opinión, genocidio Gaza
06 julio 2025.- La indiferencia de Europa ante el asedio y las masacres en Gaza no es un mero acto de omisión: es un anestesiante ético que cauteriza la conciencia colectiva. Cuando gobiernos, medios e instituciones occidentales guardan silencio frente al sufrimiento de más de dos millones de personas, envían el mensaje de que la dignidad humana es negociable según intereses geopolíticos y económicos. Esta actitud no solo legitima la brutalidad contra el pueblo palestino, sino que endurece las conciencias frente a cualquier otra tragedia que acontezca en el planeta.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa se erigió en faro de derechos universales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la creación de la ONU y los tribunales de Nuremberg fueron hitos para que “nunca más” volviera a imponerse la barbarie. Hoy, sin embargo, ese legado está siendo erosionado. La “complicidad por silencio” ante un genocidio televisado demuestra que el pacto moral nacido del horror de Auschwitz y Hiroshima ha sido quebrantado, dejando a la humanidad a merced de la realpolitik y de los poderes que impongan su ley de muerte sin temor a reproches.
Las implicaciones de este colapso son profundas para la política internacional, regional e incluso nacional. Se reprime la disidencia política, se vigila el lenguaje político y las sociedades tradicionalmente liberales se militarizan cada vez más contra sus propios ciudadanos.
En 2003, el historiador Tony Judt escribió que el «problema con Israel [es] que llegó demasiado tarde. Ha importado un proyecto separatista característico de finales del siglo XIX a un mundo que ha evolucionado, un mundo de derechos individuales, fronteras abiertas y derecho internacional. La idea misma de un «Estado judío» —un Estado en el que los judíos y la religión judía tienen privilegios exclusivos de los que los ciudadanos no judíos están excluidos para siempre— tiene sus raíces en otro tiempo y lugar. Israel, en resumen, es un anacronismo».
Aunque el derecho internacional generalmente prohíbe la guerra, establece una excepción para la legítima defensa, y son los Estados poderosos los que pueden modificar la definición de legítima defensa.
La pasividad estratégica de Occidente allana el camino a regímenes y poderes fácticos que no dependen de la voluntad ciudadana ni del imperio de la ley. Al priorizar la estabilidad aparente sobre la justicia, Europa y sus aliados refuerzan un modelo global en el que prevalece la obediencia acrítica y el control vertical. Este “nuevo orden” adopta las formas de la autocracia: concentra la toma de decisiones en élites no electas democráticamente, desacredita la disidencia como “riesgo de escalada” y desconecta a la sociedad de toda solidaridad con los más débiles.
Lo cierto es que nunca hemos vivido realmente en un "orden internacional basado en normas", o al menos no en el que la mayoría de la gente imagina al oír la frase. La idea de que el derecho internacional establece límites a las acciones de los Estados no impidió el genocidio de Ruanda. El "orden internacional basado en normas" no detuvo la invasión " ilegal " de Irak por parte de Estados Unidos en 2003. Mucho antes de 2023, Israel violó sistemáticamente las resoluciones del Consejo de Seguridad. No impidió que Hamás cometiera sus crímenes de guerra el 7 de octubre.
Hay muchos factores que influyen en el éxito de cualquier campaña política, pero cualquier expresión de apoyo a Palestina solía ser una sentencia de muerte. ¿Será que estamos a punto de un cambio? ¿Quizás la libertad palestina ya no es una carga, sino una verdadera posición ganadora en la política?
Si Europa no reacciona y recupera su antigua vocación humanista, las próximas generaciones heredarán un mundo donde los derechos universales sean un mero decorado. La única vacuna contra esa deriva es una solidaridad activa: dar voz a las víctimas silenciadas, exigir responsabilidades y reactivar el imperativo moral que proclamaba “nunca más” tras la II Guerra Mundial. Ignorarlo nos aboca a un planeta sometido a poderes autocráticos, donde los más desfavorecidos serán los primeros sacrificados en el altar de la indiferencia.
Autor: José I. Ibarra
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