CIENCIA. El papel de la música en la evolución de la especie humana

  Asurbanipal mandó hacer en el siglo VII a.C. una serie de bajorrelieves en un palacio asirio de Nínive en los que se relata su victoria so...

 

Asurbanipal mandó hacer en el siglo VII a.C. una serie de bajorrelieves en un palacio asirio de Nínive en los que se relata su victoria sobre el antiguo reino de Elam y la entronización de Ummanigash, hijo del rey elamita Urtak, que gobernó este reino durante un año. Este fragmento es una de las representaciones artísticas más antiguas en las que aparecen músicos. Foto: G. Nimatallah/ DEA / AGE Fotostock.

Yacimientos arqueológicos y experimentos neurocientíficos aportan pistas sobre el origen y la evolución de la música en nuestra especie. Es posible que esta capacidad surgiese antes que el propio lenguaje

15 marzo 2023.- A primera vista, nada apunta a que la cueva eslovena de Divje Babe sea el lugar ideal para buscar los orígenes de la música. Su nombre significa literalmente «mujeres salvajes», en alusión a las brujas que, según la tradición local, vivían aquí, a media ladera, unos 230 metros por encima del río Idrijca. Pero los arqueólogos no van en busca de brujas. 

Desde el año 1978 se excava en este lugar una página relevante de la historia de la evolución humana. Entre los diversos estratos de ocupación, destaca uno: el Estrato 8. Data de entre 50.000 y 35.000 años de antigüedad y alberga vestigios evidentes de la presencia de Homo neanderthalensis, la especie que rivalizó con la nuestra en el período crítico en que se definió el camino que llevaría a nuestros antepasados a dominar el mundo.

En 1995 un equipo de excavación dirigido por Ivan Turk descubrió un singular fémur de oso de las cavernas en el Estrato 8, el que corresponde a la ocupación de los neandertales. Aquel hueso fragmentario de un animal joven presentaba cuatro orificios alineados. Con un escepticismo encomiable, este investigador esloveno fue el primero en plantear la hipótesis de que los agujeros no eran más que marcas hechas por carnívoros. Había otras piezas similares en yacimientos de la misma cronología, y hasta entonces no se había dado mayor importancia a ninguna de ellas. Metódicamente, el equipo esloveno intentó replicar los agujeros en otros huesos o hacerlos coincidir con mordeduras de animales. Nada encajaba.


Mikel Bilbao Gorostiaga / Alamy / Museo Nacional de Eslovenia (1); NPL / ACI, Museo del Louvre, París (2); Bridgeman / ACI, Parque de las Ciencias de Andalucía-Granada (3); Scala / Museo de Bellas Artes de Boston (4); Bridgeman / ACI, Academia Real de Música, Londres (5); IStock (6); Bridgeman / ACI, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York (7).

Se materializó entonces otra posibilidad: ¿y si las marcas las hubiesen producido homínidos con la intención de fabricar una flauta? La hipótesis era arriesgada y controvertida, como pronto quedaría demostrado. Implicaba que también los neandertales poseían conocimiento simbólico y pensamiento creativo. Si llegaba a confirmarse, estaríamos ante el instrumento musical más antiguo del mundo... y no lo habría fabricado nuestra especie.

En el mundo de la arqueología, el asunto desató una tormenta. Los artículos y el equipo fueron atacados. Cajus G. Diedrich atribuyó las marcas de la «flauta» a la acción de las hienas, cuya dentición casaría con los orificios, aunque hoy día aún no se han hallado rastros de estos animales en la región. Otros autores sugirieron que el causante podría ser el propio oso de las cavernas. En 2014 el músico Ljuben Dimkaroski contribuyó a complicar el embrollo. Estudió la flauta de Divje Babe, creó una réplica a la que llamó TIDLDIBAB (prefirió no utilizar el término «flauta») y confirmó que era posible extraer tres octavas y media del instrumento e interpretar con él cualquier pieza contemporánea. El vídeo circula en internet y suena como el ensayo corriente y moliente de cualquier alumno de primero de conservatorio.

