historia, refugiados republicanos, Francia 1939
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| AFP | Soldados republicanos españoles que huyen de las fuerzas del general Francisco Franco llegan a Francia en febrero de 1939. |
En el gélido invierno de 1939, medio millón de personas cruzaron los Pirineos huyendo del avance franquista. Buscaban la "Libertad, Igualdad y Fraternidad" de la República Francesa, pero encontraron el desprecio de las autoridades, el frío de las playas alambradas y la muerte en el exilio. Esta es la crónica de un éxodo masivo y de la vergüenza de los campos de concentración.
Febrero de 1939. La carretera que serpentea hacia el paso fronterizo de Le Perthus es una arteria gangrenada. Bajo un cielo plomizo y ráfagas de tramontana, una marea humana avanza a paso lento. Son soldados derrotados arrastrando fusiles sin munición, mujeres con niños en brazos, ancianos con la vida empaquetada en una maleta de cartón y rebaños de ovejas mezclados con camiones averiados. Es "La Retirada".
La Retirada , la retirada de los españoles al término de los tres años de la Guerra Civil Española, purgó al país de medio millón de simpatizantes republicanos. Pero, si bien su huida no fue lamentada en España, tampoco fueron bien recibidos en Francia. La fría recepción del gobierno francés sería seguida rápidamente por el trato cruel a otros antifascistas: alemanes, austriacos, polacos, húngaros y judíos, entre otros.
La caída de Barcelona había precipitado el colapso del frente de Cataluña. Detrás dejaban su patria; delante, la incertidumbre de Francia. Entre esa multitud caminaba, enfermo y abatido, el poeta Antonio Machado, acompañado de su madre anciana. Corpus Barga, periodista y escritor que los ayudó a cruzar, relataría más tarde la desolación del poeta, quien moriría pocos días después en Collioure, con el bolsillo lleno de versos inéditos y la pena del destierro.
El recibimiento: "Allez, allez!"
El gobierno francés de Édouard Daladier, desbordado y temeroso del "contagio rojo", no preparó una acogida humanitaria, sino un dispositivo de seguridad. Los gendarmes y las tropas coloniales senegalesas (los spahis) recibieron a los refugiados a culatazos, separando a los hombres de las mujeres y niños. La orden era clara: desarmar y confinar.
Los refugiados esperaban albergues; encontraron la nada. Las autoridades francesas improvisaron campos de internamiento en las playas del Rosellón: Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien y Le Barcarès.
El escritor Max Aub, en su monumental obra Campo de los almendros, describió la llegada a estos no-lugares: "Llegaron a la playa. Estaba desierta. El mar, gris. El cielo, bajo. El viento, alto. No había nada. Solo arena y mar. Y alambre de espino. Mucho alambre de espino."
Mal preparado para una afluencia masiva de refugiados y preocupado por un Adolf Hitler impredecible, el gobierno francés obligó a cientos de miles de españoles a internarse en precarios campos de concentración repartidos por el sur de Francia. Los exiliados fueron internados en 15 campamentos improvisados, algunos de ellos simples recintos con alambre de púas, tendidos sobre playas mediterráneas, sin refugio, instalaciones sanitarias ni cocina. En los primeros seis meses desoladores, 14.672 refugiados en estos «centros de acogida» murieron de desnutrición o disentería.
La vida en la arena: Argelès y Saint-Cyprien
En Argelès-sur-Mer, más de 80.000 personas fueron hacinadas en la playa cercada. No había barracones, ni letrinas, ni agua potable, ni cocinas. Para combatir el frío nocturno, los refugiados cavaban agujeros en la arena como animales para buscar el calor del subsuelo.
Las condiciones eran infrahumanas. La disentería, la sarna y el tifus se propagaron rápidamente. El agua se extraía de pozos excavados a mano en la arena, salobre y contaminada por las heces de miles de personas. Se calcula que miles murieron de inanición y enfermedades en las primeras semanas.
El fotógrafo Agustí Centelles, quien documentó la vida en el campo de Bram con una cámara que logró ocultar, dejó testimonio gráfico y escrito de la miseria psicológica: "Somos como ganado. La humillación es peor que el hambre. Nos miran como si fuéramos la peste de Europa, cuando somos los primeros que luchamos contra el fascismo que ahora les amenaza a ellos".
Si carecían de comida, alojamiento y medicinas adecuadas, los refugiados allí contaban con un recurso adicional en abundancia: guardias franceses. «Estamos hasta el cuello de gendarmes», se quejó un refugiado. La supervisión era tan generalizada y perversa que «nos espiaban cuando defecábamos».
