Mercosur, UE
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| Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha asumido un riesgo político al firmar un acuerdo con países latinoamericanos. Fotografía: Sofia Torres/EPA |
Anticipándose a los fuertes vientos proteccionistas que soplarán desde la Casa Blanca de Donald Trump, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha estado respondiendo creando su propio pronóstico económico.
14 diciembre 2024.- La semana pasada, la Sra. von der Leyen voló a Montevideo, 5.000 millas al sur de Washington DC, para concluir de manera polémica las negociaciones de uno de los mayores acuerdos de libre comercio de la historia. El acuerdo comercial del Mercosur, que se ha estado gestando durante veinticinco años, abre el comercio entre la UE y un bloque latinoamericano de socios que incluye a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En teoría, el acuerdo promete un mercado más abierto de 700 millones de personas para productos que van desde la carne argentina hasta los automóviles alemanes. Para los fabricantes europeos, eliminaría los aranceles sobre la mayoría de los bienes. Mientras Trump amenaza con imponer fuertes aranceles a las exportaciones chinas y europeas, esto es una prueba, afirmó la Sra. Von der Leyen, “de que la apertura y la cooperación son los verdaderos motores del progreso y la prosperidad”.
Sin embargo, este análisis optimista no cuenta toda la historia. Desde una perspectiva económica, el acuerdo con el Mercosur tiene sentido para Europa, ya que ofrece un mercado alternativo en caso de que Estados Unidos aplique aranceles y en medio de la continua desaceleración china. También profundiza las conexiones europeas con el sur global, en un momento en que Pekín está haciendo lo mismo de manera sistemática.
Pero las realidades políticas son traicioneras: oponerse al Mercosur es una causa común célebre entre los agricultores europeos, que temen verse socavados por los productores latinoamericanos que no están sujetos a las mismas normas ambientales.
Al final de un año en el que las protestas de los agricultores han sido noticia en todo el continente y los partidos de extrema derecha han explotado el resentimiento rural para atacar la transición verde de la UE, este es un terreno que hay que manejar con sumo cuidado. El acuerdo aún no ha sido ratificado y los estados miembros de la UE están divididos.
Alemania, desesperada por apuntalar su industria exportadora, está firmemente a favor. Francia, cuyos agricultores tienen una inmensa influencia política, se opone implacablemente. Los Países Bajos, Polonia, Austria, Italia e Irlanda han expresado serias reservas.
Menos de un mes después de haber empezado oficialmente su segundo mandato, Von der Leyen está asumiendo un riesgo al avanzar a paso firme en un momento en que existen divisiones. La aprobación de la parte comercial del acuerdo global podría estar sujeta a una votación por mayoría cualificada, lo que significa que Francia no podría ejercer su veto.
Eso sería un estímulo para Marine Le Pen, dado que, en una encuesta reciente , casi dos tercios de los ciudadanos franceses dijeron que ya no tenían confianza en la UE. Mientras tanto, la perspectiva de un frente europeo desunido –con Francia y Alemania enfrentadas– cuando Trump entre en la Casa Blanca no es alentadora.
En el cuarto de siglo transcurrido desde que comenzaron las negociaciones del Mercosur, los efectos negativos de la globalización en determinadas regiones y sectores económicos europeos han generado una reacción que ha beneficiado a la extrema derecha.
Los acuerdos comerciales tienen que ver tanto con la política como con la economía. Para evitar que las consecuencias de este acuerdo eclipsen las ganancias económicas, Bruselas debería establecer como prioridad que los perdedores sean compensados adecuadamente. Eludir una batalla necesaria por los corazones y las mentes, mientras la UE enfrenta nuevos desafíos geopolíticos externos y el auge del nacionalismo euroescéptico interno, no es una opción viable.
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