El País Vasco a través de sus pueblos con mayor encanto
Euskadi es un mosaico de paisajes donde cada valle y cada puerto suma para confeccionar un conjunto especialmente atractivo. Su orografía caprichosa, con montes que superan los 1.000 metros de altitud, vegas profundas y una costa recortada por el Cantábrico, ha permitido que cada rincón tenga su propia esencia.
Son las localidades las que aglutinan alrededor suyo toda la belleza del paisaje del País Vasco. Las hay amuralladas, de interior, rodeadas de viñedos, con coquetos puertos pesqueros... Todas ellas floridas y preparadas para dar la bienvenida a los viajeros. Estos son los 13 pueblos más bonitos del País Vasco.
HONDARRIBÍA
Esta carismática localidad es uno de los imprescindibles de los que hay que ver en el País Vasco. Su esencia combina alma de puerto pesquero con la elegancia de un antiguo enclave de la burguesía vasca, que solía acudir en el siglo XIX atraída por su elegancia ambiente y por sus playas del golfo de Vizcaya, fronterizo con Francia. La Hondarribia fortificada disfruta de un casco apretado magníficamente conservado, que se recoge en torno a la plaza de Armas, una de las más bonitas del País Vasco. A su alrededor se articulan callejuelas con caserones y algunos palacetes renacentistas y barrocos. Esta Parte Vieja brinda un impecable Conjunto Monumental adoquinado, que incluye casitas pintadas de vivos colores, muchas con vigas rojas y verdes, y balcones que lucen macetas en los balcones. En la parte más alta destaca el Castillo de Carlos V, fortificación que fue transformado en Parador.
Un ambiente más popular regala el paseo por el barrio de La Marina, con sus casitas de pescadores y sus barcas fondeadas en el estuario del río Txingudi, que invita a disfrutar de tabernas marineras. Por cierto que este río forma marismas y humedales que proponen atractivas excursiones. Fuera del núcleo urbano queda una Hondarribia más, la que trepa por el monte Jaizkibel, punteada de típicos caseríos e históricos fortines como el de San Telmo, que rememora lejanas contiendas corsarias.
VALLE DE AYALA (ÁLAVA)
El municipio de Ayala preside el valle al que da nombre, uno de los más seductores de la provincia de Álava. Conocido por sus suaves laderas cubiertas de pastizales y verdes bosques y prados, cuenta con típicos caseríos dispersos y propone disfrutar de actividades al aire libre como la observación ornitológica o el senderismo, por ejemplo con las rutas que siguen el cauce del río Nervión que lo atraviesa. La zona está dominada por la sierra Sálvada, con bosques de pinos y tramos con robles, hayas y abetos. Ayala, junto a Artziniega, Llodio, Amurrio y Okondo, son los municipios de mayor tamaño del valle, agrupados en lo que se conoce como la Cuadrilla (comarca) de Ayala
En el valle también se conservan típicas casas-torre, edificios defensivos compactos como las de Zuaza o Murga. Más amplio y delicado es el extraordinario Conjunto Monumental de Quejana, que perteneció a la familia de los Ayala, linaje vinculado a la historia de esta comarca. Este recinto medieval está compuesto por el Palacio Fuerte de los Ayala (siglo XIV), el Convento de San Juan Bautista, que guarda valiosas obras de arte, y el Torreón-Capilla de la Virgen del Cabello, e incluye un museo con documentación y valiosas imágenes, maquetas y objetos de esta familia y del valle, así como los sarcófagos de alabastro de varios miembros de la familia.
LEKEITIO (VIZCAYA)
Acurrucada frente a una bahía protegida por verdes colinas se cobija Lekeitio. La localidad guipuzcoana conserva un bonito casco antiguo de callejuelas y acogedores muelles. Sobre todos ellos se divisa el campanario de la basílica de Santa María (siglo XV), un monumento de gran tamaño, con espectaculares arbotantes esculpidos en su rica portada gótica. Estos son la antesala a un precioso interior que guarda un retablo dorado flamenco del siglo XVI, que alcanza los 13 metros de alto, solo superado en la Península por otros de Toledo y de Sevilla.
El paseo por el centro de Lekeitio, que en verano acoge un animado festival de teatro, se acompaña de rincones que esconden tabernas y palacetes blasonados, como el que alberga el Ayuntamiento. La localidad disfruta de un tradicional puerto pesquero, que desde hace unos años también sobresale como destino vacacional, gracias a sus extensas playas, como las de Karraspio y Isuntza. En esta última se contempla la mansa desembocadura del río Lea y la cercana isla de San Nicolás, que cierra la bahía de Lekeitio con sus pinares de aire mediterráneo. En la marea baja se puede alcanzar este antiguo lazareto medieval sin necesidad de nadar.
