La guerra de las Alpujarras: un conflicto geopolítico del siglo XVI
![]() |
'La expulsión de los moriscos' (1894), cuadro de Gabriel Puig Roda. Joanbanjo / CC BY-SA-3.0 |
En el año 1568, los moriscos de Granada se rebelaron contra el rey Felipe II, que ordenó una dura represión contra ellos. El conflicto que enfrentó a los moriscos con los cristianos viejos en el Reino de Granada entre 1568 y 1571, la Guerra de las Alpujarras, es uno de los más desconocidos del reinado de Felipe II.
La toma de Granada en enero de 1492 por parte de los Reyes Católicos no supuso el fin de la amenaza musulmana sobre la Península. Sobre el papel,Isabel y Fernando se habían comprometido a respetar la religión de sus nuevos vasallos andaluces. En la práctica, estos enseguida se vieron frente a una política de intolerancia. Las ventajosas condiciones de la capitulación favorecieron la sublevación de los musulmanes del Albaicín granadino a finales de 1499. Aunque la sedición fue sofocada, su ejemplo se extendió por las zonas rurales, en especial por las regiones montañosas de las Alpujarras y de la serranía de Ronda, obligando al propio rey Fernando a encabezar las tropas que acabaron con la rebelión.
Entre 1500 y1502 tuvo lugar una campaña de conversiones forzadas que se repetiría entre 1525 y 1526, ya bajo el reinado de Carlos V. Este ambiente de hostilidad antimusulmana explica la publicación de gran cantidad de títulos dedicados a la crítica de los principios del islam.
![]() |
Portada de Justa expulsión de los moriscos de España, de Damián Fonseca (1612) |
Había que lograr que los “moros” se bautizaran. El bautismo, en la sociedad de la época, era un acto trascendente, no solo por razones religiosas, sino también jurídicas. Los convertidos pasaban a tener los derechos y deberes de los cristianos. Otra cuestión es la consideración que tuvieran a ojos de los cristianos viejos, recelosos ante su sinceridad religiosa.
Para hacer frente a este ambiente de intransigencia, los perseguidos utilizaron un idioma secreto, la aljamía, que consistía en utilizar los caracteres árabes para escribir en lengua castellana.
El castigo fue severo pero resultó baldío, ya que, a pesar de que seles obligó a convertirse en masa, los rebeldes y sus descendientes, denominados desde entonces moriscos, nunca renunciaron a sus rasgos identitarios, como la lengua árabe o su particular vestimenta, en la que destacaba el velo usado por las mujeres.
Una pareja de moriscos granadinos de paseo en el Trachtenbuch de Christoph Weiditz, una serie de ilustraciones de pueblos y costumbres publicada en 1530.
Durante las décadas siguientes, la tensa coexistencia entre moriscos y cristianos y, sobre todo, entre el mundo urbano y el mundo rural, que vivía una difícil situación económica, fue creando un ambiente propicio para la confrontación. De hecho, era tal el convencimiento de que se produciría una sublevación de los moriscos de Granada que ésta fue continuamente profetizada a lo largo de toda la primera mitad del siglo XVI.
El gobierno regio, los cristianos viejos de Granada y los moriscos, tanto los que se levantaron como los que no, se habían enfrentado al deterioro progresivo de las formas de coexistencia consolidadas desde hacía varios decenios y de los medios de inserción de esta mayoría en el Reino de Granada, pero minoritaria en el conjunto de España.
Fervor religioso
La llegada de Felipe II al trono en 1556 supuso una escalada en el problema morisco. El nuevo clima de exaltación católica que impregnaba la política de la época y el declinar de algunas casas nobles protectoras de la minoría morisca, como la de Tendilla, favorecieron la radicalización ideológica y política de buena parte de las autoridades reales. Por su parte, los moriscos también adoptaron postulados muchos más radicales como respuesta a su creciente declive económico.
La prohibición de exportar seda, dictada en la década de 1550, y el incremento de la presión fiscal a partir de 1561 ahogaron por completo la economía granadina. La tensión aumentó en 1567, cuando una pragmática de la Corona prohibió el uso de la lengua árabe y la vestimenta diferente a la castellana, así como bailes, instrumentos, abluciones y demás prácticas propias de la tradición islámica.
Este decreto constituyó una auténtica declaración de guerra contra la minoría morisca. El marqués de Mondéjar, en aquellos momentos virrey de Granada y valedor de los derechos de los moriscos, entendió los peligros que conllevaba la pragmática e intentó suspender su aplicación. Su intervención no logró fruto alguno, por lo que la aplicación de las órdenes reales y la actividad inquisitorial de los meses posteriores contribuyeron a aumentar las tensiones.