El debate sigue vivo. El propio Turk, que tuvo la elegancia de enviarnos tanto sus artículos como los que lo rebaten, es pragmático: «No quiero imponer una interpretación u otra –afirma–. En este tema nadie, y yo el primero, puede creerse en posesión de la verdad». Lo cierto es que nada es sencillo en el debate sobre la música y su papel en la evolución.

En el ámbito de la arqueología, el arqueólogo Steven Mithen, de la Universidad de Reading, en Inglaterra, especialista en prehistoria que se autodefine como «melómano de, por desgracia, escaso talento», ha articulado una respuesta original: un modelo teórico en el que la música asume un papel preponderante en la evolución de los homínidos modernos. Por si esta idea no bastase para animar el debate, tituló su libro The Singing Neanderthals (es decir, «los neandertales cantantes», aunque en la traducción española se tituló Los neandertales cantaban rap).

La flauta eslovena es uno de tantos ejemplos. Las piedras, las conchas, las «flautas» de hueso o de marfil y los instrumentos de percusión prácticamente no dejan rastro. Por ello Mithen debe adoptar métodos detectivescos y buscar pistas indirectas.

Una de ellas es morfológica y está repartida por cientos de museos antropológicos. Muchos de nuestros primeros antepasados simplemente carecían de la fisiología necesaria para emitir vocalizaciones elaboradas o percibir frecuencias amplias. La capacidad craneal de las especies anteriores al género Homo no dejaba espacio más que para la lucha diaria por la supervivencia. Emitirían sonidos, como los primates actuales, quizás incluso cantos colaborativos como los gibones modernos, pero difícilmente construirían un sistema elaborado de comunicación musical.

Sin embargo, en nuestra evolución existe un momento decisivo: hace aproximadamente dos millones de años surgió Homo ergaster, una especie que se concentraba en pequeños grupos para compartir la caza del día y tal vez para mejorar sus posibilidades de supervivencia. En esos banquetes colectivos –unas veces en el suelo, otras en las copas de los árboles–, Mithen cree que, a base de gestos y vocalizaciones, podría haber nacido otro tipo de comunicación. «No sería un idioma, porque carecía de gramática y sintaxis», explica. Sería una comunicación holística, en el sentido de que no podría componerse de elementos segmentados. Sería manipulativa, pues influía sobre los estados emocionales y los comportamientos propios y ajenos. Tal vez fuese multimodal (ya que utilizaría el sonido y el movimiento) y musical, dado que reproduciría el dominio del tempo, del ritmo y de la melodía en todo cuanto transmitiese. Y sería mimética, pues se valdría del simbolismo sonoro, los gestos y cierta teatralidad.

Para denominarla, Mithen acuñó el creativo término «sistema de comunicación Hmmmmm, algo que no existía en los primates no humanos, pero a la vez muy diferente del lenguaje humano posterior».


La historia de la evolución humana es un largo camino de adaptaciones no lineales. Con anterioridad, hace unos 2,3 millones de años, Homo habilis desarrolló una mayor capacidad bucal que posteriormente abrió la puerta a nuevas capacidades de vocalización. H. ergaster mejoró el aparato respiratorio, lo cual diversificó la expresión oral. La bipedestación permitió una reconfiguración anatómica que potenció la capacidad expresiva del rostro, aceleró el ritmo de la marcha y amplió las posibilidades de movimiento corporal. El lenguaje debió de surgir en algún punto de esta evolución, hace entre 200.000 y 70.000 años, pero la música, como expresión de comunicación entre individuos, pudo haber seguido una senda diferente.