BALMASEDA (VIZCAYA)
La que fuera la primera Villa de Vizcaya aprovecha cada ocasión para recordárselo al viajero. Pero, más allá de ser un hito histórico, este dato ayuda a entender mejor la importancia de la capital de Encartaciones. Y por ende, el patrimonio que alfombra sus calles. Porque el modo de empleo de Balmaseda es sencillo: solo hay que seguir las tres calles que, paralelas al río Cadagua, conectan la impresionante iglesia de San Severino con el Puente Viejo.
Estos dos monumentos emblemáticos recuerdan que esta localidad fue, durante siglos, la puerta natural que conectaba Vizcaya con Castilla, convirtiéndose por ello en una plaza comercial fundamental. Porque, si el puente se erigió para controlar y gravar las mercancías que entraban al pueblo, la basílica sirvió para mostrar su poder y su fe. Y por el camino, otros imprescindibles como el Convento de San Roque, el museo dedicado a su Pasión Viviente o la Iglesia de San Juan del Moral.
MUTRIKU (GUIPÚZCOA)
Otrora puerto ballenero, esta localidad de la costa vasca aún recuerda, en sus patrimonio, aquella esencia marinera que la marcó durante siglos. De hecho, su postal más emblemática sigue siendo sus muelles donde todavía se puede ver algún que otro pesquero y muchas barquitas marineras. Junto a ellas, la presencia de la Antigua Lonja, donde aún cuelga una báscula romana, se mantiene como el principal recuerdo de aquel pasado y regala una estampa inconfundible con sus soportales y su altura.
Pero Mutriku se visita, sobre todo, en vertical. No en vano, la torre Berriatua se eleva como un rascacielos medieval, siendo la mayor casa-torre de las que se conservan en Guipúzcoa. Paso a paso se van ganando metros hasta dar con otras grandes mansiones, como es el caso de la Casa Galdona, el Palacio Zabiel o el Arrietakua, cuyos blasones, dimensiones y aleros dan fe de la importancia que adquirió para este pueblo el negocio pesquero.
ELCIEGO (ÁLAVA)
Cuando en 2006 los Reyes y autoridades locales y regionales inauguraron la ciudad del vino de Marqués de Riscal, Elciego se convirtió en un imán para viajeros del vino. Sin embargo, ya estaba ahí mucho antes, y mostraba su presencia sobre las lomas envinadas con uno de esos templos desproporcionados y bellos que salpican nuestra geografía.
Se trata de la iglesia de San Andrés, un templo improbable por su ubicación -sobre una plataforma que se ganó al río- y por unas dimensiones que parecen retar a las cimas de la Sierra de Cantabria. Todo un ejemplo de arquitectura tardo gótica y renacentista bastante insólita y, sobre todo, impresionante. Con sus torres como faro comienza el deambular por su casco urbano algo retorcido que tiene en la Plaza Mayor una explanada monumental.
ONDARROA (VIZCAYA)
Ondarroa es una mezcla irresistible de playas y patrimonio, un maridaje perfecto para cualquier época del año porque a sus paisajes y edificios les sienta bien cualquier meteorología. Pasearla es adentrarse en un casco histórico de calles empedradas y fotogénicas que tienen su colofón en la Iglesia de Santa María, una imponente iglesia gótica del siglo XV. Su lateral rima a la perfección, incluso de forma sorprendente, con las coloridas barcas que se mecen en el puerto viejo emplazado en el estuario del río Artibai.
BERMEO (VIZCAYA)
En Bermeo todo gira en torno al mar. Y, por supuesto, alrededor de su puerto, donde suelen arremolinarse los acólitos de esta villa en busca de la postal marinera y, también, del pintxo pote y la buena lata de conservas como souvenir. Por eso, en ocasiones, este pueblo vizcaíno por donde pasó Hemingway en la década de 1920 es injustamente reducido a este conjunto de barcos y edificios marineros. Un estigma que rápido se elimina cuando se pasea por sus calles y se traspasa (pero sin abandonarlo) ese matiz atlántico que lo tiñe todo.
Los pasos tienen que guiar sí o sí a la puerta de San Juan, un reducto medieval que recuerda que Bermeo estuvo bine protegida por una muralla. También al Convento de San Francisco, que sin ser uno de esos cenobios impresionantes, sí que puede presumir de ser el más antiguo de toda la provincia y de tener un claustro gótico de lo más parsimoniosos y bello. Y, por supuesto, a su pedanía más inevitable: San Juan de Gaztelugatxe, ese peñón lleno de épica y de curiosidades.
LABASTIDA (ÁLAVA)
De abajo arriba y de arriba abajo. No hay mejor truco ni ruta para adentrarse en una localidad majestuosa que no desaprovecha ninguna ocasión para demostrar su riqueza... en todos los sentidos. Y es que en cuanto se deja atrás la carretera que la conecta con Vitoria y Laguardia, Labastida se presenta como una villa señorial, con puertas de acceso de piedra y una vía principal, la Calle Mayor, cuyos edificios blasonados resisten el paso del tiempo.