Otro exiliado recordó que los guardias «nos trataban como perros; nos robaban; nos golpeaban; nos maltrataban. Para ellos, éramos solo un puñado de indeseables de los que debían deshacerse cuanto antes, pero solo después, claro, de desangrarnos».
No es de extrañar que uno de los artistas españoles que capturó gráficamente la miseria de los exiliados, Josep Bartoli, retratara a los guardias franceses como soldados mórbidos y obesos con elegantes uniformes que supervisaban monigotes de presos medio vestidos.
Burlados y maltratados, los refugiados comprendieron que el objetivo era obligarlos a regresar a España. Desesperados, algunos accedieron. A su regreso, fueron recibidos en la frontera por la Guardia Civil, luego enviados a prisión o, en algunos casos, ejecutados. Para diciembre de 1939, poco menos de 200.000 españoles y otros que lucharon en España permanecían en Francia.
La élite intelectual tras la alambrada
Francia no hizo distinciones. En esos campos malvivieron obreros y campesinos junto a la flor y nata de la intelectualidad española.
Eulalio Ferrer, quien años más tarde sería un magnate de la comunicación en México, entró en Argelès siendo un joven oficial. Allí intercambió una cajetilla de tabaco por un libro: El Quijote. Organizó lecturas en voz alta entre la miseria, recordando que la cultura era lo único que no podían expropiarles.
El poeta Miguel Hernández intentó cruzar, pero fue devuelto a España para enfrentar su trágico destino.
Figuras políticas como Lluís Companys o Manuel Azaña vivieron el exilio bajo vigilancia y persecución, este último falleciendo en Montauban bajo la protección de la legación mexicana.
La ayuda: SERE, JARE y los barcos de la esperanza
Ante la catástrofe humanitaria y la inminencia de la Guerra Mundial, el Gobierno de la República en el exilio intentó organizar la evacuación. Sin embargo, la división política persistió incluso en la derrota:
El SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles), controlado por Juan Negrín (socialista cercano al PCE).
La JARE (Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles), dirigida por Indalecio Prieto.
A pesar de las disputas por los fondos del tesoro republicano, lograron fletar barcos míticos que salvarían miles de vidas. México, bajo la presidencia del general Lázaro Cárdenas, abrió sus puertas de par en par. El Sinaia, el Ipanema y el Mexique llevaron a miles de refugiados a Veracruz.
El poeta chileno Pablo Neruda, nombrado cónsul especial para la inmigración española, gestionó el flete del Winnipeg, que llevó a más de 2.000 republicanos a Chile. Neruda recordaría en sus memorias, Confieso que he vivido: "Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie".
Los destinos: de la Legión Extranjera a Mauthausen
Para salir del infierno de los campos franceses, las opciones eran limitadas y a menudo trágicas:
La Legión y las Compañías de Trabajadores: Francia ofreció a los hombres unirse a la Legión Extranjera o a las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) para fortificar la Línea Maginot. Miles aceptaron para huir de la arena.
El retorno a España: Agotados y engañados por la propaganda franquista y francesa, que prometía clemencia a quienes "no tuvieran las manos manchadas de sangre", cerca de 200.000 refugiados regresaron. Les esperaban los consejos de guerra sumarísimos, las cárceles repletas y, en muchos casos, el paredón.
El Holocausto español: Tras la invasión nazi de Francia en 1940, muchos republicanos que luchaban con el ejército francés fueron capturados. Como Serrano Suñer (cuñado de Franco) declaró que "no eran españoles", fueron enviados a campos de exterminio, principalmente a Mauthausen. Allí, marcados con el triángulo azul de los apátridas, más de 7.000 españoles fueron esclavizados y asesinados.
Epílogo: La memoria de la arena
Los campos del Rosellón fueron desmantelados progresivamente, pero Gurs y Rivesaltes siguieron operativos para encerrar a judíos y gitanos durante la ocupación nazi.
Hoy, en las playas de Argelès, el viento sigue levantando la arena. Donde antes hubo alambradas y dolor, hoy hay turistas. Pero bajo esa misma arena reposa la memoria de la mayor diáspora de la historia de España, una generación que perdió la guerra, perdió su tierra y, en las playas de la "patria de los derechos humanos", perdió también la inocencia.
Para saber más:
Históricas:
La Guerra Civil Española y El Holocausto Español, de Paul Preston.
El exilio de los republicanos españoles en Francia, de Geneviève Dreyfus-Armand.
Los campos de concentración de Franco, de Carlos Hernández de Miguel (para el contexto del retorno).
Literarias y Testimoniales:
Campo de los almendros y Laberinto mágico, de Max Aub.
La escritura o la vida, de Jorge Semprún (superviviente de Buchenwald).
