Escapada a Sigüenza (Guadalajara)
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Lleva años siendo sinónimo de escapada, casi siempre con el apellido "medieval" en el imaginario colectivo. Sin embargo, la Sigüenza actual transciende a su pasado. De hecho, se ha convertido en un ambicioso destino que conjuga su indiscutible patrimonio con una gastronomía envidiable y con un espíritu curioso e inconformista.
01 enero 2024.- Ejemplo turístico donde los haya, Sigüenza, en la provincia de Guadalajara, conserva intacto su casco antiguo de origen medieval y su valor más universal: el sepulcro de un joven que parece mirarnos desde la eternidad, una de las estatuas españolas más conocidas.
De los muchos atractivos artísticos y culturales con los que cuenta esta ciudad manchega, es la Catedral el más destacado de sus monumentos. Su construcción comenzó en el siglo XII, aunque las obras se prolongaron hasta el XV. De estilo gótico cisterciense, está flanqueada por dos torres macizas y un gran rosetón.
UN POCO DE HISTORIA
En enero de 1124, Sigüenza fue conquistada por las tropas cristianas al mando del obispo Bernardo de Agén. Terminaban así varias décadas de tira y afloja entre cristianos y musulmanes, que se habían disputado el control de la Serranía manchega.
La ciudad ya había sido capturada por las tropas del rey de León unos 40 años antes, pero pronto fue recuperada por los musulmanes, que establecieron en ella una guarnición permanente. La de 1124 fue la conquista definitiva y situó a Sigüenza como capital de un extenso obispado.
La captura de Sigüenza se produjo en un momento crucial de la Reconquista, en la que la dinastía bereber de los almorávides había sufrido un importante golpe a raíz de la conquista de Zaragoza por parte del rey aragonés Alfonso I. Aprovechando la crisis que supuso esto para el bando musulmán, los soberanos de los diversos reinos cristianos vieron una oportunidad para expandir sus territorios, lo cual sin embargo también les ponía en una situación de competencia.
En León el príncipe Alfonso, hijo de la reina Urraca y futuro rey Alfonso VII, vio la ocasión para recuperar los territorios que pocas décadas antes habían pertenecido a su abuelo Alfonso VI; y sabía que debía tomarlas antes de que lo hiciera el rey aragonés, cuyas tropas avanzaban rápidamente hacia el sur y había llegado a un pacto con el arzobispo de Toledo para obtener su apoyo.
El Castillo de los Obispos es el monumento más emblemático de Sigüenza. A pesar de su nombre, es de época andalusí. Randi Hausken CC
Bernardo de Agén, nombrado obispo de Sigüenza, fue quien finalmente conquistó la ciudad, lo cual situaba a la Iglesia en una posición privilegiada para decidir el futuro de la ciudad. Esto beneficiaba a todos, ya que de este modo el rey leonés recuperaba sus tierras mientras que el aragonés tenía la retaguardia cubierta para concentrarse en su objetivo prioritario, la conquista de Lleida, sin temer un posible contraataque musulmán. Y aunque Sigüenza pasara a formar parte de los dominios leoneses, era el obispo quien ostentaba el mayor poder, lo que suponía una cierta tranquilidad para el rey de Aragón.
La Reconquista cristiana trajo importantes cambios para Sigüenza, debidos sobre todo al hecho de haberse convertido en sede de un extenso obispado. Inicialmente la localidad fue dividida en dos mitades: la Segontia superior bajo el control de Alfonso VII y la Segontia inferior para el obispo y su cabildo. Pero en 1146 el rey procedió a la unificación administrativa de ambas, bajo la autoridad del obispado.
El símbolo físico más visible fue la construcción de la catedral, que se extendió hasta el siglo XVI; así como de una cinta de murallas para defender la ciudad, dominada por un castillo de época andalusí. Y es que, a pesar de que no volvió a ser capturada por los almorávides, Sigüenza seguía estando expuesta a incursiones al encontrarse cerca de dos enclaves musulmanes, Algora y Mirabueno; y situada en la cuenca del río Henares, que facilitaba el desplazamiento de tropas y provisiones para un posible asedio.
Vista lateral de la Catedral. Manuel Delgado Tenorio (CC)
QUÉ VER EN SIGÜENZA
La mejor carta de presentación de Sigüenza es su castillo. Y no, no se trata de una figura retórica, es que la presencia de esta monumental fortaleza es lo primero que advierte al viajero de que está en una localidad diferente. Su magnetismo es indiscutible, como si su emplazamiento, otrora intimidante, ahora sea un referente para todo aquel que viene de fuera a buscar su dosis correspondiente de medievalismo. Si de lejos este edificio sorprende, de cerca es una auténtica delicia.
