Tras años de lucha contra el capitalismo y el imperialismo, en 1919 Rosa Luxemburgo auspició la revolución comunista en Alemania, cuyo fra...
29 abril 2023.- Originaria de Zamosc, en la parte de Polonia que pertenecía al Imperio ruso, Rosa Luxemburgo era la menor de los cinco hijos de un judío comerciante de madera. Sus dos progenitores habían recibido una formación marcadamente alemana, por lo que desde niña Rosa habló alemán además de polaco y ruso. En su infancia, un médico le diagnosticó erróneamente una malformación en la cadera que la mantuvo un año en cama con una pierna escayolada. El resultado fue que le quedó una pierna más corta que la otra y sufrió toda su vida una visible cojera.
Más tarde, su amiga Clara Zetkin diría de ella: «La pequeña y frágil Rosa era la personificación de una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí misma el máximo esfuerzo y no fallaba [...]. Su delicada salud y las adversidades no hacían mella en su espíritu. Su alma libre vencía los obstáculos que la cercaban». Este espíritu combativo se manifestó desde la adolescencia. Convertida en la mejor alumna del Liceo Femenino de Varsovia, con apenas 15 años se lanzó a la lucha política contra el zarismo desde las filas del partido socialista Proletariat.
Con solo 15 años, Rosa Luxemburgo se implicó en la lucha contra el zarismo en su Polonia natal
Una de las frases más conocidas y citadas de Rosa Luxemburgo es la de que “la libertad es siempre la libertad del que piensa diferente” (Freiheit ist immer die Freiheit des Andersdenkenden). Se trata de una frase que, convertida en cliché, se suele citar de manera descontextualizada e incluso para sostener ideas contrarias a las suyas. No se trata de nada nuevo. En su momento Helmut Kohl, antiguo canciller de Alemania, ya destacó que esta sentencia era lo único bueno que esta revolucionaria había dicho en su vida.
Por ello, lo primero a recalcar es que esta frase formaba parte del escrito La revolución rusa (1922), publicación póstuma y polémica que se acompañó del subtítulo Una valoración crítica (Eine kritische Würdigung) y que, contraviniendo los deseos de Rosa Luxemburgo, sacó Paul Levi a la luz después de ser expulsado del Partido Comunista Alemán (KPD). Además, la célebre sentencia no era en verdad más que una nota aclaratoria al margen que luego no se supo cómo incrustar en el texto principal. Nada hacía presagiar la inmensa fama posterior que adquirió esa frase.
Perseguida por la policía, en 1889 Rosa huyó a Suiza. Allí, en el ambiente liberal de la Universidad de Zúrich, estudió diversas materias (filosofía, política, historia, economía y matemáticas), profundizó en la obra de Karl Marx e intensificó su militancia socialista, contribuyendo a la creación del Partido Socialdemócrata de Polonia.
AMOR Y REVOLUCIÓN
En Zúrich, Rosa conoció a Leo Jogiches, un revolucionario experimentado que había estado varias veces en prisión y había desertado del ejército ruso. Rosa y Leo tenían muchas cosas en común: procedían de la Polonia rusa, eran de familia judía (en el caso de Leo, radicada en Lituania), habían entrado en contacto con el movimiento obrero a una edad muy temprana y, al alcanzar la mayoría de edad, habían huido de su patria perseguidos por la policía secreta.
Sin embargo, sus temperamentos eran muy diferentes. Rosa quería llevar una vida estable, incluso le hubiera gustado casarse y tener hijos, mientras que Leo tan sólo pensaba en la revolución. Su relación sentimental terminó en 1907, debido fundamentalmente a los celos enfermizos de Jogiches, aunque ambos siguieron colaborando en cuestiones políticas. Libre también en su vida privada, Rosa tuvo otros amantes, entre ellos el hijo de Clara Zetkin.
Luxemburgo retrató la Revolución Rusa como una experiencia imperfecta, algo a su juicio inevitable dado su carácter primerizo y la durísima tesitura, pero en todo momento entendió su crítica no como una simple denuncia sino como un acto de responsabilidad.
