HISTORIA: TARTESSOS, el reino del oro y la plata

Tesoro de El Carambolo, exhibido en el Museo Arqueológico de Sevilla. (José Antonio Montero Fernández/ CC BY-SA 4.0 ) Según cuenta el An...

Tesoro de El Carambolo, exhibido en el Museo Arqueológico de Sevilla. (José Antonio Montero Fernández/ CC BY-SA 4.0 )

Según cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a.C. las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro desde un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: “El rey Salomón tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram (rey de Tiro), y cada tres años llegaban naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones”. La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el siglo VII a.C.

Durante siglos, la existencia de Tartessos se sustentó únicamente en las fuentes literarias, desde la Biblia hasta los textos de los historiadores griegos, como Heródoto y Avieno, que llegaron a confundir Tartessos con la mítica Atlántida. Incluso Platón describe la Atlántida como “una gran isla, más allá de las columnas de Heracles (estrecho de Gibraltar), rica en recursos mineros y fauna animal”. 

Al margen de la cuestión de la Atlántida, el primer autor que intentó localizar con exactitud Tartessos fue el filósofo Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana. En 1492, Nebrija identificó Tartessos con el río Betis (Guadalquivir) y con el paisaje de brazos marinos que formaba el río en su desembocadura. Pero las conjeturas de Nebrija, emitidas desde la intuición, no contaban con ningún tipo de respaldo arqueológico.

Collar con pendientes

Sólo abandonó su aura de leyenda cuando en 1958 se descubrió el extraordinario tesoro de El Carambolo (se lo llamó así por el cerro de 91 metros de altura, de este nombre, en el que se encontró). El Carambolo se convirtió en la imagen de cabecera de la cultura tartesia. Durante tres años los arqueólogos excavaron el yacimiento desenterrando muros, piezas cerámicas y un gran tesoro, que prueban que Tartessos no era una alucinación de los autores de la Antigüedad.

Piezas de oro del tesoro encontrado. (© José Luiz Bernardes Ribeiro /  CC BY-SA 3.0 )

Así, los estudiosos pudieron delimitar un completo mapa de la civilización tartesia que se extendía por la mitad sur de la Península; Sevilla, Córdoba, Huelva, e incluso en Portugal, el yacimiento de Alcácer do Sal. También cabe incluir en el área tartesia la localidad gaditana de Mesa de Asta, la Asta Regia romana. En los años recientes, la cuestión que más debate ha suscitado en torno a la cultura de Tartessos es la de su relación con el mundo fenicio, a partir del siglo VIII a.C.

Aunque tenía rasgos culturales comunes, Tarteso no fue una sociedad homogénea y no se debe considerar como un reino unitario, y aún menos como un imperio. Cuando Heródoto alude a un reino gobernado por Argantonio, se está refiriendo a un jefe local dentro de lo que los griegos llamaban la Tartéside, donde habría otros reyes o caudillos. Cada gobernante mantendría su independencia política aunque estuviera conectado con otros por un interés económico; es lo que se conoce como sistema heterárquico, o de múltiples jefaturas.

Bronce tartésico conocido como «Bronce Carriazo», en el que aparece representada la diosa fenicia Astarté como diosa de las marismas y los esteros. Museo Arqueológico de Sevilla, España. (José Luiz Bernardes Ribeiro /  CC BY-SA 3.0 )

El contacto con los colonos fenicios procuró a la sociedad indígena un notable desarrollo económico, con la introducción de nuevos oficios y actividades, desde alfareros, orfebres y herreros hasta constructores, estibadores y marineros. Una de las actividades más importantes era el comercio marítimo, que requería una mano de obra muy centrada en la tala de árboles, la construcción de barcos y su carga, al tiempo que se necesitaban grandes cantidades de ánforas y otros contenedores para trasladar las mercancías.

Estos cambios debieron de provocar tensiones entre las comunidades tartésicas y las del interior peninsular por el control de los nuevos recursos económicos, sobre todo los mineros. Además, fomentaron la aparición de nuevos grupos sociales y una organización social mucho más compleja. Aun así, ni en los yacimientos tartésicos ni en las tumbas aparece una especial abundancia de armamento, por lo que resulta difícil saber qué medio de coerción utilizaron las élites de Tarteso para que una sociedad de esa naturaleza mantuviera su dinamismo durante cuatro siglos.

