HISTORIA. Las rutas comerciales desde Roma hacia Oriente

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08 enero 2023.- Cuentan las crónicas chinas que en el año 166 d.C. se presentaron en la corte imperial de Luoyang unos embajadores que decían venir de parte del emperador romano Marco Aurelio. Habían navegado desde Malasia, por la costa de Tailandia y Vietnam, hasta atracar en un puerto chino en la desembocadura del río Rojo, en el golfo de Tonkín. Después, escoltados por las autoridades militares chinas, recorrieron casi 2.000 kilómetros, pasando por numerosas fortalezas y ciudades amuralladas.

Durante gran parte del viaje, los comerciantes estuvieron protegidos por el poder de China y Roma bajo la Pax Sinica y la Pax Romana. Los estados y ciudades a lo largo del camino se beneficiaron del cobro de impuestos y cuotas. Cuando se volvieron demasiado onerosos, como sucedió con los iraníes, los países comerciantes buscaron abrir nuevas rutas.

Así, en el siglo I d.C. se abrió una ruta marítima que unía el puerto de Guangzhou (Cantón), en el sur de China, a través del Estrecho de Malaca y la Bahía de Bengala hasta la India, y luego a través del Golfo Pérsico o Mar Rojo hasta el Oriente romano hasta el Mediterráneo. Después de la caída de la dinastía Han y el Imperio Romano Occidental, la dinastía Tang (T'ang) en China y el Imperio Bizantino continuaron las relaciones comerciales.

La expectación ante la llegada de los viajeros a la corte china fue enorme. Desde hacía mucho tiempo, los chinos sabían de la existencia del Imperio romano, al que conocían con el nombre de Da Qin, «la gran China», porque consideraban que ostentaba un poder equiparable al suyo. Pero ésta era la primera vez que se establecía un contacto directo.

IZQUIERDA: Placa del tesoro de Bagram, ciudad del actual Afganistán muy influida por la cultura helenística. La placa muestra a una mujer y una chica tocando la flauta. Foto: Album. DERECHA: Vaso de cristal con una escena mitológica elaborado en Bagram y localizado en la Alejandría egipcia. Museo Guimet, París. Foto: Scala, Firenze.


Sin embargo, cuando los embajadores se presentaron, se vio que sólo traían consigo «baratijas» adquiridas en el Sudeste asiático: marfil, cuernos de rinoceronte, caparazones de tortuga; nada, en suma, que evocase la gloria de Roma. El emperador chino y sus cortesanos se preguntaron si no serían más bien mercaderes occidentales que vivían en Asia, aunque viniesen de parte del emperador de Roma. También les extrañaba que hubieran venido por Vietnam, pues para los chinos la ruta normal entre Oriente y Occidente era el corredor de Gansu, el camino que conectaba la cuenca del río Amarillo con Asia Central. Ésa era la vía que siguió en el siglo II a.C. el diplomático Zhang Qian en su viaje de exploración por aquella región, que suele considerarse como el inicio de la Ruta de la Seda.

Por parte occidental, el interés por la gran ruta a través de Asia también se había iniciado hacía tiempo. La presencia occidental en Asia Central se remonta a la época de Alejandro Magno, quien llevó sus tropas hasta el Indo y fundó varias ciudades en la región. Pero los primeros contactos con el Lejano Oriente se establecieron por mar, siguiendo una ruta que partía de Alejandría, capital del Egipto gobernado por la dinastía de los Ptolomeos. 

Alejandría en Egipto. Esta ilustración recrea la vía principal de la ciudad de Alejandría, que fue el mayor puerto del Mediterráneo antiguo. Foto: Jean-Claude Golvin. Musée départemental Arles Antique © Jean-Claude Golvin / Éditions Errance.


