Los pueblos más bonitos de Alicante
Vista de Biar con su castillo en primer plano. |
En la Costa Blanca la historia se entrelaza con la belleza natural en una danza eterna. Más allá de sus deslumbrantes playas de arena dorada y aguas cristalinas, esta es una tierra que respira pasado y cultura. En cada rincón, las huellas de marineros y piratas se entrelazan con castillos, murallas con troneras y fortalezas que cuentan historias de conquistas épicas y resistencia ante invasiones. En esta antigua encrucijada de reinos y culturas, aparecen una buena cantidad de pueblos encantadores que sintetizan la belleza, la luz y el color de Alicante.
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ALTEA
Hasta hace poco, la calle del Sol de esta localidad alicantina todavía olía a pescado y a saladura y de las puertas colgaban cortinas negras, indicando que se estaba en el barrio marinero. Ahora, esta calle se enfila por el barrio de El Fornet, con sus callejuelas empedradas y sus casas blancas engalanadas con geranios, jazmines y buganvillas.
Subiendo por la calle Major, uno se topa con el primer peldaño de la escalera que conduce hasta Nuestra señora del Consuelo. Sus dos cúpulas, cubiertas de tejas vidriadas azules, raciman las calles blancas tan típicas del mediterráneo, rodeadas por la Torre de Galera y la de Bellaguarda y los accesos de Portal Nou y Portal Vell. Aquí, en cada balconada hay un mirador en el que detenerse y desde donde se alcanzan a ver las sierras de Aitania, de Bèrnia y el Puigcampana a un lado, y la Punta de l’Albir, el Morró de Toix y el Penyal d’Ifac envolviendo la bahía.
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JÁVEA
La luz, los colores y el alma de Jávea quedaron plasmados en los cuadros que Joaquín Sorolla pintó desde que pisó por primera vez esta localidad de la Marina Alta en 1896. Más de un siglo después, las cámaras de quienes visitan Jávea tratan de captar esa misma esencia. Lo hacen frente al mar, con el Cabo de San Antonio siempre presente, en playas como la del Portitxol y cala Blanca y en un casco histórico que invita a pasear por sus calles.
Entre casas blancas, se asoman la Iglesia-Fortaleza de San Bartolomé, declarada Monumento Artístico Nacional, el Museo Arqueológico y Etnográfico Soler Blasco y el Mercado de Abastos. Tras una visita cultural o un día de playa, hay que retomar fuerzas, y qué mejor manera de hacerlo que frente al mar. Cerca del puerto, varios bares y restaurantes ofrecen especialidades locales para adentrarse a Jávea con todos los sentidos.
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BIAR
Rumbo al interior, entre Alcoy y Villena, un castillo advierte de la llegada a Biar. Encima de un cerro rocoso a 750 metros de altitud, preside imponente desde el siglo XII estas tierras y un pueblo que despliega su rico patrimonio cultural en forma de iglesias, el santuario de la Mare de Deu de Gràcia, el acueducto medieval y los pozos de la nieve. Además, en sus alrededores se pueden emprender excursiones que pasan por yacimientos prehistóricos y la conocida Cova Negra.
También el castillo, declarado Monumento Nacional en 1931, invita a recorrer el entorno puesto que forma parte de la ruta de los castillos del Vinalopó. A ambos lados de la cuenca del río homónimo, varias fortalezas cuentan la historia y esconden leyendas del corazón de la provincia de Alicante.
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GUADALEST
A Guadalest se entra por un túnel que cuenta al visitante cómo este pueblo esculpido en peñones fue moldeado por la mano del hombre y por la fuerza de la naturaleza. Tras los terremotos de 1644 y 1748, el defensivo castillo de San José quedó prácticamente destruido, pero hoy permanece orgulloso cerca del cielo con varios pedazos de muralla y la inconfundible torre del homenaje.
Le acompaña un blanco campanario y el castillo de la Alcozaiba, que recuerda el origen medieval del pueblo y desde donde se vislumbra la Sierra de Xortà y Serrella, la de Aitana y la de Bèrnia. Entre los colores pardos y verdes de sus aledaños, se hace hueco el azul turquesa del embalse de Guadalest. Vistas similares se obtienen desde la plaza del ayuntamiento, donde se puede visitar la prisión medieval que ocupa los bajos de la casa consistorial. También la casa de los Orduña, familia ligada a Guadalest desde el siglo XVI hasta 1934 tras el fallecimiento de Carlos Torres de Orduña.
TABARCA
De regreso a la costa y tras una visita a Santa Pola, frente a su cabo se asoma la isla de Tabarca o, mejor dicho, los cuatro islotes que forman este pequeño archipiélago: la Isla Plana (o Tabarca) , La Cantera, La Galera y La Nao. Tabarca emerge de las aguas del mediterráneo por todo lo alto, como Conjunto Histórico-Artístico, la primera Reserva Marina de todo el territorio español, y Zona de Especial Protección para las Aves.
Se accede a ella en barco desde Alicante, Santa Pola, Benidorm o Guardamar del Segura y, una vez allí, hay que patearla para conocer el pueblo fortificado de San Pedro y San Pablo, donde visitar su iglesia y dejarse caer por alguno de sus restaurantes, la Torre de San José, el faro o el Museo de Nueva Tabarca. Sin olvidar las numerosas calas y playas que la conforman.
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