cambio climático, ciencia
Espoleados por el calentamiento global, los fenómenos extremos son cada vez más frecuentes, también en Europa, y nos ponen cara a cara ante un clima extremo.
06 abril 2025.- Sobrecogidos todavía por la tragedia causada por la DANA de octubre en Valencia o los incendios de enero en Los Ángeles, abordamos de nuevo una cuestión que hace años preocupa en todo el mundo: la creciente magnitud de fenómenos extremos asociados al calentamiento global de origen antropogénico, que viene a demostrarnos que estamos en un nuevo escenario climático.
Las encuestas constatan que, en contra de lo que algunos nos quieran hacer pensar, la mayoría de la gente asume que el cambio climático impulsado por la acción humana es una realidad. Según se desprende de un amplio sondeo realizado a escala europea, la neerlandesa Linda Steg, experta en psicología ambiental de la Universidad de Groningen, señala que solo un 2 % de los participantes declaró no creérselo. Otro informe reciente, encabezado por la psicóloga de la Universidad de Nueva York Madalina Vlasceanu, apunta que, tras encuestar a más de 59.000 participantes de 63 países, el 86 % se muestra convencido y preocupado al respecto.
Son datos relevantes, porque afrontamos un problema grave cuya mitigación está en nuestras manos: nuestro posicionamiento es clave, como también lo es neutralizar el mantra negacionista de quienes aún se dedican a propagar la confusión para proteger intereses económicos cortoplacistas. Son los «mercaderes de la duda», como los bautizaron los historiadores de la ciencia estadounidenses Naomi Orestes y Erik Conway en su libro de 2010, donde identificaban paralelismos entre la controversia del calentamiento global con otras polémicas anteriores suscitadas también a pesar del respaldo de la ciencia, como la lucha por prohibir el DDT, los efectos nocivos del tabaquismo, la lluvia ácida y el agujero de ozono, todas ellas afortunadamente superadas.
foto: PABLO blÁZQUEZ DOMÍNGUEZ / GETTY IMAGESLos datos científicos están ahí: hace más de un siglo que se tiene constancia de que las actividades humanas iniciadas a partir de la Revolución Industrial pusieron en marcha un cambio climático que hoy pone en juego la habitabilidad de nuestro planeta. El concepto de «efecto invernadero», esbozado a principios del siglo XIX, fue descrito en 1896 por el científico sueco Svante Arrhenius, quien afirmó que la quema de combustibles fósiles podía acelerar el calentamiento de la Tierra. Desde entonces, equipos de investigación de todo el mundo no han hecho más que constatarlo una y otra vez con distintas metodologías científicas y aportando cada vez más pruebas.
Algunas de esas evidenciasse recogen en el documental Tras las huellas del pasado, dirigido por Javier Calvo y realizado por tres geógrafos y climatólogos de la Universidad de Zaragoza, Luis Alberto Longares, Roberto Serrano y Ernesto Tejedor, este último investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), en Madrid. «Todo lo que conocemos obedece a algo con un poder capaz de hacer nacer la vida o destruirla: el clima», se dice en el documental, donde los científicos explican cómo reconstruyen el clima de antaño estudiando los testimonios que ofrece la naturaleza en lagos aislados, cuevas profundas, bosques antiguos y glaciares.
Las investigaciones corroboran que las tres últimas décadas han sido significativamente más cálidas que los dos últimos milenios, y que las tasas de aumento de la temperatura de los últimos 100 años son las más rápidas de todo el Holoceno, el actual período interglacial que comenzó hace 11.700 años, caracterizado por temperaturas suaves y estables.
imágenes: estudio de visualización científica de la la nasa. fuente: nasa / instituto goddard de estudios espacialesLo evidencian las muestras de sedimentos tomadas en los fondos de lagos remotos, enormes pluviómetros naturales y piezas importantes en el ciclo del carbono. También en las cuevas, donde los espeleotemas, como estalactitas y estalagmitas, nos revelan episodios de cambios climáticos del pasado a través de la composición isotópica en los depósitos de carbonato cálcico.