La evolución es un árbol con muchas ramas, algunas conocidas desde los albores del siglo XX. Es el caso del Homo heidelbergensis, especie predecesora de los humanos modernos y los neandertales, que surgió hace 500.000 años. Durante algún tiempo la mandíbula hallada cerca de la ciudad alemana de Heidelberg y otros fósiles similares generaron debates a propósito de su correspondencia con fósiles anteriores encontrados en África y con los de especies europeas más tardías. 

En el año 2019 la Asociación Estadounidense de Antropología Biológica llegó a hablar de «cajón de sastre» para referirse al artificio taxonómico de incluir una diversísima gama de fósiles indefinidos dentro de H. heidelbergensis, e instaba a proceder con más cautela.

Sea como fuere, parece evidente que se produjo una divergencia posterior, como un injerto, en el árbol de los homínidos: una rama generó el neandertal, con enorme capacidad craneal, complexión física fuerte, dominio de herramientas complicadas, dimorfismo casi nulo entre machos y hembras, pero sin capacidad aparente de pensamiento simbólico; de la otra rama surgió Homo sapiens, inteligente, creativo, adaptable y dotado de capacidad de expresión lingüística y pensamiento artístico, como demuestra el techo de Altamira.


En 1993, la revista Nature publicó un estudio que asociaba el hecho de escuchar música clásica con mejores resultados en las pruebas de inteligencia espacial: se denominó «efecto Mozart». Investigaciones posteriores no han confirmado esos resultados, y esta teoría sigue siendo objeto de estudio. Quizá no sea posible cuantificar el placer que nos genera un concierto, pero la música sigue ejerciendo una enorme fascinación en nuestra cultura. Foto: Martin Barraud /IStock.


La propuesta más novedosa de Steven Mithen es la hipótesis de que tal vez los neandertales desarrollaron un lenguaje musical mientras los humanos modernos empezaban a desarrollar un lenguaje verbal. Hay lenguas contemporáneas que siguen tirando de onomatopeyas para describir aspectos de la naturaleza, como nombres de aves o de ríos. Debía de existir un simbolismo sonoro, es decir, el ritmo expresaría emociones. Seguramente habría gestualidad, probablemente más que en nuestra especie. Mithen concibe el lenguaje neandertal como una pantomima con la que expresar y transmitir información, útil y brillante frente a los métodos de los homínidos anteriores, pero no tan eficaz como el de nuestros antepasados. Y quizás eso haya sido un factor determinante en el resultado del viaje humano.

Desde el punto de vista neurológico, el lenguaje y la música tienen coincidencias. Las áreas cerebrales que se activan cuando nos expresamos con arreglo a la gramática y la sintaxis son parecidas a las que utilizamos cuando cantamos, hacemos pausas y usamos ritmos. La capacidad musical no es una mera cuestión neurológica. Incluye vertientes artísticas y culturales, además de tener un fuerte componente genético. Implica la activación de vastas áreas cerebrales, una sinfonía de colores que cualquier electroencefalograma (EEG) de un músico revela con suma expresividad.

En su obra de 1871 El origen del hombre, Charles Darwin intuyó correctamente que la omnipresencia de la música en todas las culturas humanas y el desarrollo espontáneo de capacidades musicales en todos los bebés debía de corresponder a alguna ventaja evolutiva, pues la vocalización musical probablemente precedió al desarrollo del lenguaje. Propuso que tal vez facilitasen el cortejo entre hombres y mujeres, extremo que salta a la vista a poco que uno se pase por un salón de tango de Argentina o por una discoteca de Lisboa.

Nunca sabremos cómo sonaba la música egipcia, asiria, griega o romana, y mucho menos la de nuestros antepasados prehistóricos, que cantaban para pasar el tiempo refugiados en sus cuevas. Los pentagramas y las notaciones musicales no llegaron hasta el siglo X, lo que implica que toda la música creada por nuestra especie antes de ese momento nos llegue como un eco vago, un ruido casi indistinguible procedente de las profundidades del tiempo, pero extrañamente familiar.

Fuente: National Geographic

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