Este magnífico collar de oro, compuesto por siete sellos colgantes, pertenece al tesoro tartésico de El Carambolo, hallado en la localidad de Camas (Sevilla), en 1958. Museo Arqueológico, Sevilla. Foto: Oronoz / Album



Las dudas sobre que Tartessos pueda ser considerada como una cultura diferenciada se han trasladado al Museo Arqueológico de Sevilla donde se exponen las piezas del tesoro de El Carambolo, donde se le atribuyen un origen fenicio. Sin embargo, la mayoría de los especialistas creen que el El Carambolo sí se advierten rasgos específicamente tartesios. Una evidencia de ello se encontraría en el altar con forma de piel de toro que apareció en el epicentro del santuario, con la misma forma de los pectorales del tesoro de El Carambolo. Al parecer, en ningún santuario fenicio se encuentran altares con este perfil; únicamente en territorio hispano. Así, pues, el toro es el salvoconducto de Tartessos para no arder en la pira de las invenciones históricas.

Pectoral con rosetas del tesoro de El Carambolo. (© José Luiz Bernardes Ribeiro /  CC BY-SA 3.0 )

GEOGRAFÍA DE TARTESSOS
DURANTE LOS siglos VIII al VI a.C., el área de influencia tartésica conoció un gran auge económico relacionado con la llegada de los colonos fenicios a la península Ibérica.
(1) LA JOYA
Este asentamiento de la región de Huelva basaba su economía en la producción metalúrgica y en el comercio con los fenicios. En sus tumbas se han hallado ricos ajuares funerarios.
(2) TEJADA LA VIEJA
Situada cerca de las minas de plata de Riotinto, esta ciudad amurallada controló durante los siglos VII y VI a.C. la producción minera y metalúrgica del territorio aledaño.
(3) SEVILLA
Llamada Hispal por los fenicios, la ciudad era un centro de redistribución de las mercancías que entraban y salían por vía fluvial, y también de los productos agrícolas que llegaban del interior.
(4) CARMONA
Controlaba el curso del Guadalquivir y los caminos que se adentraban en el valle. Fue sede de un importante santuario tartesio y centro de distribución de marfiles.
(5) GOLFO TARTESIO
En este enorme lago, conocido como el Sinus Tartesii, desembocaba el Guadalquivir. La ciudad más importante era Caura (la actual Coria del Río), que fue un importante puerto.
(6) CÁDIZ
Este enclave fenicio controló el comercio entre fenicios y tartesios durante el siglo VII a.C. El comercio propició la transformación de los poblados tartesios en núcleos urbanos.


UN GRAN LAGO INTERIOR. Hace tres mil años, la geografía del Bajo Guadalquivir –el espacio donde florecería la cultura tartésica– era completamente distinta a la actual. La desembocadura del río estaba situada mucho más hacia el interior y aquel vertía sus aguas en un gigantesco estuario llamado sinus tartesii, «golfo tartésico». Las marismas de Doñana son un recuerdo de aquella antigua geografía. Foto: Irene Lorenz / Age Fotostock






LA DIOSA ASTARTÉ en un trono flanqueado por esfinges. Hallada en Tutugi (Granada). Siglo VII a.C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

El mundo tartesio se caracterizó, a partir del siglo IX a.C., por una progresiva ocupación de las zonas bajas del valle del Guadalquivir a partir de los primeros poblados, situados en las montañas. En estos asentamientos se registra una tendencia a la especialización. Así, mientras que los núcleos de la zona de Huelva se centraron en la producción metalúrgica, aprovechando los recursos mineros de la región, los enclaves del valle del Guadalquivir se dedicaron a la agricultura y la ganadería, y a actividades comerciales. 

Su economía estaba basada en la metalurgia y la exportación de oro, plata, cobre, estaño, hierro y plomo: el oro abundaba en los ríos del sur y el oeste peninsular,  la plata en Huelva y el curso alto del Guadalquivir, el cobre y el estaño lo obtenían del occidente peninsular y británico y, finalmente, la metalurgia del hierro debió ser introducida por los fenicios , que la conocían gracias a sus relaciones con los hititas. De este modo, el río Guadalquivir se convirtió en el eje de la civilización tartésica, que quedó conectada con el próspero mundo urbano del Levante mediterráneo a través de la fundación fenicia de Gadir (Cádiz). La cultura tartésica, que durante los siglos VII y VI a.C. se difundió por el Alto Guadalquivir, llegó a lugares tan alejados como la actual Zalamea de la Serena, en Badajoz, donde se levantó el imponente recinto de Cancho Roano o el Turuñuelo.