Levantado en el siglo XII, no solo representa el poder militar cristiano tras la reconquista consumada en 1124 por Bernardo de Agén, sino que recuerda a todos que desde época romana aquí había un edificio defensivo. Eso sí, fue con la dominación musulmana cuando se erigió en este cerro una alcazaba de la que no hay restos, pero sí consciencia de su existencia. No obstante, todo lo que hoy se ve en este baluarte es posterior, destacando por encima de todo la preciosa barbacana, construida por orden del Cardenal Mendoza hace más de medio milenio. Antaño residencia de obispos, cardenales y reyes, la fortaleza, hoy en parte hospedaje, conserva salones señoriales y un patio empedrado, entre otros encantos.
FOTO: JAVIER CASTAÑON
Resulta irresistible atravesar sus defensas y llegar al patio, una suerte de síntesis de la arquitectura castellana con su pozo central, sus soportales y sus balcones de madera. Aunque hoy se haya reconvertido en Parador Nacional, sus salones siguen atestiguando los tejemanejes nobiliarios y Reales que aquí tuvieron lugar a lo largo de la historia.
El más famoso, el presidio de Doña Blanca de Castilla, quien estuvo recluida cuatro años entre estos muros tras ser repudiada por el rey Pedro I. Su figura le da nombre al salón más señorial del complejo, pero también a un coqueto cuarto que sobresale en el muro exterior donde la leyenda ubica el zulo de la monarca. No obstante, sus elementos decorativos son impropios de la época en la que vivió, de ahí que sea más un mito y una peculiaridad arquitectónica que otra cosa. La capilla del castillo, hoy desacralizada, completa el recorrido por los rincones con más solera de esta portentosa mole rupestre a la que los años le sientan especialmente bien.
El modo de empleo para continuar la visita por Sigüenza solo sigue una ley, la de la gravedad. Cuando se da la espalda al castillo, aparece una red perfectamente tejida de calles, travesañas y plazuelas que conducen a monumentos y rincones asombrosos. Muchos de ellos basan parte de su encanto en el efecto sorpresa, como es el caso de la iglesia de San Vicente, cuyo pórtico es de un románico sublime, casi canónico.
Eso sí, el máximo homenaje posible a este estilo se despliega en la iglesia de Santiago, cuya estructura bombardeada en la Guerra Civil ahora acoge un centro de interpretación dedicado a las ermitas y templos de la zona. Además, en las últimas excavaciones se ha dado con una auténtica reliquia, el único resto musulmán que atesora la actual Sigüenza: los cimientos de una torre defensiva levantada muy cerca de donde hoy se asienta la muralla oriental.
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Zigzaguear por la parte alta de Sigüenza también depara serendipias medievales menos sacras. Es el caso de la muralla occidental, que se extiende a lo largo de la actual calle Valencia, así como de los portales que antaño abrían el perímetro y que hoy se conservan como auténticas reliquias. Entre ellos destaca el fotogénico Portal Mayor y la Puerta del Hierro, a la que el paso del tiempo ha ido mordisqueando sin por ello restarle ni un ápice de presencia. No muy lejos se abre la Plazuela de la Cárcel, un ágora inesperada en cuyos soportales se improvisan terrazas y se genera un animado ambiente.
Más señorial, si cabe, resulta la plaza sin bautizar a la que mira la casa del Doncel. Este edificio, que data del siglo XV, es un raro ejemplo de arquitectura gótica civil cuya fachada es todo un elogio a este estilo. Dentro espera un museo que sirve como excusa para recorrer su laberíntico interior y hallar curiosas decoraciones mudéjares que, incluso, hacen sospechar que aquí llegó a haber un espacio de oración musulmán. Pero, por encima de las conjeturas, este recinto regala unas vistas imprescindibles: las de las dos torres gemelas que coronan la catedral de Santa María de Sigüenza.
FOTO: A. LÓPEZ NEGREDO
Llegar a este templo supone maravillarse con el tono rojizo que le da la piedra arenisca que cimenta los pinares cercanos. También con las dimensiones de una fachada que, pese a su parca decoración, sobrecoge con sus más de 40 metros de altura que se asoman sobre una plaza mínima. No obstante, la verdadera riqueza de esta gran iglesia está en su interior.
Aquí sobresale su bello claustro, donde a los arabescos góticos se le suma una rejería excepcional que engalana a este auténtico oasis de silencio. También su sacristía mayor, conocida como la de "las cabezas" por la decoración de los casetones en la que están esculpidos los rostros de más de 300 personajes del siglo XVI, cuando fue construida este plateresco anexo a la girola.
En los laterales de la Catedral se suceden un sinfín de capillas, entre las que sobresale la de San Juan y Santa Catalina, donde se encuentra el sepulcro del doncel Martín Vázquez de Arce, muerto a los 25 años cuando participaba en la conquista de Granada. Era el tiempo de la conquista del último bastión musulmán en la Península por los Reyes Católicos. Construido en mármol marfileño recostado sobre su tumba, es de un gran hiperrealismo escultórico.
Y sin embargo, nada es comparable en belleza al sepulcro del Doncel. No es que su protagonista, Martín Vázquez de Arce, fuera un personaje excepcional. Simplemente fue un joven noble, hijo del secretario de la rica familia Mendoza, quien murió en la conquista de Granada en 1486.