Algunos de esos eventos fueron causados por tremendas erupciones volcánicas, una de las principales perturbaciones del clima mundial. Sus ingentes emisiones de dióxido de azufre son capaces de provocar un enfriamiento a escala planetaria que puede leerse en los anillos de crecimiento de árboles antiquísimos. «Son uno de los registros naturales más valiosos para entender cómo funciona el clima en nuestro planeta», explica Ernesto Tejedor. Los árboles pueden vivir varios siglos, y cada año forman un anillo cuyo grosor varía según las condiciones climáticas. «Este patrón nos permite reconstruir tanto las temperaturas en zonas de alta montaña como el comportamiento del hidroclima en áreas donde los árboles responden de manera muy sensible a los cambios en la precipitación. Al combinar muestras de árboles vivos del Pirineo con restos de árboles muertos recuperados de lagos, hemos logrado reconstruir las temperaturas máximas de los veranos en el sudoeste de Europa, obteniendo resultados sorprendentes: las anomalías observadas, de 4 °C más en 2022 y 3 °C más en 2023 respecto a la media, no tienen precedentes en los últimos mil años». Sin la influencia del cambio climático inducido por el ser humano sería prácticamente imposible alcanzar tales temperaturas únicamente por la variabilidad natural del clima.
En los glaciares, colosales despensas de agua dulce cuyo deshielo amenaza el abastecimiento hidrológico e incrementa el nivel del mar, extraen testigos de hielo que contienen burbujas de atmósferas pretéritas de hasta mil años de antigüedad que revelan, por ejemplo, qué cantidad de CO2 había entonces en la atmósfera y permiten constatar su incremento en el presente. Lagos, cuevas, bosques y glaciares son solo unos pocos ejemplos de lo que se investiga desde tierra para conocer el clima del pasado y entender mejor lo que nos depara el futuro.
Mientras, en el espacio, más de un millar de satélites monitorizan nuestro planeta. En Europa, el programa Copernicus, iniciado en 1988, cuenta con los satélites Sentinel, que captan imágenes y datos terrestres, oceánicos y atmosféricos, y los Eumetsat, enfocados a la meteorología.
gráficos: ANYFORMS. FUENTE: Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF)La última evaluación europea del Riesgo Climático de la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA) deja prístinamente claro que el cambio climático inducido por el ser humano está afectando al planeta y que Europa es el continente que se calienta a mayor velocidad.
La temperatura media global entre febrero de 2023 y enero de 2024 superó los niveles preindustriales en 1,5 °C; el calor extremo, antes relativamente raro, se está volviendo más frecuente, y los patrones de precipitaciones están cambiando. «Los aguaceros y otras precipitaciones extremas están aumentando en severidad, y en los últimos años se han producido inundaciones catastróficas en diversas regiones. Al mismo tiempo, el sur de Europa puede esperar disminuciones considerables en las precipitaciones generales y sequías más severas», apunta el informe de la AEMA. Si no se toman medidas decisivas, la mayoría de los 36 riesgos climáticos identifica-dos –agrupados en cinco bloques: ecosistemas, alimento, salud, infraestructuras y economía y finanzas– «podrían alcanzar niveles críticos o catastróficos para finales de este siglo: cientos de miles de personas morirían a causa de las olas de calor, y las pérdidas económicas causadas únicamente por las inundaciones costeras podrían superar el billón de euros al año».
gráfico: ANYFORMS. FUENTE: Agencia Europea de Medio Ambiente (Aema)Solo en 2024, el año más cálido documentado a nivel global desde que hay registros, los daños causados en el mundo por desastres climáticos (es decir, excluyendo terremotos u otros eventos no impulsados por la atmósfera) se cifraron en 402.000 millones de dólares. El dato se apunta en el último informe «Catástrofes Naturales y Clima» que publica anualmente la consultora de gestión de riesgos Gallagher Re, donde se señala que a lo largo del pasado año el planeta se vio golpeado por 58 desastres climáticos cuyos costes sobrepasaron, cada uno de ellos, los miles de millones de dólares. Es la segunda cifra más alta de la base histórica de la consultora, iniciada en 1990, solo por detrás de 2023.
Los cinco primeros eventos que figuran en el ranking de 2024 fueron, en este orden: los dos huracanes que tocaron tierra en Florida, Helene y Milton, las inundaciones estacionales de China, el tifón Yagi, que barrió el Sudeste Asiático, y las inundaciones de Rio Grande do Sul, en Brasil, todos ellos causantes de numerosas muertes. En sexto lugar se encuentra un trágico suceso que nos ha tocado muy de cerca: la terrible dana que el pasado 29 de octubre arrasó tierras valencianas y áreas de Castilla-La Mancha y Andalucía, dejando 232 víctimas mortales. La Cámara de Comercio de Valencia las cifra en 22.000 millones de euros. Una cantidad astronómica que, aunque fuese restituida de inmediato, jamás podrá borrar el dolor y las penurias vividas por las personas que vieron cómo la fuerza desatada del agua se llevaba por delante todo lo que tenían y dejaba el territorio transformado, con unas tierras que han quedado arrasadas, enterradas bajo el barro e inutilizadas para años.
mapa: carmen zornoza y javier serrano, departament de geografia, universitat de valènciaLas precipitaciones extremas van a más en todo el mundo, aunque determinar hasta qué punto el cambio climático intensifica estos eventos a nivel local es complejo. Aparte de la meteorología, intervienen muchos factores que los hacen más o menos dañinos.
