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Buque de carga de GNL cerca de la isla de Rügen: La UE, incluida Alemania, ha sustituido el gas natural ruso por gas de fracturación hidráulica a gran escala. © foto2000/Imago |
05 julio 2025.- El gas natural licuado (GNL), presentado durante años como una alternativa más limpia frente al carbón y al petróleo, está siendo objeto de creciente escrutinio por sus implicaciones económicas y medioambientales. Según un análisis publicado por OVB Online, el mercado del GNL podría representar un “camino fósil equivocado” que compromete los objetivos climáticos globales.
Riesgos medioambientales
Aunque el GNL emite menos CO₂ que otros combustibles fósiles en su combustión, el proceso completo —extracción, licuefacción, transporte y regasificación— genera emisiones significativas de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. Además, la infraestructura necesaria para su producción y distribución suele tener una vida útil de varias décadas, lo que podría perpetuar la dependencia de fuentes fósiles más allá de los plazos marcados por los acuerdos climáticos internacionales.
Riesgos económicos
El artículo advierte que el GNL es una fuente energética costosa y volátil. La construcción de terminales y plantas de licuefacción requiere inversiones multimillonarias, mientras que los precios del gas en los mercados internacionales han mostrado una alta inestabilidad, especialmente tras la guerra en Ucrania. Esta volatilidad puede afectar tanto a los consumidores como a las economías nacionales que dependen del GNL importado.
Riesgos estratégicos
La expansión del GNL también plantea riesgos geopolíticos. Países como Alemania han acelerado la construcción de terminales para reducir su dependencia del gas ruso, pero esto ha generado nuevas dependencias con otros proveedores como Estados Unidos o Qatar. Además, la competencia por contratos de suministro a largo plazo podría limitar la flexibilidad de los países para adoptar energías renovables en el futuro.
En resumen, el artículo de OVB Online plantea que el GNL, lejos de ser una solución transitoria hacia la descarbonización, podría convertirse en un obstáculo estructural si no se gestiona con una visión estratégica y sostenible.
Conclusiones
El gas natural licuado (GNL) irrumpió en la escena energética como una alternativa “de transición” entre los combustibles fósiles tradicionales y las renovables, pero cada vez son mayores las señales de alarma sobre sus efectos contraproducentes.
En lo medioambiental, el GNL se ve cuestionado porque, más allá de emitir menos dióxido de carbono que el carbón, su cadena de producción completa —desde la extracción y licuefacción hasta el transporte y la regasificación— conlleva fugas de metano, un gas de efecto invernadero hasta 80 veces más potente que el CO₂. Esa huella oculta podría echar por tierra buena parte de la reducción de emisiones lograda en la combustión final, alargando décadas la dependencia de infraestructuras gigantescas diseñadas para un combustible que iría en contra de los compromisos de neutralidad climática.
En el plano económico, los elevados costes de construcción de terminales de licuefacción y regasificación, junto a la volatilidad de los precios internacionales, convierten al GNL en un recurso caro y de riesgo para las arcas públicas y los consumidores. Tras la guerra en Ucrania, las fluctuaciones extremas en los mercados han quedado patentes: lo que se vendía como una vía rápida para liberarse del gas ruso terminó generando nuevas exposiciones a la inestabilidad de las cotizaciones globales.
A nivel geoestratégico, la expansión del GNL puede crear nuevos vínculos de dependencia. Países europeos que aceleraron terminales para dejar atrás a Rusia han visto cómo emergen relaciones de suministro a largo plazo con potencias como Estados Unidos, Catar o Australia. Esa nueva red de compromisos a 20 o 30 años, paradójicamente, puede dejar menos margen para impulsar de verdad las renovables y diversificar el mix energético.
La conclusión es clara: sin una estrategia que limite fugas de metano, evalúe el coste real y evite nuevos pactos de largo plazo, el GNL podría convertirse en un atajo que nos desvíe de la senda de descarbonización en lugar de acercarnos a ella.
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