Lo que hace realmente única su sepultura es su belleza tranquila y, sobre todo, la postura con la que se representa al fallecido. Porque ante los ojos del viajero no aparece un héroe de guerra ni un caballero fornido; sino un joven -por edad no tan doncel-, que lee recostado un libro y cuyo principal atributo es su curiosidad y su intelectualidad. A efectos artísticos, es como si la escultura gótica diera un paso en el tiempo para representar una estética y unos valores más propios del Renacimiento. FOTO. ADOBE STOCK
Afuera espera la otra postal prometida de toda visita a esta localidad: la Plaza Mayor. Su construcción, en plena Baja Edad Media, fue un canto a la paz ya que simbolizaba el fin de la Sigüenza fortificada y el inicio del auge comercial. Y, también, obedecía a una necesidad, la de poblar el vacío que había entre el castillo y el río Henares, donde empezaban a proliferar pequeños barrios de gente humilde.
En este ágora emplazaron el mercado, flanqueado por casonas que fueron concedidas a religiosos de alta alcurnia en cuyos soportales hoy hay más actividad hostelera que comercial. Su panorámica está presidida, en un extremo, por la espléndida fachada del Ayuntamiento. En el otro, la Torre del Gallo, antaño atalaya de vigilancia, que se yergue de la catedral como un elemento extraño y, a la vez, icónico.
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Cuesta abajo, el barrio de San Roque, de casas rosadas, parece una extensión estilística de la catedral. Pese a que la Plaza de las Ocho Esquinas pretenda atrapar al viajero con su indiscutible fotogenia, el canto de sirena de la Alameda e mucho más embelesador.
MONASTERIO DE LAS URSULINAS. FOTO: JAVIER CASTAÑON
Los flancos de este espacio verde están marcados por diversas iglesias, a cada cual más singular. En el extremo occidental, la ermita del Humilladero, pese a estar desacralizada, impresiona con su fachada renacentista y su coqueto interior gótico. Justo al otro lado, en el confín oriental, el Monasterio de las Ursulinas rompe con todos los esquemas seguntinos mediante una fachada barroca exquisita, más propia de las iglesias del Quirinal romano que de un pueblo de esta envergadura.
Y en el lateral norte, el gran secreto de Sigüenza, la iglesia gótica de Santa María de los Huertos. Construida a principios del siglo XVI sobre una antigua ermita visigótica, esta joya tardogótica explora, con finura, los límites estéticos de este movimiento en sus cúpulas, altares y decoración. Un fino broche de oro -y nunca mejor dicho- a un recorrido por una localidad asombrosa a la que el apellido «medieval» se le queda corto.
CERCA DE SIGÜENZA
Antes de cerrar nuestra visita a Sigüenza podemos acercarnos hasta Atienza cuyos orígenes se remontan a la época prehistórica. Esta villa medieval conserva la estructura urbanística y el sabor arquitectónico de los tiempos en que constituyó un estratégico lugar fronterizo entre las posesiones cristianas y musulmanas. Su casco histórico está declarado Bien de Interés Cultural.
El detalle más evidente de su vocación militar y fronteriza son las murallas que la bordean (siglos XI-XIII) y las ruinas del castillo (siglo XII), con su torre del homenaje, otros torreones y puertas.
En arquitectura religiosa, ha conservado en parte varios templos románicos: los de la Santísima Trinidad (1200, siglos XV-XVIII), San Bartolomé (mediados siglo XII-siglo XVI), San Gil (siglos XIII-XVI) y de Nuestra Señora del Val (siglos XII-XVI). Otros edificios religiosos son la iglesia arciprestal de San Juan (gótico-renacentista, siglos XV-XVI), la de Santa María del Rey (siglo XVI) y el convento de San Francisco (gótico, finales siglo XIV).
En arquitectura civil, destaca la Casa del Cordón (gótica, siglo XV) y el hospital o convento de Santa Ana (siglo XVIII), además de las numerosas casonas blasonadas del siglo XVI.
Vista del castillo de Atienza
Como alternativa de naturaleza, tenemos la opción de acercarnos hasta el Parque Natura de Pelegrina y el barranco del río Dulce. Esta ruta permite llegar desde la ciudad medieval de Sigüenza al corazón del Parque Natural en Pelegrina. Distancia: 11,5 km. en el Parque (2 km. más desde Sigüenza) Duración aproximada: 2 horas ida (una más desde Sigüenza) Dificultad: baja/media, por distancia. Señalización: balizas de la ruta del Quijote.
Este recorrido circular permite descubrir el paraje más abrupto del Parque, la Hoz de Pelegrina, con sus agujas, torres, ciudades encantadas, arcos de piedra, cascadas, etc. Distancia: 4 km. Duración aproximada: 1-2 horas ida y vuelta. Dificultad: baja/media, aunque es un recorrido llano con un único desnivel destacable de 70 m. de ascenso a Pelegrina, hay que vadear el río. Señalización: balizas de madera Apto para carritos de niño hasta la caseta de Félix.
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