En latitudes medias en general, y en Europa en particular, las posiciones de las borrascas y los anticiclones tienen relación con la posición y configuración de la corriente en chorro (o jet stream) polar, que circula de oeste a este en niveles altos de la atmósfera rodeando la Tierra y actuando como un gran río atmosférico que genera y desarrolla borrascas y anticiclones. Al igual que los meandros que se forman en los ríos, a lo largo de ese canal de miles de kilómetros de longitud de vientos muy fuertes también se producen ondulaciones, una dinámica que, según algunos expertos, el calentamiento global está alterando. Cuando una de esas ondulaciones es muy pronunciada, se forma un embolsamiento de aire frío que acaba por independizarse del chorro polar principal, generándose una dana (depresión aislada en niveles altos), con vientos cerrados ciclónicamente alrededor de ella. Aislada y con aire más frío que el de alrededor, se desplaza erráticamente, y cuando interacciona con las cálidas y húmedas masas de aire de niveles inferiores, puede generar un escenario de tremenda inestabilidad, convirtiéndose en una auténtica «bomba de relojería» por los fenómenos e impactos potencialmente adversos que puede causar en superficie (gráfico, abajo).
INFOGRAFÍA: ANYFORMS. FUENTE: francisco martín leónFue el caso de Valencia, donde, además, otro ingrediente clave para detonar esa «bomba» de efectos adversos y súbitos es el calentamiento anómalo de las aguas del Mediterráneo, más alto de lo normal por esas fechas. El meteorólogo Francisco Martín León, coordinador de la RAM-Meteored, compara el Mare Nostrum con el comportamiento que tendría un depósito de gasolina: «Ese aporte adicional de calor y humedad da a la dana el combustible necesario para desarrollar tormentas organizadas, adversas y de larga duración». Pero hubo otras circunstancias agravantes, como el estancamiento y lento desplazamiento de la dana y las características orográficas del territorio donde se produjeron las tormentas, causando unas inundaciones catastróficas. «La lluvia afectó sobre todo a las cuencas de los ríos Turia y Magro y a la rambla del Poyo, un curso de agua estacional con fuerte pendiente que pasa muy cerca del área metropolitana de Valencia. En ella se generó un caudal, en algunos puntos de más de 2.000 metros cúbicos por segundo, que empezó a circular a gran velocidad desbordándose en varios sitios, en lo que fue un episodio sin precedentes», explica Ana Camarasa, catedrática de Geografía Física de la Universidad de Valencia.
Lo que está claro es que el calentamiento global está afectando a las inundaciones en latitudes altas y en ríos con cabeceras en zonas de montaña. «A consecuencia del rápido y temprano deshielo en el norte del continente, las inundaciones están aumentando: el invierno se acorta y las temperaturas elevadas se adelantan durante la primavera, provocando picos de caudal», explica Gerardo Benito, profesor de Investigación en el MNCN-CSIC y experto en riesgos de inundaciones, reconstrucción de registros hidrológicos y paleoclima.
Foto: ANTONIO MASIELLO / GETTY IMAGESEn el centro y sur de Europa se observa que las inundaciones moderadas disminuyen debido a la reducción de la precipitación total anual y al aumento de la duración y la frecuencia de los períodos de sequía. «Pero las lluvias intensas asociadas a los eventos de corta duración, más numerosas en verano y otoño, van a más», añade el climatólogo.
Además de la DANA de octubre, hay ejemplos muy recientes, como las inundaciones causadas el pasado mes de septiembre por la tormenta Boris, que afectó áreas de Alemania, República Checa, Croacia, Polonia, Austria, Rumania, Hungría, Eslovaquia e Italia, con un saldo de decenas de fallecidos. O la tormenta Daniel de septiembre de 2023, que pegó de lleno en Libia –donde destruyó dos presas causando miles de muertes–, Grecia, Turquía y Bulgaria. Dos años antes, en julio de 2021, la tormenta Bernd segaba la vida de más de 240 personas tras provocar graves inundaciones en Austria, Bélgica, Croacia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Suiza.
