opinión, cambio climático
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| Fenómenos extremos, indiferencia cotidiana. Inundaciones, incendios y huracanes sacuden al planeta con frecuencia creciente, pero la mayoría de la población sigue confiando en que los gobiernos encontrarán soluciones sin alterar el confort del día a día. El cambio climático avanza, mientras muchos esperan que la acción venga de arriba sin asumir sacrificios personales. |
05 julio 2025.- Vivimos un momento en el que los telediarios se llenan de imágenes de inundaciones, olas de calor letales, incendios incontrolables y huracanes que barren ciudades enteras. Sin embargo, y a pesar de la magnitud de estos fenómenos, la mayoría de la población no modifica sus hábitos ni refuerza su compromiso con la lucha contra el cambio climático.
Nos levantamos cada día, revisamos nuestro móvil, cogemos el coche para ir al trabajo, compramos en supermercados con montañas de plásticos y seguimos tal cual, con la confianza de que “los políticos” se harán cargo y sabrán conjugar el estado del bienestar con la emergencia ambiental.
¿Por qué esa desconexión entre lo que vemos y lo que hacemos? En primer lugar, la inmediatez de nuestra vida urbana crea una barrera emocional: si nuestra casa no se inunda, el fuego no avanza hacia nuestro barrio y el calor no supera nuestro límite personal, tendemos a creer que los desastres ocurren “allí”, en otra parte.
Esa sensación de seguridad local da pie al convencimiento de que “alguien” resolverá el problema cuando llegue el momento, sin cuestionar nuestra propia responsabilidad cotidiana.
En segundo lugar, el cambio climático se percibe como un desafío demasiado abstracto y de largo plazo. Confiamos en que los gobiernos impulsen leyes verdes, subsidios a renovables y sistemas de movilidad sostenible. Y, en paralelo, reclamamos que no suban impuestos, que se preserve el empleo y que no encarezcan la energía. Vivimos instalados en la idea de que existe una fórmula milagrosa: mantener intocado nuestro estilo de vida de consumo masivo a la vez que “se salvan el planeta y las pensiones” gracias a decretos y tecnologías que aún no existen o no están desplegadas a escala.
El resultado es una especie de laissez-faire ambiental: permitimos que los desastres naturales aumenten en frecuencia e intensidad, pero a la hora de la verdad no queremos renunciar a nada. Pocas personas cambian sus hábitos de desplazamiento, reducen drásticamente su consumo de carne o renuncian a compras impulsivas. La acción ciudadana, cuando surge, se limita a campañas puntuales de recogida de residuos o a compartir indignación en redes sociales antes de volver al fast fashion y al coche particular.
Quizá sea hora de reconocer que los fenómenos meteorológicos extremos, por sí solos, no bastan para movilizar a la mayoría. La verdadera palanca del cambio será cuando la presión social haga que los gobiernos no solo legislen estrategias verdes, sino que las sustenten sobre un consenso ciudadano decidido.
Esto exige discutir en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo y en nuestros municipios sobre la necesidad de sacrificar comodidades inmediatas para garantizar la habitabilidad futura. Solo si la acción climática deja de verse como una tarea exclusiva de expertos y políticos, y pasa a integrarse en nuestra rutina diaria, podremos dejar de confiar ciegamente en que “alguien lo solucionará” y asumir, de una vez, que el cambio climático nos interpela a todos.
Autor: José I. Ibarra
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