Shogun Tokugawa Ieyasu La historia de Japón se halla dividida por dos sensibilidades opuestas. Una es sensual, cortesana y galante, caract...
Shogun Tokugawa Ieyasu |
La historia de Japón se halla dividida por dos sensibilidades opuestas. Una es sensual, cortesana y galante, característica de los períodos Nara (710-794) y Heian (794-1185); la otra es castrense, ruda y viril, propia de la época samurái (1185-1869). El momento del tránsito puede situarse en el año 1185, cuando el clan Minamoto exterminó a sus enemigos Taira para instaurar el primer shogunato. El Shogunato Tokugawa definió la historia japonesa moderna al centralizar el poder del gobierno de la nación y unir a su gente.
A partir de 1568, los "Tres Reunificadores" de Japón: Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu: trabajó para que los daimyo en guerra volvieran a estar bajo el control central. En 1603, Tokugawa Ieyasu completó la tarea y estableció el shogunato Tokugawa, que gobernaría en nombre del emperador hasta 1868.
El término shogunato define en la historia japonesa un gobierno dirigido por el shogun, título que en su origen significaba «generalísimo que somete a los bárbaros», seii taishogun. El cargo era otorgado por el emperador, pero en realidad los shogun acaparaban todo el poder ejecutivo en el país y formaban dinastías hereditarias. Lo contradictorio de este régimen, llamado también bakufu, fue su incapacidad para mantener la estabilidad frente a los señores feudales o daimyo, siempre dispuestos a rebelarse. La anarquía llegaría a su punto culminante a partir de la guerra de Onin (1467-1477), una disputa sucesoria por el shogunato que dio inicio a una guerra civil masiva de casi siglo y medio de duración, el llamado período Sengoku.
En la década de 1570, un señor feudal, Oda Nobunaga, intentó unificar y pacificar los estados japoneses, para lo que se enfrentó con la dinastía Ashikaga, que había ejercido el shogunato desde 1305. Tras el asesinato de Oda, fue otro señor feudal, Hideyoshi Toyotomi, quien impuso su poder y gobernó con el título de taico o kampaku. Cuando falleció en 1598 dejó como sucesor a su único hijo, Hideyori, de apenas cinco años. Por ello se estableció un consejo de regencia que debía controlar el país hasta que el muchacho alcanzara la mayoría de edad.
La conquista del poder
Entre los cinco miembros del consejo se encontraba un general llamado Ieyasu Tokugawa. Nacido en 1543 en una familia samurái relativamente modesta, se abrió camino como administrador y militar al servicio de otros señores, entre ellos Oda Nobunaga, hombre fuerte de Japón hasta su asesinato en 1582. Convertido en un poderoso daimyo, y con un ejército propio a sus órdenes, Ieyasu mantuvo una tensa relación con Hideyoshi y a la muerte de éste no tardó en romper el juramento de fidelidad a los Toyotomi para convertirse él mismo en amo y señor del archipiélago.
Ishida Mitsunari, otro de los miembros del consejo de regencia, tomó la defensa del clan Toyotomi. Así, el 21 de octubre de 1600, los dos bandos se enfrentaron en la célebre batalla de Sekigahara. El destino de Japón se escribió ese día. Varios altos mandos leales a Hideyori Toyotomi fallecieron en la contienda y los que pudieron escapar fueron capturados al poco tiempo. Transcurrida una semana, en una avenida de Kioto, la capital imperial, las cabezas de Ishida Mitsunari, Ankokuji Ekei y el héroe de la guerra de Corea de 1592, Konishi Yukinaga, exhalaban un olor dulzón a maquillaje y almizcle mientras colgaban de un madero. En cuanto al jovencísimo Hideyori, Ieyasu le permitió mantener el señorío del castillo de Osaka. Aclarado el panorama, en 1603, el emperador Go-Yōzei, gobernante solo de nombre, otorgó a Ieyasu el título histórico de shogun (gobernador militar) para confirmar su preeminencia. Bajo el control de Ieyasu, Japón ahora estaba unido y fuerte. Ieyasu fue el primero de una dinastía shogunal que regiría los destinos de Japón hasta 1868.
El régimen Tokugawa
A sus sesenta años tal logro podría haber supuesto la consumación de un proyecto de vida, pero en Japón la conquista del poder absoluto no garantizaba la perdurabilidad de un linaje. En las décadas anteriores, muchos gobernantes habían tenido que hacer frente a coaliciones de grandes señores y sufrieron tentativas de asesinato, incluso por parte de miembros de su familia. Consciente de estos peligros, Ieyasu decidió tomar medidas preventivas para crear un régimen que asegurara la paz y la estabilidad del país y su propia seguridad personal.
El emblema de los Tokugawa, tres hojas de malva. En el santuario del clan Tokugawa, Nikko. Foto: Delimont / Alamy / ACI.