Quién diría, viendo este panorama, que Europa, y concretamente la región meridional, enfrenta graves problemas de estrés hídrico en muchas de sus cuencas. Entre 2000 y 2021, la superficie media anual de tierras de cultivo afectadas por la sequía fue de 62.000 kilómetros cuadrados, el doble del tamaño de Bélgica, según se desprende del informe de 2023 del WWF «Agua para la naturaleza, agua para la vida. Adaptación al desafío de la escasez de agua en Europa». Las sequías causan ya daños económicos de hasta 9.000 millones de euros al año. Pero esa cifra podría ascender muchísimo más, «a 31.000 millones si la temperatura sube 2 °C y hasta 45.000 si llega a los 3 °C. Eso sin incluir los daños adicionales a los ecosistemas y sus servicios, incluido el suministro de alimentos», apunta el informe.
Foto: BLOOMBERG / GETTY IMAGESCuando en verano las temperaturas por encima de la media persisten durante al menos tres días consecutivos, se desata otro evento extremo: las olas de calor, que según la AEMA son la mayor amenaza sanitaria directa relacionada con el clima para la población europea. Cada vez más frecuentes en ambos hemisferios, amenazan literalmente la habitabilidad de los territorios y pueden provocar fallos orgánicos mortales en los seres vivos.
Europa, en especial el centro y el sur del continente, ha sufrido mucho por esta causa: en la histórica ola de calor de 2003 fallecieron alrededor de 7.000 personas, y en 2022 otro episodio de altas temperaturas acabó con la vida de unas 60.000. El pasado 2024, de temperaturas récord, el mundo vivió un promedio de 41 días de calor peligroso para la vida, según un estudio de World Weather Attribution (WWA) y Climate Central. En España fueron 30 los días de calor de riesgo, 10 más que en Portugal, que perjudicaron al 63 % de la población, es decir, a más de 30 millones de españoles. Pero en otros lugares fueron muchas más las jornadas de alta peligrosidad para la vida: 132 en Nueva Guinea, 122 en Indonesia, 91 en República del Congo, 87 en Perú, 77 en Somalia, 70 en Arabia Saudí…
En estos ambientes tórridos asociados al calentamiento global se conjuran los ingredientes necesarios para crear el escenario ideal en el que prosperen incendios forestales de proporciones colosales. Como los que arrasaron hace apenas tres meses más de 16.000 hectáreas y miles de viviendas y estructuras en Los Ángeles, California. Una sequía pertinaz llevaba meses caldeando la atmósfera tras un par de años de lluvias muy intensas. Es lo que se conoce como «latigazo meteorológico», un cambio súbito de las condiciones ambientales, que pasan de ser extremadamente húmedas, propulsando un fuerte crecimiento de la vegetación, a tremendamente secas. El experto en clima de la Universidad de California Daniel L. Swain afirma que desde mediados del siglo XX esos «latigazos» han aumentado en todo el mundo entre un 31 y un 66 % debido al cambio climático. En consecuencia, la masa vegetal se convierte en una biomasa seca e inflamable que arde con facilidad. En Los Ángeles las llamas prendieron en dos zonas y, avivadas por los huracanados vientos de Santa Ana, avanzaron sin control durante días. Fallecieron 28 personas, pero… ¿cuál sería la cifra de no haberse llevado a cabo una evacuación masiva de más de 200.000 personas?
La compañía estadounidense de previsión meteorológica AccuWeather estima que las pérdidas económicas de los fuegos angelinos serán de entre 135.000 y 150.000 millones de dólares. Es el incendio más caro de la historia moderna de Estados Unidos, lo que acentúa la crisis que sufre el mercado de seguros de California, cada vez más reacio a renovar pólizas o cancelándolas durante su vigencia, alegando riesgos financieros.
En esos días aciagos de finales de enero, el editorial de la revista The Lancet fue contundente al remarcar que el presidente del país y los medios de comunicación alineados «han ignorado notoriamente el papel del cambio climático y se han centrado en promulgar […] unas afirmaciones que no son más que una distracción inútil de lo que es un sólido conjunto de evidencia científica sobre los incendios forestales».
Foto: MILOS BICANSKI / GETTY IMAGESAunque a nivel global la cantidad de incendios forestales es ahora menor que hace unos años, la dimensión de los fuegos ha aumentado significativamente, me cuenta Cristina Santín, investigadora del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB) del CSIC, la Universidad de Oviedo y el Principado de Asturias. Experta en incendios forestales y en el impacto que estos generan en el medio ambiente, Santín señala que en Europa la zona más proclive a arder es el área mediterránea. Al igual que otras regiones como la sabana africana, el área mediterránea está adaptada al fuego. «Se trata de lugares en los que tanto las especies como los ecosistemas siempre se han adaptado a estas condiciones. Pero ahora las reglas del juego han cambiado, y a eso no se pueden adaptar», advierte. Dicho cambio obedece en primer lugar a la razón principal del actual calentamiento global: el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero, en especial dióxido de carbono, cuyos niveles son hoy un 50 % superiores a los de la era preindustrial.