Diario de un refugiado republicano, de Lluís Artís.
Enterrar a los muertos, de Ignacio Martínez de Pisón.
Además de los testimonios ya citados, como los de Machado, Max Aub o Agustí Centelles (incluso en la arena de las playas), existe una vasta producción literaria —a menudo desgarradora— escrita por quienes vivieron la humillación de la arena y el alambre. Muchos de estos textos fueron escritos in situ, en libretas ocultas o en la cubierta de los barcos hacia América.
1. La poesía de la arena y el alambre (Testimonios directos)
Agustí Bartra - Cristo de 200.000 brazos (Novela/Prosa poética) Es, quizás, la obra cumbre sobre el campo de Argelès-sur-Mer. Bartra, poeta catalán internado allí, utiliza una prosa cargada de lirismo para describir la vida en el campo. El "Cristo" del título es el colectivo de refugiados: una sola entidad sufriente formada por miles de hombres despojados de todo. También escribió el poemario El árbol de fuego, donde sublima la experiencia del exilio.
Celso Amieva - La almohada de arena (Poesía) El título es una referencia literal: en las playas de Argelès y Saint-Cyprien, los refugiados hacían montículos de arena para apoyar la cabeza. Sus poemas son crónicas rimadas de la miseria, el piojo, el frío y la dignidad mantenida a duras penas. "Campo de concentración, / ciudad de lona y de lata, / torre de la confusión..."
Josep Bartolí - Campos de concentración (Ensayo gráfico/Poético) Aunque es más conocido por sus dibujos (que inspiraron la película Josep), sus textos acompañantes son dardos envenenados contra la gendarmería francesa y la hipocresía europea. Su obra narra el paso por siete campos diferentes antes de su fuga.
2. La voz del destierro y la travesía
Pedro Garfias - Primavera en Eaton Hastings y el poema "Entre España y México" Garfias, uno de los grandes poetas de la Generación del 27, escribió el poema "Entre España y México" a bordo del barco Sinaia, el primer buque de evacuación masiva. Es el himno del exilio por excelencia, recitado por los refugiados mientras cruzaban el Atlántico. "España que perdimos, no nos pierdas; / guárdanos en tu frente derrumbada..."
León Felipe - Español del éxodo y del llanto (Poesía) Desde México, León Felipe se convirtió en la voz bíblica y atronadora del exilio. Su poesía no narra el detalle del campo, sino el dolor metafísico de haber perdido la patria ("la casa"). Es una poesía de rabia, de derrota y de acusación contra las potencias que abandonaron a la República. "Yo no sé si tengo patria, / pero sé que tengo rey. / Yo no sé si tengo tierra, / pero sé que tengo ley."
3. La reflexión intelectual y melancólica
Luis Cernuda - Las nubes y Desolación de la Quimera Cernuda cruzó la frontera y vivió el exilio en Reino Unido, EE. UU. y México. Su poema "1936" (donde recuerda a un brigadista internacional) o "A un poeta muerto (F.G.L.)" son elegías monumentales. Cernuda narra el exilio no desde la arena física, sino desde la "arena del alma": el olvido y la extrañeza de vivir en tierras donde nadie habla tu lengua.
María Zambrano - Los bienaventurados (Ensayo filosófico/poético) La filósofa malagueña cruzó la frontera francesa en las mismas condiciones penosas que Machado. En sus ensayos sobre el exilio, reflexiona sobre la figura del "refugiado" como alguien que ha sido despojado de su ser al perder su lugar en el mundo. Su prosa es de una belleza dolorosa.
4. El testimonio en catalán
Pere Quart (Joan Oliver) - Corrandes d'exili Es uno de los poemas más famosos de la literatura catalana del siglo XX. Narra con sencillez y una ironía amarga el paso de la frontera, dejando atrás la vida entera. "Una esperanza deshecha, / una añoranza infinita. / Y una patria tan pequeña / que la sueño completa."
Mercè Rodoreda - Varios cuentos Aunque su obra más famosa es La plaza del Diamante, Rodoreda vivió el exilio en Francia y Ginebra. Sus cartas y cuentos escritos en esa época reflejan la parálisis emocional y la pobreza extrema de los refugiados que no pudieron embarcarse hacia América y quedaron atrapados en la Francia ocupada por los nazis.
Una recomendación especial (Diario):
Silvia Mistral - Éxodo: diario de una refugiada española Es un testimonio en forma de diario, escrito por una joven periodista anarquista. Narra con una voz muy fresca y directa el caos de la Retirada, los campos de concentración y la angustiosa espera para conseguir un pasaje en el barco Ipanema. Es una visión femenina imprescindible, a menudo opacada por las voces masculinas.
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