Activistas exigen el reconocimiento del asturiano como lengua cooficial. Fotografía: Alberto Brevers/Pacific Press/Rex/Shutterstock 06 ju...
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Activistas exigen el reconocimiento del asturiano como lengua cooficial. Fotografía: Alberto Brevers/Pacific Press/Rex/Shutterstock |
06 junio 2025.- El lenguaje ha sido, a lo largo de la historia, un pilar fundamental para la identidad cultural y la preservación del patrimonio inmaterial de un pueblo. La lengua constituye un vehículo de valores, tradiciones y costumbres, y su protección es vital para el reconocimiento y la diversidad cultural. Sin embargo, este mismo recurso ha sido, en tiempos recientes, objeto de explotación política, transformándose en una herramienta para marcar fronteras y generar divisiones que superan, e incluso distorsionan, sus invaluables derechos de preservación.
En este contexto, se argumenta que el empleo del idioma como símbolo diferenciador ha evolucionado hasta convertirse en un instrumento separatista. Esta utilización se desvía del propósito original de salvaguardar y promover la herencia lingüística, para ser empleado en agendas políticas que buscan legitimar procesos de independencia o segregación basada en diferencias históricas, sin atender, en consecuencia, los vínculos inherentes a comunidades diversas que, a pesar de sus variantes lingüísticas, comparten un patrimonio cultural común.
Este alegato sostiene que, si bien es necesario reconocer y proteger las lenguas históricas, convertir la diversidad idiomática en bandera para promover causas separatistas puede resultar perjudicial para la cohesión social. Este riesgo se posa sobre la base de que el discurso sobre la identidad se desvirtúa, priorizando una retórica de “nosotros contra ellos” que fomenta una visión polarizada y, en muchos casos, excluyente. La riqueza cultural de un territorio debería ser el eje integrador de sus ciudadanos, y no el motivo para trazar líneas divisorias que debiliten el sentido de comunidad.
El uso político del lenguaje, por tanto, se inscribe en una corriente que, en ocasiones, sacrifica la complejidad y la historia de las lenguas en aras de objetivos políticos que responden a intereses particulares. El manejo de esta herramienta cultural para fines de agenda independentista, alejándose del genuino interés en conservar y difundir el legado lingüístico, plantea una serie de interrogantes: ¿Hasta qué punto se instrumenta el idioma para fines políticos que benefician a algunos sectores en detrimento del bien común? ¿No se corre el riesgo de que se prioritice una lucha ideológica por encima de los beneficios concretos que la diversidad idiomática puede aportar a una sociedad plural y unida?
Este alegato invita a repensar el papel del lenguaje en el entramado social. Se aboga por una utilización del idioma que reconozca su valor intrínseco como patrimonio de la humanidad y que, por el contrario, promueva diálogos interculturales y la integración. La preservación de las lenguas históricas debería focalizarse en la celebración de la diversidad cultural y en la educación, y no en la polarización política. En este enfoque, el idioma se transforma de símbolo de separación a puente que une tradiciones, facilitando el entendimiento y el respeto mutuo entre distintos colectivos.
Así pues, el uso de la lengua como elemento diferenciador y separatista debe ser analizado con rigor y objetividad. Es imperativo que la esfera política se abstenga de manipular el patrimonio lingüístico para fines ideológicos que, en última instancia, pueden erosionar el tejido social y minar la riqueza cultural de una sociedad. La verdadera fortaleza reside en la capacidad de integrar las diferencias, celebrando la diversidad de expresiones sin sacrificar la unidad del pueblo.
Autor: José I. Ibarra
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