La lógica de la disuasión no impidió la invasión de Ucrania por Vladimir Putin. Mijaíl Metzel/AP 06 marzo 2023.- ¿Cómo alentamos a los est...
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| La lógica de la disuasión no impidió la invasión de Ucrania por Vladimir Putin. Mijaíl Metzel/AP |
06 marzo 2023.- ¿Cómo alentamos a los estados, o más específicamente a las personas que los dirigen, a comportarse bien, o al menos no mal?. Ese “nosotros” en este contexto es la legendaria “comunidad internacional”, que por lo general equivale a poco más que los Estados Unidos y unos pocos aliados de confianza.
El aparente fracaso de la política exterior occidental en general y de las sanciones en particular tiene un interés más que académico.
Increíblemente, Europa está albergando una guerra interestatal anticuada de un tipo que muchos de nosotros pensamos que era cosa del pasado. Si Europa, con todas sus ventajas contemporáneas y su pasado empapado de sangre, no puede aprender las lecciones de la historia, ¿dónde podrá hacerlo?
De las muchas preguntas que plantea la invasión de Ucrania por parte de Putin, la más inmediata es cómo se le puede obligar o persuadir para que se detenga. Una cosa ya es dolorosamente evidente: la lógica de la disuasión y las teorías sobre el equilibrio de poder que las sustenta parecen gastadas e inadecuadas .
Claramente, Putin no fue disuadido por la OTAN o la perspectiva de la oposición estadounidense. Incluso si hizo un cálculo "racional" de que ni EE.UU. ni la OTAN tenían estómago para un conflicto directo con Rusia, es evidente que todo el costoso equipo militar de Occidente no fue suficiente para disuadir a alguien empeñado en corregir errores históricos percibidos. El líder chino, Xi Jinping, puede ser igualmente impermeable al cálculo estratégico asumido.
Por eso, al menos en teoría, las sanciones son tan atractivas. Las sanciones están destinadas a “infligir daño económico, financiero y social a un país para que cambie su comportamiento”. En teoría, cuando se aplican con éxito, pueden lograr la resolución no violenta de conflictos, detener las violaciones de los derechos humanos o cualquier otra acción que indigne a los países sancionadores.
En la práctica, los éxitos, como las sanciones ordenadas por la ONU contra la Libia de Muammar Gaddafi en la década de 1990, son escasos sobre el terreno.
El efecto neto del despliegue unilateral de sanciones, especialmente bajo el liderazgo errático de Donald Trump, ha sido reforzar la percepción de que EE.UU. es un socio cada vez menos confiable al que le importan poco los daños colaterales que sus políticas infligen incluso a sus aliados más cercanos. No es de extrañar que los europeos en particular, y los banqueros centrales en general, hayan estado trabajando para limitar su exposición al dólar estadounidense.
Lo que es más importante, en el contexto de las tribulaciones actuales de Europa, Rusia ha “desarmado efectivamente la amenaza de sanciones estadounidenses, dejando a Washington con poca influencia en las negociaciones con Moscú”. Para su crédito, un grupo de 10 estados de la UE ha reconocido las limitaciones del régimen de sanciones existente y está tratando de apuntar a componentes occidentales vitales y difíciles de reemplazar en las cadenas de suministro que producen armamento ruso. Será una prueba importante tanto de la eficacia de las sanciones como de la solidaridad europea.
Incluso sin el activismo político por parte de otros países, la realidad es que la primacía económica estadounidense, precisamente lo que lo convierte en un actor potencialmente poderoso, se ha ido erosionando, sobre todo debido al ascenso de China.
La división del mundo en campos rivales desconectados con diferentes sistemas operativos, puede obligar a otros países a tomar decisiones odiosas entre grandes potencias en competencia en un momento de mayor tensión estratégica. Muchos países han quedado marcados por el uso unilateral de sanciones por parte de Estados Unidos. De hecho, el daño colateral infligido por la era Trump, en particular, significa que no es obvio que incluso los aliados occidentales, como la UE, automáticamente se pongan del lado de EE.UU. contra China en una competencia por la supremacía económica.
¿Cuál es la alternativa?
El mensaje clave de los anteriormente expuesto, es que las sanciones son una mala idea en principio y no muy efectivas en la práctica.
Quizás sea así, pero vale la pena preguntarse qué otras opciones están disponibles para los formuladores de políticas, además de la coerción directa y el poderío militar. Después de todo, la actual guerra de elección de Putin demuestra que la disuasión no es la fuerza que muchos de sus defensores esperaban o deseaban. Esto hace que el gasto en montañas de municiones sea más difícil de justificar. Por lo menos, las sanciones son más baratas de aplicar y no corren el riesgo de conflictos catastróficos cuando fallan.
También vale la pena recordar que las sanciones funcionan a veces. Es probable que las coaliciones de estados con ideas afines que operen juntos tengan más éxito que las acciones unilaterales, especialmente cuando se aplican a estados más pobres y menos poderosos. Las sanciones bien ajustadas que se dirigen a individuos en lugar de a poblaciones enteras también son potencialmente atractivas, aunque relativamente fáciles de evadir y difíciles de aplicar.
Parte del problema aquí, por supuesto, ha sido la disposición de las personas e incluso de otros gobiernos para facilitar los esquemas de evasión de los malos actores. El papel de Gran Bretaña en ayudar a la cleptocracia de Rusia a administrar su riqueza es quizás el caso más atroz .
La buena noticia, tal como es, puede ser que “los días de las sanciones unilaterales de Estados Unidos están contados”. El unilateralismo estadounidense generalmente ha sido ineficaz y egoísta, y ha infligido daños colaterales masivos a los aliados y a las sufridas poblaciones de los estados objetivo.
Pero si vamos a persistir con las sanciones como una herramienta de la diplomacia internacional, lo que tal vez deberíamos, dadas las alternativas potencialmente limitadas y violentas, recordar es otra lección vital: los estados sancionados deben creer que hay una recompensa por buen comportamiento.
Si esta lógica resultará atractiva para Putin es una cuestión discutible, dado lo que está en juego existencialmente en ese conflicto activo. Pero las sanciones aún podrían funcionar contra países como Irán y quizás incluso Corea del Norte. La persuasión todavía se ve mejor que la coerción.
En un mundo ideal, algún mecanismo patrocinado por la ONU para coordinar los esfuerzos internacionales y sancionar a los malos actores podría ser óptimo. Desafortunadamente, no habitamos un mundo así. Quizás lo mejor que podemos esperar es que los estados afines cooperen por el bien común.
Es cierto que tal resultado parece poco probable y parcial en el mejor de los casos. Y, sin embargo, si la “comunidad internacional” no puede actuar contra los actos de agresión más flagrantes y las violaciones de las normas humanitarias internacionales, ¿qué esperanza hay de cooperación en cuestiones aún más amenazantes para la existencia como el cambio climático? Una pregunta retórica a la que me temo que todos sabemos la respuesta.
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