Danza morisca, cuadro pintado por el artista alemán Christoph Weiditz. Germanisches Nationalmuseum Nuremberg.Estalla la revuelta
En la noche de Navidad de 1568, un grupo de oficiales reales que eran cristianos viejos (esto es, de antepasados totalmente cristianos) fueron asesinados en la región de las Alpujarras como respuesta a la presión real sobre aquella zona tan depauperada. La noticia del suceso llegó rápidamente a Granada, donde la burguesía morisca se declaró fiel a la Corona. En cambio, en las zonas rurales, donde la situación económica era más desfavorable, la mecha de la rebelión prendió con facilidad.
A pesar de la incertidumbre de los primeros días, la dirección del movimiento quedó pronto establecida con la elección como líder morisco de don Fernando de Córdoba y Válor. Éste pertenecía a un importante linaje granadino que se había convertido al cristianismo durante la conquista de Granada, lo que permitió a sus miembros disfrutar de asiento en el concejo municipal de esta ciudad. Tomó el nombre de Abén Humeya en recuerdo de los califas omeyas de Córdoba, de quienes se reclamaba descendiente.
Durante los primeros compases de la guerra la iniciativa y los éxitos correspondieron a las tropas cristianas del marqués de Mondéjar, quien a pesar de la gravedad de los hechos mostró gran benevolencia con los moriscos capturados. Don Pedro de Deza, presidente de la Audiencia de Granada y contrario a la política de Mondéjar, ordenó al marqués de Los Vélez iniciar operaciones militares contra los moriscos desde el flanco más oriental del reino granadino.
La existencia de dos mandos enfrentados entre sí y de dos formas de entender el conflicto dentro del bando real fue aprovechada por los moriscos, que consiguieron importantes victorias y lograron consolidar y expandir la revuelta. A su éxito contribuyó el hecho de que las tropas cristianas allí destinadas fuesen de escaso valor militar, como las fuerzas urbanas que las auxiliaban, que, ante la adversidad, no tenían reparos en desertar.
Retrato de don Juan de Austria pintado por el artista español Alonso Sánchez Coello en 1567. Monasterio de las Descalzas Reales, Madrid.Interviene don Juan de Austria
Las noticias que recibía Felipe II sobre la evolución de la guerra no eran nada halagüeñas. A las derrotas militaresse sumaban los ecos de los enfrentamientos personales entre Mondéjar y Deza, y se temía que los otomanos aprovechasen la situación para atacar la Península. Aquella misma primavera el soberano, cansado de las luchas internas, confió el mando del ejército a su hermanastro don Juan de Austria.
Hijo natural de Carlos V, y con poco más de veinte años de edad, la experiencia militar del nuevo comandante era nula. Para contrarrestar su bisoñez, que en definitiva podía acarrear un importante dispendio de recursos y de tiempo, Felipe II ordenó la creación de un consejo sobre el que recaerían todas las decisiones militares. De este organismo formaron parte Mondéjar, Deza y Los Vélez, junto con otros notables militares como don Luis de Requesens, don Luis de Quijada (el ayo de don Juan) o el arzobispo de Granada, don Pedro Guerrero.
Hacia 1633, Pedro Calderón de la Barca escribió una obra de teatro, El Tuzaní de la Alpujarra, más comúnmente conocida como Amar después de la muerte, en la que recordó el asedio de Galera y la historia de amor y venganza de dos jóvenes moriscos, el joven Álvaro Tuzani –El Tuzaní– y su amada Clara Malec –La Maleca–. El sitio de la población morisca fue con toda seguridad, dejando aparte el romanticismo del inmortal dramaturgo español, la operación más costosa –tanto en medios cómo en hombres– y complicada a las que se tuvieron que enfrentar las tropas de don Juan de Austria.
UNA GUERRA SIN CUARTEL
La guerra de las Alpujarras fue uno de los conflictos más cruentos de la historia de España. Las acciones militares se limitaron alasalto de pequeños enclaves situados de forma estratégica sobre aquel accidentado territorio y a una incesante actividad guerrillera. En cambio, abundaron los episodios de violencia, de tortura y de salvajismo contra la población civil. Los moriscos protagonizaron asesinatos y violaciones en las poblaciones cristianas y destruyeron centros religiosos. Los efectivos de la Corona, por su parte, lanzaron razias sobre núcleos moriscos con la intención de hacerse con botín al tiempo que apresaban a mujeres y niños para venderlos en los mercados de esclavos.
La Guerra de las Alpujarras fue un conflicto en el que se enfrentó la aspiración desesperada por reinstaurar la situación política, económica, religiosa y social desaparecida por la caída del Sultanato nazarí en 1492, con una determinación inquebrantable por mantener el control del Reino de Granada para asimilarlo totalmente al resto de la Monarquía Hispánica. A esta peligrosa situación se sumó la pasión desatada por unos excesos religiosos que impregnaron de barbarie una lucha ya de por sí exacerbada.
