En el suroeste de la actual región de Castilla-La Mancha, cerca de Andalucía y Extremadura, se halla la que fue durante siglos la principa...
En el suroeste de la actual región de Castilla-La Mancha, cerca de Andalucía y Extremadura, se halla la que fue durante siglos la principal mina de mercurio del mundo.
23 octubre 2022.- El subsuelo de Almadén fue explotado por los romanos y luego por los musulmanes de al-Andalus, que llamaron al lugar hisn al-madin, «la fortaleza de la mina», de donde procede el actual topónimo. Tras la Reconquista, la mina pasó a manos de la orden militar de Calatrava, que la arrendó a diversos empresarios catalanes, genoveses o castellanos, hasta que bajo los Reyes Católicos pasó a manos de la Corona.
Sisapo o Sisalone, nombre con el que se conocía antiguamente a Almadén, significa en lengua celta "cueva de que se extraen metales". El historiador Teofrasto, discípulo y amigo de Aristóteles, indicaba que se estimaba mucho el cinabrio duro que procedía de España. Romanos y árabes explotaron la mina, extrayendo cinabrio. Este mineral, de color rojo, se utilizaba para pintar y teñir.
En la época romana Almadén debió ser una ciudad relativamente importante, puesto que incluso acuñaba moneda. Se han encontrado en la ciudad numerosos "ases" romanos (monedas de cobre) con la inscripción SAESAPO.
Los árabes explotaron la mina durante los siglos VIII al XIII. Muchos términos de la minería del mercurio provienen del árabe: almadén (nombre -del árabe al-ma 'daniy' yun, "la mina" o "el mineral"), aludel, azogue, alarife, y de esta época son los llamados "hornos de xabecas", que se utilizaron hasta casi finales del siglo XVI. En el siglo XII la mina tenía una profundidad de unos 450 m. y trabajaban en ella más de 1.000 obreros. El mercurio se utilizaba por los alquimistas y médicos para preparados medicinales y como motivo ornamental.
A mediados del siglo XIII se reconquista Almadén por los cristianos y la mina se cede a la Orden de Calatrava, la cual arrienda su explotación a catalanes y genoveses.
Los denominados aludeles, caños de barro cocido conectados con otros en hilera, servían para condensar los gases de mercurio y forman parte del horno de Bustamante, así llamado por el que fuera superintendente de las minas de Almadén en el siglo XVII. Getty ImagesEl mercurio, también llamado azogue (en latín hydrargyrum, plata líquida), tuvo históricamente diversas aplicaciones. Los romanos usaban los polvos del cinabrio –la roca de la que se obtiene el mercurio líquido– para el maquillaje femenino, como colorante de pinturas y en ungüentos medicinales. Desde épocas remotas se sabía que al mezclar el mercurio con el oro y la plata se podían separar y extraer estos metales preciosos mediante el proceso llamado amalgamación.
Almadén era ya un enclave muy próximo a la vía 29 del itinerario Antonino de calzadas romanas que unía Caesar Augusta (Zaragoza) con Emérita Augusta (Mérida). Almadén también fue núcleo principal de lo que se denominó Camino Real Intercontinental del Imperio Español como origen del mercurio utilizado para la amalgamación de la plata y el oro americanos.
La importancia económica del mercurio se disparó tras el descubrimiento en México y Perú, en el siglo XVI, de ricas minas de oro y plata para cuya amalgamación se requerían grandes cantidades de mercurio. Además, a mediados del siglo XVI, Bartolomé Medina, hombre de negocios y metalúrgico sevillano, introdujo en el virreinato de Nueva España un novedoso método de amalgamación de la plata que incrementó aún más la demanda americana de mercurio.
A mediados del siglo XVIII se construyó un nuevo presidio que permitía que los trabajadores forzosos acudieran directamente a través de galerías subterráneas
Réplica de una galería del siglo XVIII, con el entibado de madera típico de la época. Parque Minero de Almadén. David Blázquez / AGE Fotostock
UN NEGOCIO A COSTA DE MANO DE OBRA FORZADA
A lo largo de la Edad Moderna, la Corona, propietaria de Almadén, arrendó su explotación a empresarios privados mediante contratos o asientos de varios años de duración. Los contratistas más importantes en los siglos XVI y XVII fueron los Fugger, una dinastía de banqueros alemanes. El primer contrato, en 1525, fue una compensación por los fondos que habían proporcionado a Carlos V para alzarse con el título de emperador unos años antes. Hasta 1645, con algún breve paréntesis, fue esta estirpe financiera la que firmó los contratos.
A partir de los Fúcares, como se los conocía en España, Almadén se convirtió en una villa casi industrial, una auténtica rareza en aquella época. Allí residía la importante mano de obra empleada en las distintas fases del proceso: la extracción del cinabrio, la transformación de la roca para obtener el mercurio puro y, finalmente, su transporte hasta Sevilla para su envío a América.
La extracción se realizaba mediante un sistema de pozos y galerías. Para hacer este trabajo, la mina contaba con personal experto y a la vez se contrataba a destajeros que se obligaban bajo contrato a ir abriendo las cañas o galerías. Para las labores más duras, como el desagüe de los pozos mediante tornos, se recurrió a mano de obra forzosa, ya fuesen esclavos, que se compraban en el mercado para tal fin, o bien hombres condenados a remar en las galeras –los galeotes– o a trabajos forzados.
Los Reyes Católicos comprendieron pronto la importancia que el mercurio tendría para la explotación de las riquezas americanas. Por eso convirtieron su extracción en un monopolio real: los beneficios engrosaron las arcas de la Corona a partir de 1512.