El cénit de este paseo es la plaza de la Paz, donde el ayuntamiento en un lado y la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en el otro constituyen un hall of fame monumental. Ambos merecen unos largos minutos de contemplación, pero aquí no termina el pueblo. De hecho, ahondar en él es subir hasta la Ermita Santo Cristo y encontrar por el camino el Lagar de la Mota o el Arco del Toloño.
TOLOSA (GUIPÚZCOA)
La villa de Tolosa se amolda a las orillas del río Oria, una activa localidad donde los sábados se celebra un animado mercado instalado en el Tingladillo, un edificio abierto con arcadas, situado junto al Puente Viejo y sobre aguas del río Oria. Tolosa fue un próspero enclave gracias a sus ferias y mercados, pero también destaca como gran foco de la cultura vasca. La ciudad tiene varios enclaves monumentales de visita obligada: la iglesia de Santa María, con mezcla de estilos que van del gótico al barroco, y los palacios barrocos de la Diputación y del Viejo Ayuntamiento.
En el centro histórico se pasea por la Kale Nagusia (calle Mayor) y las callejas adyacentes, donde se descubren rincones encantadores. Por su lado, en la plaza Euskal Herria, de planta cuadrada y grandes edificios porticados en los laterales, sobresalen el Ayuntamiento nuevo y el espacio dedicado a otro mercado de productos frescos, como las famosas alubias de Tolosa y productos de repostería, una tradición arraigada que dio vida al Museo de la Confitería. En la misma plaza se puede entrar en el curioso TOPIC, el Centro Internacional y Museo del Títere de Tolosa, herencia lógica de su tradicional festival de esta disciplina artística.
GETARIA (GUIPÚZCOA)
El puerto pesquero de esta villa medieval se acomoda a los pies del monte San Antón, conocido por su silueta como «el Ratón», que fue la atalaya natural sobre la que nació este lugar; está coronado por una ermita desde la que se divida un magnífico panorama del Cantábrico y las montañas guipuzcoanas. La iglesia de San Salvador destaca sobre los tejados de este pueblo, cuyas callejuelas descienden hasta el mar.
Aldea natal de pescadores y navegantes como Juan Sebastián Elcano (1487-1526), Getaria también es famosa por sus viñedos que producen la uva del vino blanco txakolí, con Denominación de Origen. El paseo puede dividirse en dos etapas: el centro y el puerto. El núcleo urbano conserva casas medievales y palacetes como el de Aldamar, que aloja el museo dedicado al modisto Cristóbal Balenciaga (1895-1972), hijo ilustre de la localidad. El puerto, por su parte, es idóneo para saborear en sus tabernas un amplio surtido de pintxos vascos o una tradicional sopa de pulpo. En sus muelles también vale la pena acudir a una subasta de pescado.
MUNDAKA (VIZCAYA)
En el norte de la Reserva de la Biosfera de Urbaibai se asienta la villa marinera de Mundaka. El pueblo preside la desembocadura de una ría que crea uno de los tesoros de este espacio protegido: sus marismas. Deambulando por las sinuosas calles de la población se ven la iglesia gótica de Santa María, del siglo XIV, el crucero renacentista de Kurtzio o del Calvario y el Palacio de Larrinaga.
En el puerto marinero, hoy también deportivo, los aficionados al windsurf sacan sus planchas para disfrutar de las aguas bravas del Cantábrico. Una forma de apreciar la costa de Mundaka y sus impresionantes mareas es caminar por sus playas y acercarse a los miradores del Parque Atalaya y de Portuondo, desde donde se admira el cambiante litoral y enfrente el islote de Ízaro, un refugio natural de gaviotas y cormoranes.
LAGUARDIA (ÁLAVA)
Arribar a esta coordenada tiene un reto añadido: sortear las numerosas bodegas que salpican su extrarradio y que compiten por ser las más atractivas de Rioja Alavesa. Pero antes (o después) de la cata conviene atravesar las puertas medievales que recuerdan la vieja muralla de Laguardia, especialmente la de Páganos, la de Santa Engracia o la Nueva de Carnicerías, para entrar en una almendra medieval que se conserva a la perfección.
El guiño al presente tiene forma de vino, de bares que presumen de una carta amplia y cuidada y de calados que ofrecen visitas o, simplemente, disfrutar de un buen vaso bajo tierra. Este anzuelo vinatero pretende hacer todo lo posible para frenar la visita a Santa María de los Reyes, pero es que la gran joya monumental de la comarca resulta imprescindible por su pórtico policromado y por su visita, aderezada por un video mapping que ensalza su espectacularidad.
Fuente: National Geographic
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