Alejandría, puerto de entrada de productos orientales

Tras la conquista romana de Egipto, Alejandría se convirtió en el principal puerto de entrada de productos orientales. Éstos llegaban a la costa del mar Rojo y se transportaban Nilo arriba hasta la ciudad, desde donde eran distribuidos por todo el Mediterráneo. Los orientales llegaron a ser una presencia muy común por las calles alejandrinas, hasta tal punto que, como contaba Marcial en un poema, una dama romana podía beber los vientos por su mercader indio de piel morena. Sirios, árabes, persas y algunos indios se sentaban al lado de griegos y romanos como público en conferencias o recitales. Es más, se llegaron a representar comedias ambientadas en la lejana India, en las que aparecía un rajá borracho y lujurioso, un capitán de barco esperando ansioso un viento monzónico favorable o un bufón que ahuyentaba con sus ventosidades a unos indios que lanzaban amenazas en su lengua nativa. Los tópicos sobre Oriente se imponían en el Egipto grecorromano. 

Todo ese tráfico de mercancías y personas procedentes del Índico pasaba obligatoriamente por Copto (Qift), un emporio comercial a orillas del Nilo desde el que partían varias rutas caravaneras por el desierto oriental de Egipto en dirección al mar Rojo. Antes de ponerse en camino, las caravanas pagaban un peaje según diversas tarifas: los artesanos abonaban ocho dracmas, los marineros cinco, las esposas de soldados veinte... Las prostitutas, por su parte, debían pagar 108 dracmas… El viaje por el desierto se hacía de noche, para así evitar el calor, pasando por las guarniciones militares apostadas a lo largo del camino, donde las caravanas podían detenerse y abastecerse de agua y comida antes de reanudar la marcha.

Los puertos del mar Rojo que registraban mayor actividad eran Myos Hormos (Quseir al-Qadim), a unos 170 kilómetros de Copto –unos cinco o seis días de camino–, y Berenice (Baranis), unos 400 kilómetros más al sur –o unos doce días de camino–. Hasta allí viajaban en caravanas los agentes comerciales de Grecia, Egipto y Arabia, que recibían cargamentos de marfil, perlas, ébano, sándalo, seda china y especias, mientras veían zarpar barcos de vuelta a la India cargados con vino y otros productos occidentales. El tráfico era intenso: hasta 120 naves zarpaban cada año rumbo a la India tan sólo desde Myos Hormos, mientras que antes, bajo el reinado de los Ptolomeos, eran muy pocos los que, como Eudoxo de Cícico, se habían atrevido a comerciar con mercancías indias.

Tejidos de púrpura y seda. Pintura mural de la Villa de los Misterios, en Pompeya, del siglo I d.C. Foto: Luciano ROmano / Scala, Firenze.


Del mar Rojo al Índico

Un portulano del océano Índico de época romana, conocido como el Periplo del mar Eritreo, menciona los principales puertos indios a los que arribaban esos navíos mercantes: Barygaza (Bharuch), en Gujarat, y Muziris (Pattanam) y Poduke (Arikamedu), en el Decán. Los rajás habían atraído hasta esos puertos a un buen número de extranjeros. En Muziris, por ejemplo, llegaron a ser tantos que hasta erigieron un templo dedicado a Augusto. No sólo residían allí mercaderes, sino también músicos, concubinas, intelectuales y hombres de religión. Incluso un joven estudiante de Alejandría, en vez del típico crucero por el Nilo, podía decidir embarcarse hacia la India y emprender así un viaje de varios meses con sus amigos.

Sin embargo, eran pocos los que se aventuraban más allá de la India. El mismo Periplo confirma que la seda venía desde China y que se traía por tierra a través del Himalaya hasta el puerto indio de Barygaza. A los chinos se los conocía como los seres («hombres de seda»), pero muy pocos los habían visto en persona. Había incluso quien pensaba que los chinos eran hombres altos, de ojos azules y cabellos rubios (quizá porque los confundían con los intermediarios de rasgos caucásicos que comerciaban con los chinos en Afganistán). Igualmente, muchos romanos creían que la seda china era una especie de fibra vegetal: así, el poeta Virgilio evocaba el modo en el que «los seres peinan los vellones finos de las hojas», como si fuera una pelusa que caía de los árboles. Nadie ignoraba la existencia de un lejano país donde se producía una fina tela que luego se tejía con hilo de oro en Alejandría o se teñía con la púrpura de Tiro, pero la ubicación exacta de esta especie de El Dorado se desconocía.

Puerta de entrada a China. El paso de Khunjerab, a más de 4.500 m de altitud (en la fotografía), conduce a la ciudad de Tashkurgan, en la actual región china de Xinjiang, que fue una de las etapas de la Ruta de la Seda en la Antigüedad y la Edad Media. Foto: Getty Images.