En 1898, Rosa decidió dejar el cómodo exilio suizo y radicarse en Alemania, el país que contaba entonces con el movimiento obrero más organizado y poderoso de Europa; para obtener la ciudadanía alemana contrajo un matrimonio de conveniencia con Gustav Lübeck. Ya integrada en el Partido Socialdemócrata de Alemania, se ganó enseguida renombre con sus escritos teóricos, en los que trataba de aplicar el pensamiento de Marx a las nuevas circunstancias de las sociedades capitalistas de finales del siglo XIX. En su principal obra, La acumulación del capital (1913), argumentaba que el capitalismo y el imperialismo estaban en necesaria asociación, puesto que el primero necesitaba materias primas para su industria y nuevos mercados para colocar su producción. La competencia imperialista entre las potencias europeas estaba también en la raíz del auge del militarismo, particularmente en Alemania.
NI REFORMA NI TERROR
Rosa Luxemburgo imaginaba el socialismo del futuro como una transformación radical de la organización del trabajo, de la familia e incluso de la forma de pensar y de hablar. Contra los socialistas que apostaban por las reformas graduales dentro del régimen capitalista, Luxemburgo creía que la meta del socialismo sólo se alcanzaría mediante la lucha de masas revolucionaria. Pero rechazaba igualmente la revolución como una toma violenta del poder y a través del terror. Creía que la revolución no podía hacerse a costa de la democracia; por el contrario, el único camino para lograr la implantación de un orden socialista radicaba en la creación de unas estructuras democráticas de gran amplitud. Por ello criticó con dureza la estrategia de Lenin y los bolcheviques rusos. «El socialismo, por su propia naturaleza, no puede ser dictado, introducido por una orden [...]. Sin elecciones generales, sin total libertad de prensa y reunión, sin un intercambio libre de opiniones, la vida muere y sólo se mantiene la burocracia». Para Luxemburgo, la revolución debía ser resultado de la iniciativa espontánea de los trabajadores, principalmente a través de las huelgas.
En los primeros años del siglo XX, Rosa Luxemburgo fue ganando notoriedad gracias a sus escritos y también a su participación directa en movimientos revolucionarios. En 1905 intervino en la agitación de los polacos contra el zarismo, por lo que pasó un año en prisión. En Alemania, sus escritos levantaban ampollas tanto en los sectores conservadores y nacionalistas, entre los que era conocida como «Rosa la Sanguinaria», como entre los socialdemócratas moderados.
Rosa publicó Problemas organizativos de la socialdemocracia en 1904, donde polemizó con la concepción de partido que expuso Lenin en el ¿Qué hacer? (1902) y en Un paso adelante, dos pasos atrás (1904), referentes al debate que se suscitó en el segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) de 1903, donde se produjo la escisión entre bolcheviques y mencheviques.
CONTRA LA GUERRA
El estallido de la primera guerra mundial en 1914 marcó un punto de inflexión en la trayectoria de Rosa Luxemburgo. Mientras sus compañeros socialdemócratas votaban en el Parlamento a favor de la guerra y prometían al káiser Guillermo II que no convocarían huelgas durante el conflicto armado –que algunos incluso veían con buenos ojos–, ella decidió mantener la llama del internacionalismo y el pacifismo. Fue detenida en diversas ocasiones por incitar a la desobediencia y el desorden, y pasó la mayor parte de la contienda en cárceles prusianas.
En 1916, junto a otros socialistas disidentes, entre ellos Karl Liebknecht, fundó una nueva formación: la Liga Espartaquista, llamada así en honor de Espartaco, el líder de la mayor rebelión de esclavos acontecida en la República romana. Dos años después, la derrota de Alemania en la guerra hizo creer a los espartaquistas que podrían llevar a cabo una revolución socialista como la que un año antes había triunfado en Rusia. Luxemburgo, Liebknecht y un centenar de espartaquistas y radicales de izquierda fundaron el Partido Comunista de Alemania y emprendieron una campaña de movilización callejera, dirigida contra el Gobierno encabezado por socialdemócratas moderados que había llegado al poder tras la abdicación del káiser.
A comienzos de enero de 1919, los espartaquistas llamaron a una insurrección que el Gobierno del socialdemócrata Friedrich Ebert decidió aplastar por las armas. Para ello recurrió como brazo armado a los Freikorps, grupos paramilitares formados por veteranos de guerra de ideología ultranacionalista. La represión fue sangrienta y acabó con la vida de unos 150 militantes de izquierdas, muertos en combate o ejecutados.