Estela número IV de Cabeza del Buey (Badajoz). Foto: Sebastián Celestino

A partir del siglo VI a.C., las comunidades del suroeste peninsular empezaron a utilizar una escritura propia. Aunque aún no se ha descifrado, sabemos que se escribía de derecha a izquierda y constaba de 51 signos. Los textos conservados son en su mayoría inscripciones sobre estelas, halladas en el Algarve portugués, Andalucía occidental y Extremadura.

Estela de Fonte Velha. Museo Municipal Santos Rocha, Figueira da Foz.
Foto: Rodrigo Pinto, MMSR 




TARTESSOS, LA TIERRA DEL METAL (Cronología)
Ss. X-IX a.C. Los fenicios traban relaciones comerciales con Tartessos, que promoverá la ciudad de Gadir (Cádiz).
Siglo VIII a.C. La influencia fenicia cala hondo en el mundo tartésico, que adopta pautas culturales y religiosas orientales.
Ss. VII-VI a.C. El santuario del Cerro del Carambolo adquiere gran importancia. Gobierno del mítico rey Argantonio.
Siglo VI a.C. Declive del mundo tartésico, quizá debido a la pérdida de los mercados orientales para sus productos.
1912-1930. El arqueólogo alemán Adolf Schulten coteja fuentes y excava infructuosamente en Doñana en busca de Tartessos.

Adolf Schulten
Adolf Schulten (1879-1960). Busca, infructuosamente, en Doñana la antigua Tartessos. Además de su actividad como arqueólogo, Schulten estudió profundamente la etnología y la geografía de Iberia. Tras excavar en el área de Numancia entre 1905 y 1914, este arqueólogo alemán volvió a España una vez concluida la primera guerra mundial, y se enfrascó en la búsqueda de la capital de la legendaria Tartessos de la que hablaban los autores griegos, que él situaba en Doñana. Aunque no tuvo éxito en esta empresa, su “Tartessos. Contribución a la historia más antigua de Occidente”, (1924), constituyó un hito en el estudio de la cultura tartésica.

HALLAZGOS EN EL CARAMBOLO
El origen del tesoro de El Carambolo, un magnífico conjunto de antiguos objetos de oro descubiertos por unos obreros cerca de Sevilla en 1958, se extrajo de unas minas locales. Cuando se descubrió el tesoro de 2.700 años, enseguida generó mucha especulación y debates sobre Tartessos, una civilización que prosperó en el sur de España entre los siglos IX y VI a.C. Fuentes antiguas describían a los tartesios como una cultura rica y avanzada con un rey al frente. Dicha riqueza y el hecho de que los tartesios aparentemente «desaparecieran» de la historia hace unos 2.500 años, ha dado pie a teorías que equiparan a los tartesios con el lugar mítico de la Atlántida.

Elemento con forma de bañera: uno de los hallazgos más insólitos del yacimiento tartésico del Turuñuelo, en Badajoz. ( Fotografía: El País/Carlos Martínez )

Otra parte del debate sostenía que las joyas eran de origen fenicio, una cultura semítica y marinera de Oriente Próximo que llegó al Mediterráneo occidental en el siglo VIII a.C. y estableció un puerto comercial en la actual Cádiz.

El tesoro de El Carambolo es una colección de 21 piezas de oro, entre ellas un collar con medallones con grabados intrincados, varios adornos para el pecho en forma de piel de buey y espléndidas pulseras. Aunque los arqueólogos creen que el tesoro se enterró deliberadamente en el siglo VI a.C., es probable que la mayoría de las piezas se fabricaran dos siglos antes. Aunque el santuario es de tipo fenicio, su altar en forma de piel de toro extendida, que se corresponde con los pectorales del tesoro, sería un rasgo original del mundo tartesio.

La estancia principal del Turuñuelo, de 70 metros cuadrados, cuyo uso estaba claramente vinculado al culto según los investigadores. ( Fotografía: El País/Carlos Martínez )


El material probablemente procedía de las mismas minas asociadas a los dólmenes de Valencina de la Concepción, que datan el 3.000 a.C. y también se encuentran cerca de Sevilla. Los investigadores afirman que las joyas del tesoro de El Carambolo marcan el final de una tradición continua de procesado de oro que comenzó unos 2.000 años antes con Valencina de la Concepción.


LAS RAÍCES FENICIAS

Uno de los temas más discutidos ha sido el origen de ese pueblo. Hasta finales del siglo XX, los especialistas se inclinaban por considerar que Tarteso fue una cultura de gran antigüedad formada a partir de la Edad del Bronce, que se había extendido por una gran área en el suroeste de la península ibérica, en el triángulo formado por Huelva, Sevilla y Cádiz, el denominado «núcleo tartésico». Tarteso, pues, sería una cultura anterior no sólo a la llegada de comerciantes griegos a la zona, sino también al establecimiento de las primeras colonias fenicias en los siglos X-IX a.C.