En muchos casos también desempeña un papel importante el despoblamiento del área rural. Eso conlleva el abandono de zonas antes destinadas a la agricultura o la ganadería y la consecuente recolonización de una vegetación que se convierte en un combustible ideal para un fuego que, cabe recalcar, muy pocas veces prende por causas naturales. La mayoría de los incendios forestales que se producen en el mundo son detonados por los seres humanos, ya sea por negligencias (una barbacoa mal apagada), accidentes (un fallo o la rotura de una infraestructura eléctrica) o provocados, con intención de calcinar. En nuestro país, apunta Santín, en especial en el noroeste peninsular (Galicia, Asturias, Cantabria y el norte de Castilla-León), hasta un 90% son provocados. Realmente escalofriante. Y en un escenario de sequía y calor, esos fuegos avanzan más descontrolados que nunca.
mapa: ANYFORMS. FUENTES: distrelec; EFFISEn nuestra memoria quedarán para siempre los fuegos que en junio de 2017 –un año funesto en cuanto a incendios, el peor desde 2000– prendieron en el centro de Portugal en plena ola de calor, arrasando medio millar de hectáreas y cobrándose 66 víctimas humanas, la mitad de las cuales perecieron en el interior del coche intentando escapar. En 2018 un centenar de personas perdía la vida en dos focos de fuego mortífero en la región griega del Ática. En septiembre de 2021 ardieron 7.500 hectáreas en la malagueña Sierra Bermeja, y un bombero falleció durante las tareas de extinción. En verano de 2022 le tocó a la sierra de la Culebra, en Zamora: 60.000 hectáreas calcinadas y una víctima mortal. De nuevo en el país heleno, en julio de 2023 se producía el mayor incendio del que se tiene registro en Europa: se prolongó durante 16 días, quemando 96.610 hectáreas y causando más de 20 muertes. En agosto de ese mismo año se declaraba un incendio en Tenerife que tardó un mes en extinguirse, tras arrasar 15.000 hectáreas.
Pero ha habido muchos más. En los últimos 20 años los satélites han detectado en Europa más de 4.200 incendios forestales, la mayoría en el sur del continente: Portugal, España, Grecia, Turquía e Italia, por orden de número de incendios. Algunos, como los de Sierra Bermeja y Tenerife, fueron considerados fuegos de sexta generación, muy virulentos, erráticos e incontrolables. «Su intensidad es tal que alteran la dinámica de la atmósfera, generando sus propias condiciones meteorológicas, y es imposible extinguirlos mientras estas persisten», explica Santín.
La experta señala que aunque el problema de los incendios se está exacerbando a causa del cambio climático, hay que abordar otros factores importantes, como es nuestra poca preparación ante un gran fuego: «Debemos aprender a vivir con ese riesgo, lo que implica zonificar las áreas de alto riesgo, cerrar el acceso en determinadas épocas del año a zonas altamente sensibles e implementar buenos planes de emergencia. Por otro lado, es necesario ejecutar planes de gestión integral del paisaje para incentivar los usos tradicionales del campo, hacer quemas controladas y aumentar el pastoreo y la vigilancia activa».
Mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse a esta nueva peligrosidad ambiental son los dos ejes de acción principales para afrontar todos estos eventos extremos y frecuentemente mortíferos. Debemos presionar a los Gobiernos para que se afanen en adoptar todas las medidas necesarias, de sobra conocidas, y la ciudadanía debe actuar en consecuencia. En estos tiempos de pronósticos extremos e inestables, informémonos de las condiciones meteorológicas antes de realizar desplazamientos por el territorio. Preveamos los posibles riesgos de incendios, lluvias torrenciales, inundaciones, olas de calor… y mantengámonos a salvo.
No estamos ante un meteorito que va camino de impactar contra la Tierra sin que nada podamos hacer. Este nuevo clima al que nos enfrentamos es un fenómeno desatado por el ser humano, y en nuestras manos está tratar de minimizar sus efectos. Sabemos cómo hacerlo. Nuestro Armagedón es más bien mental y una cuestión de principios.
Fuente: National Geographic.
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