Lo cierto es que los mercaderes no solían ir a China directamente desde la India, sino que primero navegaban desde el Decán hasta la isla de Taprobane (Sri Lanka) y luego, atravesando el estrecho de Malaca, seguían hasta Catígara (Oc-Eo), en el delta del río Mekong, en Vietnam. Allí mismo se han hallado piedras preciosas talladas con motivos de inspiración romana y hasta medallas con las efigies de Antonino Pío y Marco Aurelio junto a otros objetos chinos e indios, lo que testimonia la vitalidad de ese enclave comercial. Esto hace pensar que quizá los supuestos embajadores romanos en China, esos que se presentaron en la corte de Luoyang de parte de Marco Aurelio, eran mercaderes que se encontraban en ese momento en Catígara (o, por lo menos, no estaban muy lejos de allí).

La peligrosa ruta terrestre

Cabe preguntarse por qué esos mercaderes preferían ir a Oriente por mar en vez de a lomos de camellos a través de las estepas y los desiertos de Asia Central. Las rutas terrestres habían sido siempre las más usuales. Los nabateos traían el incienso en caravanas desde Yemen hasta Petra, para después introducir ese producto en el Mediterráneo a través de los puertos de Gaza y El-Arish, mientras que los mercaderes de Palmira, la legendaria «Venecia de las dunas», importaban sedas, perlas y todo tipo de especias desde Mesopotamia y el golfo Pérsico. 

Pues bien, la respuesta a nuestra pregunta se encuentra en las fuentes chinas: los emperadores romanos siempre habían querido ponerse en contacto con China directamente y sin intermediarios, pero se lo impidieron sus enemigos partos, dueños de un poderoso imperio en tierras de los actuales Irán, Afganistán y Pakistán, quienes desviaban las caravanas hacia los puertos y mercados que estaban bajo su control.

Los romanos hicieron numerosos intentos de abrir nuevas rutas terrestres hacia Oriente. Una de esas tentativas corresponde a un tal Isidoro de Cárax, supuestamente al servicio del emperador Augusto, que describió las rutas desde la Siria romana hasta la región de Aracosia, en Afganistán, en un opúsculo titulado Estaciones párticas. La información que da es escueta, pero de gran interés militar, pues proporciona las distancias entre unas poblaciones y otras y menciona dónde hay plazas fuertes y tesoros reales y hasta los puntos en los que un contingente romano puede conseguir suministros o vadear un río. 

Una corte sofisticada. En tiempos de la dinastía Han, el macedonio Maes Titianus se propuso llegar a su capital, Luoyang. Este relieve de época Han muestra a unos músicos entreteniendo a varios cortesanos. Foto: Met / Album.

También sabemos que un tal Maes Titianus, macedonio de origen, sufragó una expedición comercial hacia China. Los agentes al servicio de este mercader comenzaron su viaje en Hierápolis Bambyké (la actual Manbiy, en Siria), descendieron por Mesopotamia y cruzaron el Tigris para continuar su viaje hasta llegar a Bactra (Balj, en Afganistán). Eso sólo representaba la mitad del camino hasta China. Después tendrían que seguir por el noreste para llegar, unas semanas más tarde, a Tashkurgan, el paso fronterizo que daba acceso al curso superior del río Yarkand; y después necesitarían otros diez días más para alcanzar Kashgar, en la cuenca del Tarim, teniendo que atravesar luego la cordillera del Pamir para entrar en territorio chino. 

No se sabe si estos agentes de Maes Titianus llegaron hasta la capital del Imperio Han (las fuentes chinas especifican que el primer contacto con Occidente fue el ya mencionado de los mercaderes que viajaron desde Malasia en 166 d.C.), pero sí que que habrían invertido casi dos años en una larga travesía por toda Eurasia. Si comparamos este tiempo con las pocas semanas que se necesitaban para atravesar el océano Índico desde los puertos del mar Rojo, se entiende que una misión como la de Maes Titianus fuera algo excepcional. Lo más fácil hubiera sido adquirir tejidos de seda en los mercados de Grecia y Roma: al menos, uno podría escuchar las fantásticas historias que contaban esos comerciantes sobre sus viajes (muchos, para pedir más dinero por lo que vendían) y así soñar con esos lejanos países donde poder conseguir sus preciados productos.