Sin embargo, el avance de la investigación hace cada día más difícil sostener esta hipótesis. Aunque algunos autores hablan de un período llamado «Bronce final tartésico», en realidad apenas tenemos datos sobre el poblamiento del Bronce Final (siglos XII- IX a.C.) en el suroeste peninsular. Esto no significa que no hubiera una incipiente organización social en la zona, basada en la agricultura y la minería dirigida al comercio de exportación. Por el momento sólo conocemos el caso de Huelva, donde, desde hacía ya un tiempo, existía una comunidad experta en transacciones comerciales con el mundo atlántico (se han hallado objetos hechos de cobre onubense en Francia y las islas Británicas), lo que le dio una posición de privilegio para controlar la explotación de las minas de plata de la zona, como las de la zona de Aznalcóllar.

LA EXPANSIÓN DE TARTESO. Irradiación de la cultura tartésica en el sur de la península ibérica. Cartografía: eosgis.com. Información: Sebastián Celestino

Aquellas comunidades experimentaron una profunda transformación con la llegada de los fenicios. Fue en el siglo IX a.C. cuando comerciantes procedentes de las florecientes ciudades del este del Mediterráneo se establecieron de forma permanente en el suroeste de la Península.

Lo primero que hicieron fue levantar santuarios de carácter comercial junto a la costa, que desempeñarían el papel de centros neutrales donde se podían intercambiar productos; ésta era la función del templo de Melkart o Hércules, erigido en algún punto del entorno de Cádiz. Muy pronto los fenicios construyeron establecimientos permanentes, denominados factorías, y más tarde las primeras colonias, que ya eran auténticas ciudades. Una de estas colonias, Cádiz, se convertiría en el centro económico, político y religioso más importante de la región, y en el puerto principal desde el que se exportaban los productos mineros y agropecuarios (plata, estaño, salazones) procedentes tanto de Huelva como del interior de la Península.

El patio del edificio de El Turuñuelo (en una reconstrucción) era un amplio espacio de casi 125 metros cuadrados. En el centro, un pasillo de lajas de pizarra conducía hasta una puerta monumental. Ilustración: J. R. Casals. © Proyecto Construyendo Tarteso



A lo largo de los siglos IX y VIII a.C., los fenicios introdujeron en el suroeste peninsular (al igual que en los otros lugares de Iberia donde se establecieron) un gran número de novedades que transformaron profundamente la economía y el modo de vida de los pueblos circundantes. Entre ellas cabe citar la introducción del hierro, de animales híbridos como el mulo, de nuevas especies vegetales como la vid y el olivo, del torno de alfarero y de nuevos hornos cerámicos. Igualmente, los fenicios propagaron una arquitectura ortogonal (de ángulos rectos) que generó un trazado urbanístico mucho más complejo, e introdujeron el alfabeto, un elemento imprescindible para el comercio.

Los matrimonios mixtos fueron uno de los instrumentos utilizados por indígenas y fenicios para consolidar la integración entre ambas comunidades. Esta práctica explicaría los descubrimientos realizados en zonas muy alejadas del núcleo tartésico, como los espléndidos tesoros de Aliseda y Talaverilla (ambos en Cáceres) y de la tumba de la Casa del Carpio (Toledo). Buena parte de los ricos ajuares hallados en estos yacimientos surgió de talleres locales: fue obra de artesanos que dominaban a la perfección las técnicas fenicias de orfebrería y que incluyeron muchos motivos de la religión fenicia, con representaciones de dioses como El, Baal o Astarté.

EL FINAL DE TARTESSOS

Tras un período de plenitud durante el siglo VII a.C., Tarteso entró en crisis durante el siglo siguiente. Hasta no hace mucho se consideraba que esto supuso el final de Tarteso, pero los últimos hallazgos en el valle del Guadiana muestran que la cultura tartésica, tras la crisis de su núcleo primigenio, se expandió por algunos territorios del interior.

Entre los hallazgos que se han llevado a cabo en la zona destacan los edificios bajo túmulo, grandes construcciones de adobe levantadas junto al Guadiana que nos han legado una gran cantidad de materiales que conservan una profunda influencia de la cultura tartésica, al igual que su arquitectura, mientras que se mantienen los rituales y dioses introducidos por los fenicios cuatro siglos antes. Quizás el ejemplo más significativo es el reciente hallazgo del edificio de Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz), que refrenda la enorme importancia de estas manifestaciones. Así pues, la cultura tartésica, surgida en el siglo VIII a.C. del encuentro entre los colonizadores fenicios y las comunidades autóctonas del sureste, dejó una huella mucho más profunda y extensa de lo que se creía.