Una de sus primeras decisiones tuvo que ver con las armas de fuego que se habían introducido en Japón desde mediados del siglo XVI a través de los europeos. El control sobre las armas de fuego tenía que ver también con el empeño de Ieyasu por controlar a los señores feudales, los daimyo. Éstos pasaron a ser clasificados según su grado de lealtad al shogun.
Para prevenir cualquier amago de rebelión, Ieyasu estableció que ningún señor podía disponer de más de una fortaleza dentro de su feudo. Esta política, institucionalizada por sus sucesores en el shogunato, llevó a la destrucción de más de seiscientas fortificaciones y ciudadelas en todo el archipiélago.
En contraste, la gran fortaleza de los Tokugawa en Edo no hizo más que crecer, hasta convertirse en el edificio de mayor tamaño en toda la región de Kanto. Para su construcción se utilizaron precisamente los mejores materiales de los otros castillos desmantelados. Otra medida de control fue la ley de Casamientos, que prohibía a los daimyo organizar cualquier enlace matrimonial sin el permiso expreso del shogun.
Pero quizás el método más eficaz para tener bajo control a los grandes señores feudales fue el de obligarlos a residir en Edo, la nueva capital política de Japón, mientras que Kioto se mantenía como residencia del emperador. Este hospedamiento forzoso suponía una carga financiera extraordinaria para los señores, limitando su capacidad para mantener tropas que amenazaran al shogun, a la vez que insuflaba un inmenso caudal financiero a la futura Tokio.
En 1605, Ieyasu abdicó en su tercer hijo, Hidetada, un joven mediocre y pusilánime. Con ello, Ieyasu trataba de hacerle ganar experiencia mientras él mismo adoptaba la figura de Ogosho, o shogun en la sombra. En la práctica seguía llevando las riendas del gobierno.
El último obstáculo
Con la casi totalidad de resortes políticos controlados, hacia 1614 sólo quedaba un cabo suelto: Hideyori, el joven al que, cuando era un niño, Ieyasu había prometido proteger como miembro del consejo de regencia establecido por su padre. Ieyasu había tratado de asegurarse su fidelidad casándolo con una de sus hijas, Sen. Pero cuando cumplió la mayoría de edad, muchos grandes generales y daimyos vieron en Hideyori una alternativa plausible a la coercitiva dictadura Tokugawa.
Ieyasu, ladino como los zorros, percibió ese clima de descontento y en 1614, con la excusa de que Hideyori tramaba una rebelión, se dirigió con su ejército a Osaka para poner sitio a su casi inexpugnable fortaleza. El asedio se prolongó varios meses. Finalmente, en junio de 1615, las tropas de ambos bandos, 300.000 soldados en total, se enfrentaron en una durísima batalla campal. Viéndose derrotado, Hideyori se suicidó al modo de los samuráis, haciéndose el seppuku, y las tropas de Tokugawa perpetraron una matanza sin parangón.
Si la batalla de Sekigahara elevó al hombre, el asedio de Osaka posibilitó el asentamiento de su dinastía. Los Tokugawa pudieron imponer un régimen basado en su autoridad absoluta. En el campo de la religión, aunque subsistieron los cultos animistas del shinto y la inmaterial moral budista, se promocionó el neoconfucianismo, un sistema de creencias que se reducía a una idea: obedecer al de arriba. Cada ciudadano debía cumplir el papel que el Cielo le había reservado por nacimiento, sin deseo de medrar socialmente y priorizando el Estado a su bienestar individual.
Pocas décadas después de su muerte, en junio (o tal vez, abril) de 1616, Ieyasu Tokugawa ya se había convertido en un mito fundacional para Japón. Héroe y político extraordinario según la historiografía tradicional, su trayectoria fue en realidad mucho más ambivalente. Si el shogun alcanzó la paz, la consiguió por medio de una sociedad maltratada y sin libertad alguna; si mantuvo intacta la esencia de Japón, también negó cualquier avance científico o filosófico exterior, y si estampó su apellido con letra de filigrana en los anales, lo hizo con la sangre de miles de inocentes, algunos de su propia familia. Más tarde fue deificado y su mausoleo en Nikko se convirtió en uno de los santuarios más importantes de Japón.
La paz de Tokugawa
La vida en Japón era pacífica bajo el control del gobierno Tokugawa. Después de un siglo de guerra caótica, era un respiro muy necesario. Para los guerreros samuráis, la paz significó que se vieron obligados a trabajar como burócratas en la administración Tokugawa. El shogun se aseguró de que nadie más que los samuráis tuvieran armas.
Los samuráis no fueron el único grupo en Japón obligado a cambiar de estilo de vida bajo la familia Tokugawa. Todos los sectores de la sociedad fueron confinados a sus roles tradicionales mucho más estrictamente que en el pasado. Los Tokugawa impusieron una estructura de clases de cuatro niveles que incluía reglas estrictas sobre pequeños detalles, como qué clases podían usar sedas lujosas para su ropa.
