebro relacionadas con la amenaza […] puede influir sobre la activación en la vía del estrés del sistema nervioso, reduciendo los niveles de las hormonas del estrés […] se ha descubierto que estimula la segregación de oxitocina, un neuropéptido producido en el hipotálamo […]. Los niveles elevados de oxitocina se asocian a un aumento de la confianza, al comportamiento cooperativo, al acto de compartir con extraños, a la lectura más eficaz de las emociones ajenas y a una resolución de conflictos más constructiva.

Así reza una demanda judicial en EE.UU. contra la reclusión en régimen de aislamiento. Los abogados que la interpusieron hace una década en nombre de reclusos de una prisión californiana de máxima seguridad argüían que la práctica de aislar a los internos durante años –eliminando casi por completo el contacto físico con los demás, incluso con los guardias– constituía un castigo inconstitucional por cruel y desusado. Forma parte del expediente el informe pericial redactado por Dacher Keltner, profesor de psicología de la Universidad de California en Berkeley que lleva más de 15 años dando clases y dirigiendo investigaciones sobre las bases científicas del tacto. «Es nuestro lenguaje de conexión social más antiguo y, podría decirse, más básico», dijo Keltner.

MANOS RECONFORTANTES. La enfermera de cuidados paliativos Janine Hurn hace todo lo posible para ofrecer el bálsamo del tacto desde el interior del equipo de protección individual y ayudar a Elvy Kaik en sus últimas semanas de vida, en abril de 2020. Hoy jubilada, Hurn era enfermera en Whidbey, una isla del estado de Washington, cuando llegó la COVID-19. «Creo que estamos hechos para responder al contacto humano –dice–. La mano enguantada no se siente igual en el cuerpo de una persona. Había veces que me quitaba los guantes al final de la visita, sabiendo que tenía el desinfectante de manos. Ambas necesitábamos sentir esa calidez de la mano humana». Fuente: Lynn Johnson.


Los humanos estamos envueltos en «una sábana increíblemente compleja cuajada de sensores». Esa sábana es la piel, nuestro órgano de mayor tamaño. Sus capas contienen cientos de miles de células receptoras, distribuidas de forma desigual sobre la superficie del cuerpo y especializadas en diversas tareas. Algunas envían al cerebro señales sobre la temperatura o esa perturbación que percibimos como dolor. Otras parecen estar especializadas en calmar generando una sensación agradable cuando se acaricia la piel que los contiene. 

Y algunos receptores envían al cerebro el tipo de detalles informativos que nos dicen constantemente qué estamos tocando, haciendo y usando. Se llaman mecanorreceptores y se concentran especialmente en la piel de la palma de la mano y la parte interior de los dedos. Nada de esto tiene lugar sin un contexto, sobra decirlo: los olores, los sonidos, los recuerdos, el entorno influyen en todo.

Cada centro está experimentando con su propia combinación de implantes y prótesis; el gráfico que se muestra a continuación creado con el asesoramiento del ingeniero Max Ortiz Catalán, de la Universidad Tecnológica Chalmers, muestra la configuración que han desarrollado los científicos de este centro sueco. La idea central es: un paciente amputado que ha perdido todo el antebrazo tiene nervios truncados en el interior de la parte que conserva de la extremidad. Esos nervios siguen siendo capaces de enviar señales que el cerebro percibe como procedentes del miembro perdido; de hecho, ahí puede radicar una de las causas de la sensación de miembro fantasma.



De modo que el truco consiste en restaurar ese sistema de señales. Los sensores que se instalan en las prótesis experimentales pueden transformar el contacto con una superficie –un dedo protésico que toca una mesa, por ejemplo– en señales eléctricas que se transmiten a un ordenador, el cual determina qué nervios deben estimularse para que el cerebro perciba la sensación táctil en el lugar adecuado. (¿Dedo índice? ¿Pulgar? ¿Segundo nudillo del dedo anular?). 

El ordenador envía impulsos por el cableado implantado en el paciente hasta un electrodo que estimula el nervio apropiado, de manera que los impulsos eléctricos biológicos vuelven a subir nervio arriba. Y ya estaría: información sensorial –correcta, si todo sale bien– de camino al cerebro. Si funciona como es debido, todo esto debe ocurrir casi instantáneamente.

¿Qué significa sentir el gozo de tocar a un ser querido cuando lo que notas es la punta de una aguja de coser? Y si las circunstancias adecuadas consiguen que la corteza cerebral interprete determinado tipo de impulso eléctrico como el apretón de unos dedos humanos, ¿qué podría implicar para quienes viven separados por la distancia?  Esto va mucho más allá de las prótesis.

CONSUELO BOVINO. El Santuario de Animales de la Granja de Aimee, en Arizona, se inauguró como centro de reposo para animales. Pero entonces se corrió la voz entre las familias con niños con trastorno del espectro autista: tocar aquellos apacibles animales calmaba a sus hijos. Ahora, dice Aimee Takaha, en la foto con una frisona llamada Sam, todo tipo de clientes reservan sesiones de abrazos con animales de una hora de duración.


Fuentes:

Rebecca Boehme, Steven Hauser, Gregory Gerling, Markus Heilig and Håkan Olausson. Distinction of self-produced touch and social touch at cortical and spinal cord levels. PNAS, 2019 DOI: 10.1073/pnas.1816278116

Benlong Liu, Lina Qiao, Kun Liu, Juan Liu, Tyler J. Piccinni-Ash, Zhou-Feng Chen. Molecular and neural basis of pleasant touch sensation. Science, 2022; 376 (6592): 483 DOI: 10.1126/science.abn2479

Xiaoyu Liang, Canyon Calovich-Benne, Adam Norris. Sensory neuron transcriptomes reveal complex neuron-specific function and regulation of mec-2/Stomatin splicing. Nucleic Acids Research, 2021; DOI: 10.1093/nar/gkab1134

Andrew N. Meltzoff, Rey R. Ramírez, Joni N. Saby, Eric Larson, Samu Taulu, Peter J. Marshall. Infant brain responses to felt and observed touch of hands and feet: an MEG study. Developmental Science, 2018; e12651 DOI: 10.1111/desc.12651

Henning Frenzel, Jörg Bohlender, Katrin Pinsker, Bärbel Wohlleben, Jens Tank, Stefan G. Lechner, Daniela Schiska, Teresa Jaijo, Franz Rüschendorf, Kathrin Saar, Jens Jordan, José M. Millán, Manfred Gross, Gary R. Lewin. A Genetic Basis for Mechanosensory Traits in Humans. PLoS Biology, 2012; 10 (5): e1001318 DOI: 10.1371/journal.pbio.1001318

El poder del tacto. National Geographic, 2022.

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