Excavaciones recientes en el lugar donde en 1958 se halló el tesoro de El Carambolo han sacado a la luz los restos de un santuario erigido por los fenicios a finales del siglo IX a.C. Esta reconstrucción muestra el aspecto del edificio en su fase III, a comienzos del siglo VII a.C. El recinto ocupaba una superficie de 4.500 m2. Los muros eran de adobe enlucido, y los suelos, de arcilla roja. Se cree que una de las salas estaba dedicada al culto de Astarté (1) y otra a Baal (2). En esta última se documentó un altar en forma de piel de toro extendida, común a todos los santuarios tartésicos. En torno a estos templos se edificaron nuevas estancias de función no determinada. Un muro delimitaba todo el santuario.

Los caballos sacrificados que aparecieron en El Turuñuelo estaban agrupados por parejas. Es posible que los sacrificaran en otro lugar y luego los trasladaran aquí. Foto: Construyendo Tarteso


Excavación de los caballos sacrificados en El Turuñuelo. Los caballos sacrificados estaban dispuestos por parejas (lo que sugiere que quizá tiraban del mismo carro), con sus cabezas cruzadas o enfrentadas; algunos aún conservaban puestos los bocados de hierro. Es posible que los animales fuesen sacrificados en otro lugar y luego trasladados aquí. Foto: Construyendo Tarteso


En 2014, una excavación arqueológica en Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz) sacó a la luz una amplia estancia en la que aparecieron los restos de un altar en forma de piel de toro, característico de los santuarios tartésicos, así como un sarcófago o bañera esculpido y gran cantidad de objetos. Más sorprendente todavía fue el hallazgo de una escalinata de once peldaños que conducía a un patio de 125 metros cuadrados en el que se hallaron esparcidos los esqueletos de más de medio centenar de animales sacrificados (caballos, mulas y burros). Los objetos hallados en el yacimiento –vidrios procedentes de Macedonia y Cartago, pesas de bronce, parte de una estatua hecha con mármol del monte Pentélico, en Grecia– muestran hasta qué punto esta zona del interior de la Península mantenía fluidos intercambios con el resto del mundo mediterráneo. En cuanto a los animales sacrificados, se cree que fue una hecatombe ofrecida a la divinidad, tal vez un ritual de despedida de la comunidad antes de abandonar el lugar en busca de mejores condiciones de vida.

Ya en 2018, se excavó una nueva habitación donde apareció el cuerpo de un hombre que yacía junto a una puerta tapiada; a su lado había tres braseros de bronce. Además de las excavaciones, que por ahora abarcan menos del 20 por ciento del túmulo, se están estudiando los animales sacrificados en el patio para entender el significado de tan extraordinaria hecatombe, al tiempo que se analiza el cadáver para conocer su ADN, dieta y posibles enfermedades, aunque los mayores esfuerzos se centran en el estudio de las novedosas técnicas constructivas del monumento. La complejidad de estas tareas fue reconocida en 2018 con la concesión del Premio Nacional de Arqueología y Paleontología de la Fundación Palarq al proyecto «Construyendo Tarteso», que estudia los grandes edificios tartésicos de adobe excavados en las últimas décadas.

Por los hallazgos realizados, resulta inevitable conferir a este recinto un prominente valor religioso. Pero estos edificios monumentales que jalonan el Guadiana también debieron de controlar en su momento ese rico y vasto territorio, y sabemos que en aquellos tiempos el poder político y el religioso a veces se entremezclan y confunden. Seguro que el túmulo aún esconde sorpresas que ayudarán a desvelar el verdadero uso de esta construcción.



Para saber más:
- Tartessos desvelado. La colonización fenicia del suroeste peninsular y el origen y ocaso de Tartessos. Álvaro Fernández Flores y Araceli Rodriguéz Azogue. Almuzara, Córdoba 2007.
- Tartessos. Contribución a la historia más antigua de Occidente. Adolf Schulten, Almuzara, Córdoba 2006.
- Tartessos. Jesús Maeso de la torre. Edhasa, Barcelona 2003.
- Ancient Origins. Mariló T.A.
Tarteso y los fenicios de Occidente.  Sebastián Celestino Pérez, Carolina López-Ruiz. 
Almuzara, Madrid, 2020.
- Construyendo Tarteso. construyendotarteso.com

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