Rosa Luxemburgo se opuso al principio bolchevique de seleccionar y organizar a la militancia revolucionaria de manera diferenciada de la masa que, aunque desorganizada, ella consideraba como revolucionaria. A su modo de ver, esto constituía una desviación blanquista, pues se sustentaba en construir una “élite” por fuera del movimiento obrero. Adujo que no estaba en contra del centralismo, pero que su diferencia con Lenin pasaba por el grado de centralización necesaria para que la socialdemocracia rusa pudiera afrontar las condiciones peculiares impuestas por el absolutismo zarista.
DESENLACE TRÁGICO
El 15 de enero de 1919, Liebknecht y Luxemburgo fueron detenidos y trasladados al Hotel Eden, donde se encontraba la sede de una división de los Freikorps. Su jefe, Waldemar Pabst, ordenó matarlos a ambos por indicación del socialdemócrata Gustav Noske, ministro de Defensa, según afirmó años después. Liebknecht fue asesinado de un tiro por la espalda en un parque berlinés. En cuanto a Rosa Luxemburgo, cuando la sacaban del hotel por una puerta lateral, el húsar Otto Runge la derribó de un culatazo en la cabeza que la dejó inconsciente. Luego la subieron a un vehículo en el que el oficial Hermann Souchon le asestó un tiro en la sien izquierda. El conductor siguió impávido hasta uno de los canales del río Spree. Allí se detuvo y dos hombres arrojaron el cadáver a las turbias aguas. Era poco después de medianoche. Ninguno de los que intervinieron en los asesinatos fue nunca juzgado por ello.
Rosa anuló toda diferenciación entre el sujeto social (proletariado) con el sujeto político (partido), diluyendo su especificidad como mediador entre la clase, sus experiencias de lucha y la elaboración de su consciencia. En su intento por diferenciarse del “ultracentralismo” leninista, se deslizó hacia una concepción objetivista de la acción revolucionaria, según la cual, la subjetividad del proletariado es el resultado orgánico de la lucha de clases
En su afán de diferenciarse con el “ultracentralismo” leninista (y el conservadurismo del SPD), se deslizó hacia un enaltecimiento unilateral de la acción directa de la clase obrera y, peor aún, desdeñó el papel de la dirección revolucionaria para potenciar las luchas; apeló al derecho del movimiento obrero a realizar su propia experiencia en la lucha de clases, pero sin dar cuentas que el partido es el principal espacio de elaboración y síntesis de las lecciones del movimiento obrero.
LOS MALES DEL CAPITALISMO MUNDIAL
Rosa Luxemburgo lo analizaba todo desde una óptica global. Sobre las mujeres decía: «Un mundo de miseria femenina espera la redención. Allí gime la esposa del pequeño granjero, derrumbada bajo el peso de la vida. Allá, en el África alemana, blanquean los huesos de indefensas mujeres herero, acosadas por la soldadesca alemana hasta la espantosa muerte de hambre y sed. Al otro lado del océano, en los acantilados del Putumayo, los gritos de muerte de las mujeres indígenas martirizadas resuenan, sin que el mundo los oiga, en las plantaciones de caucho de los capitalistas internacionales».
REVOLUCIÓN, NO ELECCIONES
Tras la firma del armisticio por parte de Alemania, el Gobierno provisional convocó elecciones para el Parlamento de la nueva República alemana, que debían celebrarse el 19 de enero de 1919. Rosa Luxemburgo, sin embargo, no creía en este proceso: «La Asamblea Nacional es un legado superado de las revoluciones burguesas –escribió–, un recipiente sin contenido, un requisito de la época de las ilusiones pequeño burguesas de “libertad, igualdad y fraternidad” en el Estado burgués». Los espartaquistas rechazaron participar en las elecciones y se lanzaron a la actividad revolucionaria para establecer una «democracia proletaria».
Para saber más:
- Maria Seidemann. Rosa Luxemburg y Leo Jogiches. Espasa, Madrid, 2020
- Rosa Luxemburg. Cartas de amor y revolución. El Viejo Topo, Barcelona, 2019
- Antonio Olivé. La cuestión nacional en Lenin y Rosa Luxemburgo.
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