La expulsión en Vinaroz, cuadro realizado por los artsitas Pere Oromig y Francisco Peralta en 1613. Fundación Bancaja, Valencia.A partir del otoño de 1569 el signo de la guerra cambió a favor de los cristianos. La llegada de don Juan de Austria rebajó las tensiones internas en el bando real, que ahora contaba con los tercios que aquel trajo de fuera de la Península. Por su parte, el movimiento morisco conoció una grave fractura con el asesinato de Abén Humeya por su primo Diego Abén Aboo, que le sucedió al frente de los rebeldes. En consecuencia, las zonas en conflicto fueron reduciéndose poco a poco.
Vencida la resistencia morisca, la Corona decidió buscar una estrategia que le permitiera zanjar definitivamente la cuestión morisca. En noviembre de 1570 se decretó la deportación de los moriscos del reino de Granada, que fueron diseminados por tierras de Castilla. La medida resultó al cabo insuficiente y sólo postergó unas décadas el fin de la comunidad morisca en España, expulsada por Felipe III en el año 1609, en un momento en que los fracasos europeos empujaron a la monarquía a buscar un éxito fácil. Sin embargo, no fueron pocos los que consiguieron regresar de forma clandestina a sus hogares, en medio de la actitud cómplice de sus vecinos. La España de los Austrias era así: plural y compleja. La intransigencia de las autoridades no siempre reflejaba una intolerancia equivalente por parte del pueblo llano.
La existencia de los moriscos, desde principios del siglo XVI hasta su expulsión definitiva en 1609-1614, estuvo condicionada por elementos económicos, sociales, religiosos y políticos tanto endógenos como exógenos a la península ibérica, por sus alianzas con corsarios norteafricanos y sus supuestas connivencias con los Otomanos, aunque su análisis siempre se ha realizado desde una perspectiva doméstica. Por ello, sorprende que la situación política internacional en el Mediterráneo y en Europa durante esas décadas no se haya tenido apenas en cuenta para explicar la vida y tragedia de dicha minoría, y que la ayuda proporcionada por los turcos y norteafricanos no haya sido analizada en profundidad.
La expulsión fue, sin duda, una medida extrema, de terrible coste humano y de tremendas consecuencias, pero no se trató al final de asesinar a los moriscos como colectivo o grupo, sino de un desplazamiento forzoso y violento con el objetivo ideológico de limpiar la “nación” y su “tierra” para “salvarla”. El término limpieza étnica puede servir como punto de partida para ahondar nuestra reflexión, una reflexión que pueda proyectarse sobre el presente.
Y, en ese sentido, es conveniente abandonar las posiciones nacionalistas encontradas, es decir, las distintas definiciones ideológicas del pasado nacional y de la identidad de los “españoles”, y de si la expulsión fue buena, mala, o un mal necesario. Lo que está realmente en juego es la adhesión o no a un espejismo, es decir, a la ideología de que existieron, y por lo tanto pueden existir, sociedades homogéneas, y que esa homogeneidad traerá la armonía y la ausencia de conflicto. Es un espejismo cuajado de peligros.
Para SABER MÁS:
- Kenneth Garrad,“The Original Memorial of Don Francisco Núñez Muley,” Atlante 2, 4 (1954): 199-226.
- Mercedes García-Arenal y Gerard Wiegers (eds.) Los moriscos: expulsión y diáspora. Una perspectiva internacional. Valencia, Universitat de Valencia, 2013. Traducido al inglés y ampliado, The expulsion of the Moriscos from Spain: A Mediterranean Diaspora. Leiden, Brill, 2014.
- Mercedes García-Arenal y Felipe Pereda (eds.) Sangre y leche. Raza y religión en el Mundo Hispánico Moderno.Madrid, Marcial Pons, 2021, en prensa (fecha de aparición, septiembre 2021).
- Ahmad b. Qasim al-Hajari (Diego Bejarano), Kitab Nâṣir al-Dîn ‘Alâ ‘l-Qawm al-Kâfirîn (The supporter of religion against the infidel). General introduction, critical ed. de trad. P.S. van Koningsveld, Q. al-Samarrai and G.A.Wiegers, Madrid, CSIC, 2015. Existe traducción al árabe por Jaafar ben al-Hajj al-Sulami (Tetuán, 2019) y también una traducción del Kitâb Nâṣir al-Dîn al español por Adil Barrada y Celia Téllez, El Periplo de al-Ḥayarî. Madrid, Diwan Mayrit, 2019.
- La Guerra de las Alpujarras. Desperta Ferro Ediciones, No. 25, Diciembre 2016
- José soto Chica. Hasta que pueda matarte. Desperta Ferro Ediciones, octubre 2024.
COMENTARIOS