eugenesia blanda, opinión
04 mayo 2025.- El erudito inglés Francis Galton formuló el concepto de eugenesia en 1883. Inspirado por la crianza de animales, Galton alentó a las personas con rasgos "deseables" a procrear, mientras que desalentó o impidió que quienes tenían rasgos "indeseables" hicieran lo mismo. Dado que las cualidades sociales e intelectuales eran hereditarias, Galton creía que algunos grupos eran naturalmente superiores. Galton construyó una jerarquía racial, con los europeos blancos en la cima.
Desde entonces, la eugenesia se ha manifestado de maneras diversas y siempre trágicas. Los intentos de genocidio y las esterilizaciones forzadas son los primeros en venir a la mente, aunque el siglo XX trajo consigo el concepto de eugenesia blanda: métodos no coercitivos para reducir ciertas afecciones mediante la elección individual y el asesoramiento médico. Popularizada en el libro de Nancy Stepan de 1991, The Hour of Eugenics, la eugenesia «blanda» se logra mediante intervenciones indirectas, ambientales y educativas, mientras que la eugenesia «dura» se caracteriza por intervenciones biológicas directas (como la esterilización). Desde entonces, el término se ha ampliado en debates sobre tecnologías genéticas, exámenes prenatales y aptitud física.
La expresión "eugenesia blanda" ha emergido en debates contemporáneos como un término provocador que alude a prácticas sociales o políticas que, de manera indirecta, podrían favorecer la supervivencia y reproducción de ciertos grupos considerados "superiores" (generalmente asociados con inteligencia, salud o capacidad económica) mientras se negligencia o se abandona a aquellos percibidos como "débiles" o menos aptos. Aunque no implica la coerción explícita de la eugenesia tradicional, este concepto plantea serias preguntas éticas sobre desigualdad, empatía y el valor de la vida humana en todas sus formas.
La idea de "dejar que los débiles se enfermen" puede manifestarse en políticas de salud pública que priorizan recursos para ciertos sectores de la población, o en actitudes sociales que justifican la exclusión de quienes padecen enfermedades crónicas, discapacidades o pobreza extrema bajo el pretexto de que "la naturaleza debe seguir su curso". Por otro lado, "ayudar a los inteligentes a reproducirse" podría referirse a iniciativas como incentivos económicos para familias de alto nivel educativo, acceso privilegiado a tecnologías reproductivas para elites, o incluso la promoción cultural de la meritocracia extrema, donde la inteligencia se idealiza como el único rasgo digno de perpetuación.
Sin embargo, esta narrativa de "eugenesia blanda" es profundamente problemática. En primer lugar, asume una definición arbitraria y reduccionista de quiénes son "débiles" o "inteligentes". La inteligencia, por ejemplo, es multifacética y no se reduce a pruebas estandarizadas o logros académicos. Asimismo, las personas con discapacidades o enfermedades pueden aportar contribuciones valiosas a la sociedad, desde perspectivas únicas hasta resiliencia y creatividad. Ignorar esto no solo es injusto, sino que empobrece el tejido social.
En segundo lugar, la "eugenesia blanda" perpetúa la desigualdad al normalizar la idea de que ciertos individuos merecen más oportunidades de sobrevivir y prosperar. En un mundo donde el acceso a la atención médica, la educación y la tecnología ya está desigualmente distribuido, estas prácticas informales agravan la brecha entre privilegiados y marginados. Por ejemplo, si los recursos para tratamientos médicos se concentran en quienes pueden pagarlos o en quienes se consideran "productivos", se crea un sistema donde la vida de los menos favorecidos se devalúa implícitamente.
Además, la historia nos advierte contra cualquier forma de eugenesia, incluso la más sutil. Los movimientos eugenésicos del siglo XX, que promovían la esterilización forzada y la discriminación racial bajo el disfraz de progreso científico, dejaron un legado de sufrimiento y violaciones de derechos humanos. Aunque la "eugenesia blanda" no emplea métodos tan extremos, comparte una premisa peligrosa: la creencia de que algunas vidas son más valiosas que otras.
En lugar de aceptar estas ideas, deberíamos abogar por un modelo de sociedad que valore la diversidad humana en todas sus formas. Esto implica garantizar el acceso equitativo a la salud, la educación y las oportunidades reproductivas, sin importar las circunstancias de cada individuo. La verdadera fortaleza de una sociedad no radica en la uniformidad o en la selección artificial de rasgos "deseables", sino en su capacidad para proteger y empoderar a todos sus miembros, especialmente a los más vulnerables.
La "eugenesia blanda" puede sonar como un término inofensivo o incluso racional en ciertos círculos, pero su trasfondo revela una cosmovisión que deshumaniza y divide. En un mundo cada vez más interconectado, nuestro desafío es construir comunidades basadas en la solidaridad, no en la exclusión. Solo así podremos asegurar que el futuro no repita los errores del pasado.
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