Aunque la estructura de clase de cuatro niveles inicialmente sirvió para estabilizar la sociedad japonesa, la gente eventualmente quedó sofocada por ella y se descontento cada vez más. La clase mercantil, por ejemplo, ganó gran riqueza, pero no estaba satisfecha con el hecho de que ocupaba el nivel más bajo de la sociedad. En cuanto a los samurai, sus habilidades como guerreros no fueron necesarias durante este período de paz. Aunque disfrutaron de privilegios bajo el shogunato, gradualmente perdieron su importancia y su existencia dejó de tener sentido. Mientras que algunos sirvieron al shogunato como burócratas, otros se convirtieron en alborotadores.
A los cristianos japoneses, que habían sido convertidos por comerciantes y misioneros portugueses, se les prohibió practicar su religión en 1614 por Tokugawa Hidetada. Para hacer cumplir esta ley, el shogunato requería que todos los ciudadanos se registraran en su templo budista local, y cualquiera que se negara a hacerlo era considerado desleal al bakufu.
La Rebelión de Shimabara, formada en su mayoría por campesinos cristianos, estalló en 1637, pero fue sofocada por el shogunato. Posteriormente, los cristianos japoneses fueron exiliados, ejecutados o llevados a la clandestinidad, y el cristianismo desapareció del país.
La caída de los Tokugawa
La repentina afluencia de personas, ideas y dinero extranjeros interrumpió gravemente el estilo de vida y la economía de Japón en las décadas de 1850 y 1860. Como resultado, el emperador Komei salió de detrás de la "cortina enjoyada" para emitir una "Orden de expulsar a los bárbaros" en 1864. Sin embargo, era demasiado tarde para que Japón se retirara una vez más al aislamiento.
Los daimyo antioccidentales, particularmente en las provincias sureñas de Choshu y Satsuma, culparon al shogunato Tokugawa por no defender a Japón contra los "bárbaros" extranjeros. Irónicamente, tanto los rebeldes de Choshu como las tropas de Tokugawa iniciaron programas de rápida modernización, adoptando muchas tecnologías militares occidentales. El daimyo del sur tuvo más éxito en su modernización que el shogunato.
En 1866, el shogun Tokugawa Iemochi murió repentinamente y Tokugawa Yoshinobu tomó el poder a regañadientes. Sería el decimoquinto y último shogun Tokugawa. En 1867, el emperador también murió y su hijo Mitsuhito se convirtió en el emperador Meiji. Ante la creciente amenaza de Choshu y Satsuma, Yoshinobu renunció a algunos de sus poderes. El 9 de noviembre de 1867 renunció al cargo de shogun, que fue abolido, y el poder del shogunato fue entregado a un nuevo emperador.
El surgimiento del imperio Meiji
El daimyo del sur lanzó la Guerra Boshin para asegurarse de que el poder recaería en el emperador en lugar de en un líder militar. En 1868, el daimyo proimperial anunció la Restauración Meiji , bajo la cual el joven emperador Meiji gobernaría en su propio nombre.
Después de 250 años de paz y relativo aislamiento bajo los shogunes Tokugawa, Japón se lanzó al mundo moderno. Con la esperanza de escapar al mismo destino que la otrora poderosa China, la nación insular se lanzó a desarrollar su economía y su poderío militar. Para 1945, Japón había establecido un nuevo imperio en gran parte de Asia.
El legado de los shogunes en Japón
En parte porque gobernaron el país durante casi 700 años, los shogunes de Japón dejaron un gran impacto en la historia japonesa. Los shogunes no solo moldearon la política y la estructura social de Japón, sino también sus artes y cultura. Durante el Shogunato Ashikaga, por ejemplo, florecieron el budismo zen, el teatro Noh y el sumi-e (pintura de lavado de tinta al estilo chino). Aún así, los tres shogunatos de Japón son quizás mejor recordados por dar lugar a la clase de samurai. La importancia de estos guerreros y los valores que representaron son evidentes en el hecho de que son considerados no solo como un símbolo de los shogunados, sino también de Japón como un país.
Para saber más:
Buruma, I., La creación de Japón, 1853-1964. Mondadori, Barcelona, 2003
Collcut; Jansen; Kumakura. Japón. El imperio del sol naciente. Atlas Culturales del Mundo, Ediciones Folio, Barcelona, 1995
Hall, J. W. El imperio japonés. Historia Universal Siglo XXI, Madrid, 1993 (1ª edición, Fráncfort del Meno, 1968)
Kondo, Agustín Y. Japón: Evolución histórica de un pueblo (hasta 1650). Ed. Nerea. Edición 1999. ISBN 84-89569-39-8.
Mikiso, H. Breve historia de Japón. Alianza Editorial, Madrid, 2003 (1ª edición, 2000)
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