Cartografía: Eosgis.com

Los mercaderes o emisarios romanos que deseaban llegar al Lejano Oriente seguían un trayecto que puede dividirse en tres grandes etapas. La primera era la que los llevaba hasta las fronteras orientales del Imperio, ya fuese Palmira, en el desierto sirio, o Alejandría, en Egipto. El segundo tramo se hacía a través del Imperio parto hasta Bactria, en el actual Afganistán, gran nudo de comunicaciones entre Occidente y Oriente. La ruta continuaba luego a través de la cordillera del Pamir, por pasos que superan los 5.000 m de altura, y rodeando el desierto de Taklamakán hasta penetrar por fin en territorio chino y dirigirse a su capital, Pekín. La vía marítima, por su parte, la más utilizada por griegos y romanos de la Antigüedad, partía de Alejandría, seguía por el mar Rojo hasta la costa india y, tras bordear la península malaya, llegaba hasta el sur de China.


Arqueología y la Ruta de la Seda
Se han realizado estudios recientes en lugares clave a lo largo de la Ruta de la Seda en los sitios de la dinastía Han de Chang'an, Yingpan y Loulan, donde los productos importados indican que se trataba de importantes ciudades cosmopolitas. Un cementerio en Loulan, que data del siglo I d. C., contenía entierros de personas de Siberia, India, Afganistán y el mar Mediterráneo. Las investigaciones en el sitio de la estación Xuanquan de la provincia de Gansu en China sugieren que hubo un servicio postal a lo largo de la Ruta de la Seda durante la dinastía Han.

Una creciente masa de evidencia arqueológica sugiere que la Ruta de la Seda pudo haber estado en uso mucho antes del viaje diplomático de Zhang Qian. Se ha encontrado seda en las momias de Egipto alrededor del año 1000 a.C., tumbas alemanas que datan del 700 a.C. y tumbas griegas del siglo V. Se han encontrado productos europeos, persas y de Asia Central en la ciudad capital japonesa de Nara. Ya sea que estos indicios finalmente demuestren ser evidencia sólida de comercio internacional temprano o no, la red de pistas llamada Ruta de la Seda seguirá siendo un símbolo de hasta dónde llegará la gente para mantenerse en contacto.

Mercaderes de telas. Dos comerciantes muestran una tela a los posibles compradores. Bajorrelieve romano del siglo II d.C. Museo de la Civilización Romana, Roma. Foto: Scala, Firenze.

Para saber más:

J.N. Robert. De Roma a China. La ruta de la seda en la época de los Césares. Stella Maris, Barcelona, 2015

Juan Pablo Sánchez Hernández. Oriente y Occidente en la Antigüedad Clásica. Síntesis, Madrid, 2019.

 Brian McElney y Andrew Hoste. Romans on the Silk Road. Primrose, 2019

Christian D. 2000. Silk roads or steppe roads? The Silk Roads in world history. Journal of World History 11(1):1-26.

Dani AH. 2002. Significance of Silk Road to human civilization: Its cultural dimension. Journal of Asian Civilizations 25(1):72-79.

Fang J-N, Yu B-S, Chen C-H, Wang DT-Y, and Tan L-P. 2011. Sino-Kharosthi and Sino-Brahmi coins from the silk road of western China identified with stylistic and mineralogical evidence. Geoarchaeology 26(2):245-268.

Hashemi S, Talebian MH, and Taleqni EM. 2012. Determining the Position of Ahovan Caravansary in Silk Road Route. Journal of Basic and Applied Scientific Research 2(2):1479-1489.

Liu S, Li QH, Gan F, Zhang P, and Lankton JW. 2012. Silk Road glass in Xinjiang, China: chemical compositional analysis and interpretation using a high-resolution portable XRF spectrometer. Journal of Archaeological Science 39(7):2128-2142.

Wang S, and Zhao X. 2013. Re-evaluating the Silk Road's Qinghai Route using dendrochronology. Dendrochronologia 31(1):34-40.

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