Estos últimos eran enviados por la Corona, que les ofrecía la posibilidad de reducir las penas que les había impuesto la justicia. Cuando no trabajaban permanecían custodiados en una cárcel o crujía. A mediados del siglo XVIII se construyó un nuevo presidio que permitía que los trabajadores forzosos acudieran directamente a través de galerías subterráneas a sus labores. El doctor Parés Franqués, médico durante décadas en Almadén, escribió: «No le baña a este mundo subterráneo ni la luz, ni el calor del sol, de la luna, ni de las estrellas. Este es mundo sin sol».
Las condiciones de trabajo de aquellos pobres desgraciados eran extremas, pues además de las fatigas propias del esfuerzo en aquellas profundidades y de no contar casi con ventilación, al respirar aquellos polvos nocivos se intoxicaban gravemente por hidrargirismo, lo que dañaba su sistema nervioso, provocaba hemorragias y ulceraba sus bocas y encías, reduciendo drásticamente su esperanza de vida.
La Real Cárcel de Forzados de Almadén se construyó en 1754. El amurallado edificio tuvo dos plantas con un gran patio en el centro. Una planta concentraba las dependencias del personal, mientras la otra agrupaba las celdas de los presos. En la actualidad solo se conservan los sótanos del inmueble, integrados en el edificio de la Escuela Universitaria.
El trabajo de estos perduró hasta 1799, cuando Carlos IV abolió la pena de minas. No lo animó un sentimiento humanitario, sino la desconfianza, ya que se sospechaba que los presos habían provocado incendios en la instalación. Ya en 1800, el presidio se desmanteló; los últimos reos se trasladaron al penal de Ceuta. La Real Cárcel de Forzados se demolió en 1969. Sobre el solar se construyó la actual Escuela de Ingeniería Minera e Industrial de Almadén.
Vista de Almadén. David Blázquez/Gobierno Castila-La ManchaRespecto a la metalurgia para obtener azogue, el método tradicional consistía en cocer el cinabrio en unas recias ollas cónicas, llamadas jabecas, en las que se introducían trozos de mineral del tamaño de una nuez, que se encastraban en la bóveda del horno. Esto requería quemar madera gruesa, principalmente de encinas, alcornoques y robles, para que a través del calor intenso que daba en dichas ollas tapadas se produjera un proceso de destilación y posterior condensación de los vapores mercuriales, formándose gotas de azogue que se recogían con unas cucharas.
Otro edificio monumental de Almadén relacionado con el mercurio fue la Casa-Academia de Minas. Se creó a mediados del siglo XVIII para la acogida de la primera Escuela de Minería que hubo en España.
Horno de Bustamante en las minas de Almadén Pastor Raimundo / Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0LOS HORNOS DE MERCURIO
A mediados del siglo XVII se introdujo un nuevo método, ideado por Juan Alonso de Bustamante, director de una importante mina de mercurio en Perú. Ahora se utilizaban unos hornos en los que se calcinaba el mineral y los vapores emitidos se condensaban en unas cañerías de barro. Eran muy similares en su diseño a los hornos árabes de alfarería, pero utilizaban matorral como combustible (lentisco, brezo, etc.), lo que permitía reservar la madera para la entibación o fortificación de las galerías.
El trabajo en estas instalaciones entrañaba graves riesgos, pues los operarios debían entrar cuando los hornos aún estaban calientes para levantar las cañerías o aludeles donde se había condensado el mercurio. Era habitual utilizar a niños para estas tareas, y en la documentación consta que algunos de 10 o 12 años murieron por la exposición al mercurio.
El contacto directo y la exposición a los vapores mercuriales tenía graves consecuencias. En 1593, el escritor Mateo Alemán hizo una inspección por orden de Felipe II y atestiguó que «al asistir en los buitrones [chimeneas] al cocimiento de los metales de que se saca el azogue, y el cerner las cenizas, se les entran por los ojos y bocas y narices y el desbrasar los hornos […] de ello se azogan los hombres y quedan tontos y fuera de juicio».
En esta vista de Almadén en 1719 se ve el Cerco de Buitrones, donde se ubicaban los hornos de aludeles y los almacenes del mercurio, así como otras instalaciones mineras: la factoría, donde se guardaban pertrechos y mulas, el hospital de mineros y la cárcel nueva.
EL TRANSPORTE
Una vez obtenido el azogue se procedía a pesarlo y envasarlo en grandes talegas de cuero para su transporte. Casi toda la producción se enviaba a Sevilla para mandarla desde allí a tierras americanas, aunque una pequeña parte se enviaba a algunos hospitales, donde el mercurio se empleaba como tratamiento para la sífilis.
El transporte se hacía en carretas tiradas por bueyes o bien por mulas y burros. Cada carreta llevaba una carga de unos diez quintales, equivalente a unos 460 kilos. El trayecto hasta Sevilla, de 250 kilómetros, por la llamada ruta del azogue, se hacía en unos veinte días. El movimiento de carretas por ese camino alcanzaba dimensiones considerables; baste mencionar que en la década de 1770 se empleaban anualmente, como media, 2.400 bueyes, y en algún año la cifra se acercó a los 4.000. La Corona otorgó a los carreteros el privilegio de hacer pastar a los animales en las dehesas de particulares. Ya en las Reales Atarazanas de Sevilla, el mercurio volvía a ser pesado, se metía en barriles y cajones, y se embarcaba para el viaje transatlántico que lo llevaría a los centros de producción de oro y plata en el Nuevo Mundo.
Empacado del mercurio en una instalación de Almadén. Dibujo. 1783. Biblioteca Nacional, Madrid.Para saber más:
- Rafael Gil Bautista. "Las minas de Almadén en la Edad Moderna". Universidad de Alicante, 2015.
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